Un ataque de ira mal contenida había invadido a Joe. Pateaba todo lo que se ponía en su camino y murmuraba cosas sin sentido. Di gracias a dios de que sus padres siguieran trabajando y traté de tranquilizarlo.
– Ya déjalo, Joe. De todas maneras me tendré que casar con él. – Mi tono de voz sonó tan triste que hasta yo mismo me sorprendí. Joe detuvo su rabieta y me miró melancólico.
– Lo siento tanto hermano. En verdad. – Su voz y sus ojos eran sinceros y yo sonreí sin ganas.
– ¿Puedo pedirte un favor?
– Claro. Lo que quieras.
– ¿Puedo restregarme contra ti? – Estaba seguro de que Joe se negaría. Incluso yo mismo lo hubiera hecho. Un paso antes de ser marcado era restregarse contra la persona de la cual estabas enamorada, sólo que esto era más débil y servía para que los demás metamorfos supieran que ya tenías pareja. El marcar funcionaba para reclamarte como tuyo y que nadie podía acercarse a ti. Y a pesar de que Joe era solamente mi amigo y lo quería como tal, prefería mil veces oler a él que al asqueroso lobo pardo. Aun así, restregarse era algo delicado y retiré rápidamente mi petición. – Olvídalo. No estoy pensando de manera clara. – El rostro de Joe se puso rígido, pero luego lo relajo.
– Claro, hombre. – Una calidez inundó mi pecho y sonreí ampliamente por primera vez desde que había llegado a su casa. – Además, ese olor que tienes es desagradable. – Hizo un mohín con la nariz y ambos reímos. Me sentí realmente agradecido y mi cariño hacia Joe no hizo más que aumentar.