Seguimos con ese extraño juego que. La vergüenza se fue disipando de a poco, y mamá, como si entendiera que la música tenía que ser protagonista, subió el volumen. El ritmo llenó la sala, y el ambiente se sentía más vibrante, casi como si realmente estuviéramos en un boliche. —Me encanta cómo te movés —dije, acercándome un poco más, casi pegando mis labios a su oído., pero esta vez sin ponerle una mano encima. De todas formas, cuando lo hice, mi pelvis rozó ligeramente su cadera, y la hinchazón de mi m*****o hizo contacto con ella. Pero, por suerte, no pareció notarlo, o quizás simplemente no le importó. —Gracias —respondió, en voz alta para superar la música, y siguió moviéndose al ritmo. Intentando mantener el juego, le hablé de nuevo: —¿Venís seguido por acá? Ella se detuvo por un

