Ella empezó a sacudirse sobre el sofá. Su placer era innegable. Fuera cual fuese el contexto que nos habíamos inventado para tener esa experiencia, mamá estaba gozando mientras su único hijo le invadía la concha con devoción, como si quisiera meterme de nuevo en el mismo lugar del que salí.
Era hermoso ver su gesto. Sus labios moviéndose una y otra vez, como si estuviera diciendo algo, cuando lo único que emitía eran gemidos; sus ojos verdes, brillantes en la oscuridad, haciendo contacto visual en todo momento conmigo; su cuerpo temblando bajo mi peso, al ritmo de mis embestidas. Todo era perfecto, hermoso, sublime.
Me detuve por un instante, dándome cuenta de que estaba mucho más agitado de lo que había imaginado. Respiraba con fuerza. Ella no decía nada, pero su rostro reflejaba un pla
