Prefacio
Siempre pensé que la vida trata de hacer lo que mejor sabes hacer, estando lo mejor posible con la persona que mejor es para ti. Y supe que había encontrado lo que más quería cuando conocí a mi prometido, Juan Pablo.
Aunque, siendo sincera, nunca me había puesto a pensar en lo que buscaba en un hombre, pero durante largos meses me sentí tan a gusto con él que mis expectativas serían siempre basándome en él. Y está bien porque Juan Pablo era el tipo de hombre con el que estarías feliz de presentar a tu familia: Es cálido, formal, caballeroso, con metas bien dispuestas en su vida y con un futuro profesional decente, siempre encaja a la perfección en cualquier situación.
Sabe adaptarse y sabe cómo hacer que uno pueda adaptarse fácilmente. Él sería capaz de hacer que un gato y un ratón se llevaran de maravilla.
Y para mí nuestra relación iba bien, pensaba que éramos esa pareja estable entre el montón de relaciones tóxicas o que iban en picada o que ya eran historia, nuestros compañeros solían entrar y salir de relaciones de pareja, pero nosotros seguíamos y fue por ello que, cuando llegó un día a contarme que quería irse a estudiar un semestre a la Universidad de Yesca la cual se encuentra al otro lado del país, sentí que la vida se me iba. Seis meses lejos de él sería difícil y doloroso, las relaciones a distancia no tienen una buena reputación y solo pensar que se iría me provocaba una angustia capaz de dejarme sin aliento.
Pero entonces, cuando le dije que me alegraba por él, sonrió como si yo fuera lo más hermoso que hubiese visto, se hincó frente a mí y me pidió matrimonio. Ciertamente éramos muy jóvenes, yo recién cumplía los veintidós, pero me dijo que sería una promesa para el futuro, pues a partir de entonces nada nos separaría y me convenció de ir con él también a esa universidad.
Y todo iba de maravilla, así que no entendía la razón de que llevara tres días sin responder mis mensajes e ignorando mis llamadas.
Al principio atribuí su distancia a los preparativos que hacíamos para la universidad, pues después de mucho papeleo, trámites y nervios, ambos fuimos aceptados y la mejor parte es que ambos fuimos becados por lo que a mí no me resultaría un problema tener que pagar la colegiatura porque realmente era mucho mayor que mi universidad; la Universidad de Sores, que por supuesto era pública y la más grande de nuestro pueblo natal, Sores.
Su sueño se hizo realidad: Estudiar Arquitectura en la mejor universidad del país, sobre todo en ese ámbito.
Y yo no tengo un sueño realmente, estudio medicina porque siempre me sentí inclinada a ello, lo que realmente me importa es estar feliz a su lado y juntos ser los mejores en nuestra área, él diseñaría plazas comerciales, viviendas o parques, yo atendería pacientes en un gran hospital. Un arquitecto y una doctora, desde mi punto de vista todo era color de rosa.
Me imaginaba a nuestros nuevos amigos celosos de nuestro amor, tal vez algunos deseando tener algo con el otro, pero nosotros demasiado enamorados para ver a alguien más.
Me convencí de que, al regresar, nuestro amor sería más fuerte y entonces sería el momento idóneo para realmente empezar a planear un futuro a largo plazo juntos, planear la boda para cuando ambos tuviéramos un trabajo estable.
Pero antes del futuro a largo plazo va el futuro mediato y este no se ve muy prometedor. Ya no le adjudico su distancia a los preparativos, mi instinto ahora dice que todo va mal y aunque las señales son muy obvias, no lo quiero creer.
Recibo un mensaje de texto en el que informa que debe hablar conmigo y pasará en diez minutos a mi casa.
Son los diez minutos más largos de mi vida.
Cuando llega, no puedo evitar sonreír, es casi un reflejo: Lo veo y automáticamente sonrío. Pero esta vez él no me devuelve la sonrisa. La punzada en mi interior amenaza con hacerme llorar. Su rechazo es palpable, su mirada tiene un tinte entre confuso, derrotado y enojado. Todo él es un muro de hielo que me pega tan fuerte, que ni siquiera puedo pensar bien.
—¿Pasa algo? —atino a decir una vez que el silencio se vuelve insoportable—. Me da gusto verte.
—Debemos romper —dice con voz firme—. La universidad será un ambiente nuevo, habrá cambios y también conoceremos a más personas. No es buena idea ir atados a algo... O alguien.
Oí a la perfección cada una de sus palabras, sin embargo, lo que escuché fue: "Ahora que se me abrió el mundo quiero follar con alguien diferente". Los ojos se me llenan de lágrimas y siento las mejillas arder.
—¿Es broma?
―No, Kendra ―si pudiera aventarle algo, lo haría, pero solo hay un cojín y eso no le hará ni cosquillas―. Mira, habrá experiencias nuevas, debemos estar abiertos a todo.
Río nerviosamente, esto es una pesadilla. Metí mis papeles, recibí y envié mil correos, nos imaginé pasándola bien juntos. Creí en sus palabras de amor y caí en sus mentiras como una tonta. Creí que la promesa de casarnos era real.
Fui una estúpida al basar mi futuro en un hombre.
No deberíamos acceder a los caprichos de la pareja. Valemos más que eso.
―Me transferí por ti ―digo con lágrimas en los ojos―. Y me estás dejando―hago todo lo posible por conservar la calma―. Ahora no puedo cancelar, no puedo decir que no y quedarme aquí ¡Me metí allá por ti!
No digo más, él no dice más, nos quedamos en silencio mientras me siento en un sillón y me cruzo de brazos. Maldita sea, mi mundo acaba de irse a la mierda, pues Yesca es totalmente el tipo de universidad que no me favorece: Grande, con miles de alumnos, todos ellos desconocidos. Ese no es mi ambiente. Estaré lejos de mi hogar, de mi madre, de mi tía. Por dios, lejos de Dana, mi mejor amiga.
―Espero que tengas éxito y te vaya bien.
Juan Pablo sale por la puerta de entrada y no se detiene a mirarme. Hijo de puta, no, esto no puede quedar así. Me apuro a seguirlo, pero cuando llego al patio, veo su automóvil alejarse por la calle. Suelto un grito de furia, azoto la puerta, golpeo un cojín y lloro. Por más llamadas que le hago, me batea.
No puedo creer que me dejara de esa manera, me imaginé un mundo feliz a su lado y ahora solo tengo... Nada. Me iré a un lugar nuevo, con gente nueva y al otro lado del país.
Un semestre, solo es un semestre y todo volverá a la normalidad, podré regresar a la comodidad de mi casa y fingir que nada de eso pasó. No puedo llorar frente a mi madre, no puedo parecer débil. Debo aguantar y dar lo mejor de mí, si voy a ir de todas formas, tengo que disfrutarlo; algo bueno debe de salir de ello, estoy segura.
Más tarde y con más optimismo, me preparo. Es una nueva etapa, interesante tal vez, lo peor que puede pasar es que sea una rechazada a la que todos ignoran y al final me iré y nadie notará mi ausencia.
Puedo vivir con ello.
Intentaré pasarla bien, no dejaré que Juan Pablo me lo arruine.