Las horas pasaron lentamente en esa celda siniestra. Mis captores no me proporcionaron comida ni agua, y el dolor en mi cuerpo se hizo más intenso con el tiempo. Pero a pesar de las condiciones inhumanas, mi espíritu seguía resistiendo. Recordaba a mi familia, a quienes había sido arrebatada injustamente. Su amor y apoyo eran mi fuente de fortaleza. Sabía que debía sobrevivir, no solo por mí, sino también para volver a abrazar a quienes tanto extrañaba. A pesar de las amenazas y el castigo, mi determinación de escapar y regresar a casa seguía ardiendo. Estaba dispuesta a soportar cualquier cosa con tal de volver a ver la luz del día y recuperar mi libertad. En medio de la desesperación y el sufrimiento, algo inesperado sucedió. Una joven llamada María, quien también estaba prisionera en

