Por primera vez desde el día en que se conocieron, Gor decidió presentarle a uno de sus amigos, más bien un compañero de trabajo. Antes de eso, prefirió no anunciar su relación y se negó rotundamente a conocer a Cristi y su familia. —Misi, no soy nadie. Un hombre sin hogar, sin pasado, documentos y registro. Basta que tus vecinos se alejen de mí como de un leproso. No quiero que tu relación con tus seres queridos se deteriore por mi culpa. – Decía él. Ni la persuasión, ni sus advertencias, de que ahora mismo él no parecía a un vagabundo no funcionaron. —No importa que ahora tenga la apariencia más o menos decente. Es importante que yo trabaje ilegal, sigo viviendo en una caravana sin ducha y baño con tres emigrantes moldavos y no tenga ni un centavo para ti, mi corazón. – insistía él.

