Salgo al patio trasero, al invernadero para ser exactos, la noticia de hoy no fue nada buena, y estar rodeado de la naturaleza me tranquiliza un poco, por el momento prefiero ver la vida en un ángulo distinto: donde la gente es más feliz, a pesar de los problemas pero eso no es nada. Todo es injusto, cuando tengas algo y te despistas ya no está, él ahogo y la represión son ilustres.
Escucho suaves pasos, alguien se acerca, busco con la mirada hasta toparme con Kayes; ella es un poco que yo es la viva imagen de mi padre, en versión femenina: alta de un metro con setenta y siete centímetros, cabello cobrizo, contextura delgada tonificada, sus ojos son grises como los de mi padre, tiene veintitrés años trabaja en la empresa de mi padre como gerente general. Puedo notar que yo soy distinto a ellos, yo soy más tranquilo, más tímido, casi no encajo con ellos, pero eso no quiere decir que no sea hijo de ellos, al contrario, mi abuela me decía que mi padre era así, hasta que entro en la adolescencia.
Era un caos total.
Ella se sienta a mi lado y me abraza.
—Todo estará bien pequeño —cierro fuertemente mis ojos, dejándome llevar por la caricia en mi cabello, que me brinda su mano—. No somos capaces de dejarte ir así como así. Eres la razón por la cual todos están aquí.
—Lo sé, hermana, pero tengo miedo, impotencia, enojo, todos me guardan secretos y no me cuentan.
—Ellos lo hicieron por un bien, y mira que las cosas no siempre resultan bien para las mejores familias.
—Tienes razón, aunque a veces, soy demasiado cobarde para enfrentarlo..., solo.
—Para eso somos una familia ¿cierto? Para ayudarnos mutuamente, así como nos revelaste con todo tu nerviosismo y miedo tu orientación s****l.
—Te quiero mucho —escondo mi cabeza en su pecho.
Tengo suerte de tener una hermana que no sea, homofóbica o ignorante, la mayoría de los hermanos de las personas homosexuales, les tratan muy mal, hasta se avergüenzan de ellos; por lo menos sé que cuento con el amor de mi familia que apenas está asimilando, que a pesar de todo me quieren tal como soy. Tampoco soy el típico gay que se viste como mujer o es afeminado, ugh; me considero lo suficientemente sensato para saber que soy hombre con gustos hacia los hombres. No por ser homosexual soy una mariposa como dicen los hombres que se creen muy machos. Tanto ellos como yo tengo derechos y monomanías que me defienden. Los prejuicios de la sociedad han creado distintas etiqueta alejándonos del criterio naturalidad. Lo triste es cuando una persona es agredida por situarla diferente, y como la humanidad se sigue consumiendo. Si no me consideran humano por el hecho de ser homosexual prefiero no serlo, tampoco darles el gusto de ser el ojo gris que ellos quieren que yo sea.
Y si soy homosexual ¿Por qué tengo una vida tan plena llena de paz y de integridad? No le veo ningún pecado que haya amor. El mundo sería extraño sin eso. Es tan grande que los homosexuales de armario no salen por miedo a la sociedad, y el treinta y cuatro por ciento de los homosexuales se suicidan ¿por qué?, porque sufrimos, tanto física como psicológicamente. Las personas creen que porque nos gusta el mismo sexo somos abominaciones, pues están equivocados. La sociedad ha sido la que se encarga de que las personas se sientan mal: posición económica, por color de piel, por ser huérfanos, por ser distintos a ellos, por si es alcohólico, por si tiene adicciones. Ninguno sale igual, todos somos seres humanos, con pensamientos y cualidades distintas. Humanos que están aquí por una causa. Y estoy agradecido porque mi familia se lo tomó bien. Temí que reaccionaran como otros padres, la gente le teme a todo... y yo soy de esas.
¿Quién en su sano juicio es capaz de dañar algo que ama o algo que te dieron con amor? Así es el ser humano, desinteresado y manipulador.
La r**a humana será una perfecta y exquisita obra maestra, pero siempre existirá un error que les rodea y es la ignorancia y el desamor que desembocan.
—Yo también pequeño... Yo también. Acuérdate que mañana tienes que ir a consulta con el doctor Marck.
—Sí, no me acordaba.
—Vamos a dormir mañana será un mejor día.
Nos levantamos y caminamos, hacia la segunda planta, ella va específicamente a su habitación y yo a la mía. Su recamara es diagonal a la mía, cuando tomamos el pomo, nos reímos, y entramos por ella. Cierro la puerta tras de mí, me apoyo en ella, suelto un sonoro suspiro, y me voy quitando mi ropa. Entro a la ducha nuevamente, después de salir aseado tomo dos toallas con una me seco el cabello y con la otra la enrollo alrededor de mí cintura. Camino al guardarropa. Escojo un pantalón de pijama gris, una franela azul marino manga larga. Busco él desodorante y lo aplico a mis axilas. Luego busco un bóxer en mi cajón. Ya vestido me acuesto, pensando en un futuro donde todo sea distinto.
***
Bajamos de la escalera, mis padres y yo. Padre abre la puerta. Ryan, Stuart y Michael y otros cinco guardaespaldas, están situados a un costado del auto, les observo, hoy es un día húmedo, está haciendo frio y eso que no ha comenzado la mitad de la época del otoño. Me monto en la parte de atrás, mi padre conduce, mi madre está de copiloto; Stuart y Ryan van en el otro auto, Michael se quedó junto a los otros guardaespaldas. El viaje dura unos escasos cincuenta minutos ya que el tráfico es esta extremadamente congestionado el día de hoy. Entramos a la clínica y mis padres me llevan directamente hacia una puerta color caoba en la que se lee.
