Cero a la izquierda

1612 Palabras
Eloise Eran las dos y media de la mañana, aun me encontraba en mi pequeño escritorio haciendo mis deberes académicos, me dolía un poco mi espalda ya que mi silla era vieja y gastada, lo bueno era que mi habitación era pequeña y no sentía frio en las noches. A veces miraba por la pequeña ventana de mi habitación imaginándome una familia feliz y amorosa, otras veces preguntándome donde estará mi madre, si estaría bien, con buena salud, del porque me abandono y si es realmente feliz. Unas lágrimas empezaron a recorrer por mis mejillas, lloraba cada vez que pensaba en mi madre, quería saber porque me había dejado, pero no sabía nada de ella ni su nombre, era como si se la hubiera comido la tierra, mi padre nunca hablaba de ello, el me ignoraba por completo ya que él decía que cada vez que me veía le hacía recordar a mujer que lo abandono por otro. —Dios mío, mi pequeña despierta o si no llegaras tarde a la escuela—, espeta mi nana. Mi Nana era como mi madre, ya que no solo me cuidaba, sino que también me brindaba amor y cariño, era mi única familia. Me levanto de inmediato asustada, —si señora ya se lo llevó—, exclamo asustada, —Eloise pero que locuras dices, levántate ya—expreso mi nana negando con la cabeza. La miro y sonrió, —lo siento nana, es que tenía mucha tarea y me quedé dormida de nuevo en el escritorio—, me observa preocupada y acaricia mi cabello largo y n***o como la noche. Sonrió a su caricia, levanto mis brazos para estirarme, nana frunce el ceño cuando ve mis brazos con moretones, —¡¡¡QUE!!!!, dime que te paso ahí Eloise. Cubro mi brazo de inmediato, me levanto del escritorio, —no es nada nana, me caí en clase de deportes—, pero ella me toma mi brazo derecho, —acaso esa mujer o su hija te volvieron a golpear—. Me quedo en silencio, mi padre se había casado de nuevo hace nueve años. Beatrice era el nombre de mi madrastra, una mujer de cabellera larga y de rubio oscuro, ojos verdes, su piel antes era blanca pero ahora es bronceada de tanto viajar con mi padre, alta como de 1.70, y de pésimo carácter, no me veía como su hija sino como una empleada más de la mansión y siempre me insultaba en cada oportunidad, pero su apodo favorito era insecto, pero no solo me maltrataba verbalmente, sino que también me golpeaba cuando no hacia algo bien. Con mi madrastra llego mi hermanastra llamada Ginevra, era un año mayor que yo, de cabello largo liso, castaño oscuro, color de ojos avellana claros, piel morena clara, físicamente se parecía mucho a su padre biológico, su carácter era similar al de su madre, pero era el doble de mala, era más agresiva, manipuladora, ambiciosa, narcisista y egocéntrica, cuando estaba mi padre era un angelito pero cuando él se iba me trataba como su saco de boxeo, su trapero, trababa de lo posible no cruzarme con ellas, pero no era fácil. Empiezo a cambiarme, —nana, sabes que mi padre no me va a creer, ya lo has notado, mi padre solo les cree a ellas, el me odia. Mi nana se acerca a mi toma manos, —no digas eso, tu padre no te odia, además debes... La interrumpo, —basta nana por favor, ya me acostumbré a sus maltratos, en esta mansión estoy en el olvido, la única persona que tengo es a ti, y agradezco a dios por ello—, exprese con alegría y la abrazo, —mi pequeña siempre estaré a tu lado. Al bajar me dirijo a la cocina para desayunar, ya que no tenía permitido sentarme en el comedor junto con ellos, siempre desayunaba con la servidumbre como si fuera una más de ellos, pero no me importaba así me sentía más cómoda con ellos, me trataban bien y con respeto. En ese momento todos se levantan al ver entrar a mi padre, yo hago lo mismo, —buen día padre, espero que haya descansado bien—. El solo me observa en silencio, ya tenía 17 años y era un poco más alta que antes, a pesar de que estaba en el olvido por parte de mi padre y de toda la familia Morelli, el costeaba mi educación y alimentación, no me faltaba nada. —Quiero que alisten todo, habrá una cena importante esta noche, mi padre vendrá, y tu—, me señala, —ya sabes que debes hacer. Asentí y él se retira de la cocina, todos se empiezan a mover, —mi niña ve debes irte y ya sabes cuando llegues no salgas de tu habitación—, expreso Rosario la ama de llaves. Cada vez que había una Reunión familiar a mí me