Desde el día en que la pandemia comenzó a ceder y el caos a disminuir, nuestra vida tomó un giro inesperado. Habían pasado dos años, pero el peso de esos días oscuros aún se sentía sobre nuestros hombros. Era como si hubiéramos envejecido una década en ese tiempo. El cansancio no era solo físico, sino también emocional. Las noches de insomnio, la ansiedad constante y la incertidumbre por el futuro nos habían dejado marcas profundas. Pero, a pesar de todo, había una pequeña chispa de esperanza en el aire. Una sensación de que, quizás, finalmente las cosas empezarían a mejorar. Una mañana, mientras Noah jugaba con sus bloques de construcción en el suelo de la sala, me encontré revisando anuncios de trabajo en el teléfono, más por costumbre que por esperanza. De repente, mis ojos se detuvier