«Dr. Ronald Marck. Neurocirujano»
Toco la puerta suavemente, la voz del doctor Marck, me indica que puedo pasar. Los primeros diez minutos es tranquilo, me hace preguntas y revisa mis signos vitales. Vuelvo a sentarme a un lado de mi padre, cuando el chequeo termina. El doctor toma asiento al otro lado del impecable escritorio y comienza a observar algunas radiografías (creo), en una pantalla de luz que está detrás de él.
—Bien, Damián, estos son los resultados de los estudios que se realizaron hace unas semanas. Y por aquí...—abre un cajón y extrae un sobre manila—... están los nuevas —al ver que frunzo el ceño se apresura a explicarme—. Como recordará, tuvo un desmayo debido al dolor, apresurado y fue traído aquí —asiento—, mientras estuvo inconsciente realizamos nuevos estudios y...—abre el sobre y comienza a observar y leer con detenimiento, no me gusta la expresión del rostro—... no tengo buenas noticias para ustedes.
La mano de mi madre y la mi padre que sostienen la mía, se tensan y siento más que ver como inhalan fuerte.
—Tienes un tumor cancerígeno en el lado derecho del cerebro. Mide aproximadamente siete centímetros, medio centímetro más que hace una semana, lo que resulta preocupante. Debe ser extirpado cuanto antes, ya que mientras más grande sea el porcentaje el éxito la operación se reduce.
—Por supuesto yo...—no sé qué decir realmente. Tengo miedo—... estoy preparado para la operación.
—Me gustaría que se realizara algunos estudios finales y programar la operación para...—mira el calendario que está en su escritorio—... el día veinte.
—Pero... hoy es diecisiete.
—Damián, no podemos esperar.
—Damián...—la voz de mi padre no admite objeciones.
—Está bien.
La siguiente hora pasa muy lento, el Dr. Marck me explica que luego de la operación debo estar dos semanas en el hospital, un mes y medio de reposo absoluto en casa y tres semanas sin hacer esfuerzos en casa o en el colegio. Y por si eso no fuese suficiente agrego que prefería que no estudiara hasta el siguiente año para dejar descansar el cerebro. Mi mirada debió revelar mis pensamientos ya que mi madre apretó mi mano con delicadeza y luego pronuncio un no rotundo. Y entonces sé que no volveré a mi colegio hasta el año próximo.
Estoy a punto de enfurruñarme hasta que recuerdo que es por mi salud. Debo estar bien para continuar disfrutando la vida al lado de mi hermana, mi abuela y mis padres. Ellos me necesitan y no puedo imaginar dejarlos. Quiero vivir muchos años para continuar queriéndolos y agradeciéndoles.
—Oh, Damián, nos vemos hasta entonces —nos despedimos y salimos de la clínica.
Me siento como si un camión acabase de pasarme por encima. Tengo mucha información que digerir y muchas cosas que hacer antes de mi operación.
***
El camino a casa es silencioso y lo agradezco, no me siento nada bien. Cuando llego me recuesto en el vestíbulo, creo que este sofá se hizo confidente de muchas cosas.
—Tengo miedo —admito en voz baja. Mi madre me observa perpleja—. En solo cuatro días estaré en quirófano sedado... sin saber si despertare o no —cada parte de mi cuerpo se pone rígido—. No quiero dejarlos, no puedo soportar la idea de que algo salga mal y no vuelva a verlos, a todos.
—Damián—la voz de mi padre resuena tensión—, nada malo va a sucederte, el Dr. Marck es reconocido a nivel mundial, está aquí solo para verte. El en realidad trabaja en Washington, pensaba ir hasta allá, pero el decidió venir y estar aquí una temporada —me sorprendo ante la nueva pieza de información—; estarán con el los doctores Stanley junto a mi amigo Esteban. Estarás en manos expertas y luego de unas horas, despertaras y lo primero que veras será a nosotros, te lo prometo. No te atormentes más con eso.
—Gracias —murmuro— ¡Los amo! —beso sus cabellos. La puerta se abre y sonrío al ver a mi hermana y a la abuela, unas horas de compañía de mi familia me harán sentir mucho mejor—. Necesito muchos besos y abrazos —extiendo mis brazos y en un minuto esta mi hermana abrazándome y mi abuela aferrándose a mi cuerpo.
—Te quiero Damián —escuchar esas palabras en la boca de mi abuela me llena de dicha.
—Yo te quiero más que eso —Kayes besa mi mejilla, derecha y mi madre no pierde tiempo y besa la izquierda. Estamos en nuestra burbuja, una burbuja que esta vez se hace más fuerte y será irrompible.
Suspiro y miro a mi padre que entra nuevamente al vestíbulo, sonríe al ver tal escena y me ofrece una pastilla junto a un vaso de agua. Soy muy afortunado de tenerlos y no quiero desperdiciar ningún momento junto a ellos. Aunque digan que estaré bien, no pueden estar seguros... voy a disfrutar cada segundo a sus lados.
—Vamos a jugar con el Wii —propongo y tengo cuatro pares de ojos de mis personas favoritas que brillan—. El ultimo paga la rebanada de pastel de arándanos —sin más corro afuera del vestíbulo, seguido de cerca de las personas que amo.