escondían, era como un cero a la izquierda, nunca he asistido a una fiesta de alta alcurnia, ni siquiera sabía bailar, para cuando cumplí mis 15 años lo único que recibí fue una bicicleta que me regalo mi nana y una pequeña celebración por parte de los empleados de la villa cuando mi padre, Beatrice y Ginevra se había ido de viaje a Francia, en cambio Ginevra le hicieron una gran fiesta por todo lo alto. Mi padre tuvo otra hija Matilde, ella era un poco más dulce que su madre y hermana mayor, me hablaba a escondidas ya que si la encontraban hablando conmigo seria castigada y no quería que mi pequeña hermana fuera golpeada por mi culpa, era dulce de cabello n***o Azabache ojos verdes, piel blanca, algunas pequeñas pecas en su rostro blanco y mejillas redonditas, a ella tampoco le prestaban mucha atención el centro de todo era Ginevra. Iba a la escuela en bicicleta, ya que tampoco tenía permitido ir en los autos de la familia; mi escuela era una de las más prestigiosas de Italia Politécnico di Milano, en esa escuela tristemente no tenía ni un amigo ya que Ginevra de encargaba de ello, era como una marginada. Cuando terminó cada clase mi refugio era la biblioteca, o cuando era la hora de almuerzo no iba a la cafetería sino a las gradas ahí podía ver a todos los estudiantes, me gustaba mucho comer ahí ya que miraba a todos los estudiantes y me preguntaba cómo eran sus vidas y si era mucho mejor que la mía, si esas sonrisas eran auténticas o fingidas como la mía. Ginevra por el estatus de mi familia era una de las más populares de la escuela, era la capitana del equipo de porras, no solo eso sino que era la presidente del consejo estudiantil y yo no era nadie, era lo último en la cadena. Estaba en la biblioteca buscando un libro de historia, —diablos está muy alto, tks no logro alcanzarlo—, digo colocándome en puntillas. Mis pequeños y delgados dedos alcanzan a rozar un poco el libro, —sí, sí...casi lo logro, otro poco más—, exclamo. En ese momento siento algo duro detrás de mí, al voltear era un chico maso menos de mi edad pero el doble de alto que yo, cabello n***o azabache, ojos color grises azulados claros, sus cejas pobladas, nariz larga y recta, mentón alineado y sólido, una expresión fría y seria, su figura fuerte y atlética, estaba muy cerca de mí, me puse nerviosa. Abrí mis ojos de asombro al darme cuenta de quien era, era el capitán del equipo de futbol y softbol nada más ni nada menos que Alessandro Russo y uno de los más populares de la escuela, Ginevra, estaba enamorada él. Extiende el libro, —ten acaso no era esto lo que querías—, su voz era amable, pero a su vez ronca y dura. Tomo el libro y me alejo de él rápidamente no quería que me vieran cerca de él, pero detengo mis pasos al escucharlo de nuevo, —que acaso no te enseñaron modales, ni siquiera sabes agradecer. Volteo para verlo, tenía sus manos metidas en el bolsillo de su pantalón, —gracias por tu ayuda, lo siento por ser descortés. Al decir esas palabras sigo mi camino, no quería que me vieran con él, ya que le dirían a Ginevra y me golpearía de nuevo—, expreso nerviosa Me siento en una de las ultimas mesas de la biblioteca, abro mis cuadernos, tomo el libro, pero lo miro por un momento y recuerdo esos ojos grises azulados que me observaban, sacudo mi cabeza y sigo en lo mío, debía volver pronto a casa, para no cruzarme con mis abuelos paternos. Sin darme cuenta me había quedado dormida sobre mis cuadernos, al percatarme ya era de noche, me levanto de un salto, empiezo a recoger todo rápidamente, —joder debo apresurarme, porque, porqué precisamente hoy tuve que quedarme dormirá, bien hecho Eloise—, replico molesta. Estaba guardado mis cosas apresuradamente, pero me detengo un momento al ver un jugo de mango con un sándwich en mi mesa, los tomo y miro a mi alrededor, no había nadie solo yo, los guardo en mi maleta y salgo de la biblioteca rápidamente. Sabia que había llegado tarde, ya que habían varios autos en la entrada de la mansión, me dirijo al jardín, debía esperar hasta que ellos se fueran. No quería causarle un disgusto a mi padre o abuelos, suspiro y lloro en silencio, porque debía esconderme como una delincuente, cual era el mal que había hecho porque tenía que vivir aislada de todo el mundo.
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