Capítulo 4

1519 Palabras
Me siento mareado y mi piel está más pálida de lo normal. Camino junto a mis padres mientras mi papá me sostiene de la cintura para que no me caiga, ya que no puedo mantenerme de pie por mí mismo. Aunque insistió en brazos al auto, me negué. Mi madre va a mi lado, lleva mi bolso y en su cara logro ver preocupación. Agradezco que mi hermana esta junto a la abuela, odiaría que me viera así. —Hijo iremos a casa de mi madre. No tengo fuerza para voltear a verlo, pero tenerlas habría girado mi rostro: —No quiero que Kayes o ella me vea a así y preocuparlas más de lo que están —susurro débilmente. —Hola —es la voz de mi madre. Mi ceño se frunce—. Sí, necesito que el paquete llegue a mi casa. No... Si, por ellos. Bien, gracias —creo que estaba hablando por celular, ya que mi padre no respondió a nada. —¿Qué paquete debe llegar a casa? —Espero a que responda rápidamente, algo típico de ella, pero eso no sucede. —Algunas cosas que compre —acaricia mi cabello—. Quiero mostrártelas pronto. —Oh, madre, no creo tener fuerzas para eso. Solo quiero dormir —llegamos al auto y mi madre entra en la parte de atrás, yo hago lo mismo y me recuesto, utilizando una de sus piernas como almohada. Mi padre me mira con desaprobación —no quiero irme sentado, papá. Yo soló...—comienzo a llorar. Odio sentirme de este modo, tan... enfermo. —Ya hijo, no llores por favor. —Solo conduce, Donald —le responde mi madre mordaz. Oh, aquí vamos... Ellos discuten hasta aquí—; Damián, por favor tranquilízate —peina mi cabello con sus dedos, comienzo a relajarme hasta que mis parpados se cierran y caigo dormido. En un profundo sueño. *** Mi padre me toma en sus brazos para bajarme del auto, me lleva hasta mi habitación y me deposita en la cama. Me aferro a su cuello con las pocas fuerzas que me queda. —No te vayas, quiero que te quedes y me abraces y me hagas sentir seguro. —Aquí estoy hijo, para ti —se acorruca de espaldas a mi cuerpo. Pasa una de sus manos por encima de mi cabello, sonrío—. Duerme —besa mi mejilla y me voy a la deriva. *** Mmmmm... Acarician mi cabello, me gusta. Abro los ojos y veo el rostro de mi madre sonriéndome. —Mamá —susurro y ella me vuelve en sus brazos. —Te traje sopa de pollo. —Oh, mamá, no hacía falta. —Eres mi hijo, Damián —entonces veo una gota caer en mis brazos, entonces sé que está llorando—. Si algo te pasara... Otro par de abrazos me envuelven. —Te amamos, Dam. Papá —Los amo, gracias por estar aquí —mientras los tres continuamos fundidos en nuestro abrazo. Lagrimas silenciosas se abren paso por mis mejillas. *** Kayes toma mi mano y entramos al hospital. Mi madre lleva la mano junto a mi padre. Hoy es veinte de octubre y me operan. —Damián, querido —mi abuela llega y me abraza—. Todo estará bien. —Joven Palinchi —un enfermero me observa atentamente—, vamos a su habitación. Por su puesto tengo una habitación privada y vigilada por Ryan y Michael. Es estéril, con paredes blancas, sábanas azules y olor a... hospital. La odio automáticamente. Me coloco la bata azul claro, que apenas cubre mi modestia, y me recuesto. Dios, estoy tan cansado, me duele la cabeza y las miradas tristes de todos no ayudan a mi ánimo. —Buenos días —una enfermera entra a la habitación—. Necesito llevarme a él joven Palinchi, para prepararlo en el quirófano —un silencio sepulcral inunda la habitación. Suspiro, es hora. Entra el enfermero que me guio a la habitación hace minutos, con una camilla para llevarme en ella. Me recuesto en ella. —Hijo, todo saldrá bien —aprieta mi mano y mis ojos se llenan de lágrimas—. Te amamos —todos se acercan y uno por uno deja un beso en mi cabeza. —Yo también los amo, a todos. —Entonces comienzan a moverme y cierro los ojos, tal vez no vuelva a ver las personas que amo. *** Me duele la cabeza, mucho. Intento moverme pero mi cuerpo no responde. ¿Por qué no siento mis extremidades? Mis parpados no quieren obedecerme y se niegan a dejarme despertar. Huele a limpio, creo que estoy en un hospital, pero no puedo recordar qué me sucedió. ¡Mierda! ¡No recuerdo nada! No entres en pánico... ¿Cuál es mi nombre? De acuerdo, comienzo a desemperezarme. Mi respiración se vuelve irregular y comienzo a percibir movimiento a mí alrededor, creo que acaban de conectarme a un respirador artificial. —Damián, cálmate, estoy aquí —el suave murmullo de un hombre que no reconozco logra tranquilizarme. Aunque no encuentro ninguna imagen en mi mente parece ser mi subconsciente recuerda el dueño de esa voz. Un manto n***o se cierne sobre mí y me dejo ir, con la esperanza de despertar con todos mis recuerdos en orden... Despierto debido a la suave voz femenina que me habla al oído. —Damián, despierta, te extraño ¿Damián? ¿Quién es Damián? Nuevamente me esfuerzo por abrir los ojos y esta vez logro hacerlo. Me cuesta un poco adaptarme a la luz y lo primero que veo a es un par de ojos grises que me miran con una mezcla entre sorpresa y felicidad, sin darme tiempo de reaccionar se abalanza contra mí y me siento extremadamente feliz, como si una parte de mi hubiese extrañado esto. —Hola —saludo con la voz entrecortada, logrando captar la atención de la chica que no había podido observar con detenimiento hasta ahora. Es hermosa de unos veintitantos años. —¡Te extrañábamos, Dam! —besa mi mejilla y mi corazón da un vuelco—; hermanito —es mi hermana y no puedo recordarla. —Mmmmm... Yo... usted —me mira como si dijera que la tierra es plana, supongo que esperaba mejor reacción, pero aunque me duela admitirlo no recuerdo su nombre. —¡Dam!, nuestros padres y la abuela están tristes —hace un tierno puchero y yo sonrío, sin duda ella debe ser la chica más hermosa y tierna del mundo—. ¡Pero se pondrán felices cuando le cuente que estas despierto!, iré a buscarlos. Sale de la habitación corriendo, me sorprende la sensación de desazón que me inunda cuando está fuera de mi vista. Mi mente no la recuerda, pero mi corazón sí. Cierro los ojos con fuerza y lo único que aparece son lágrimas, ¿qué clase de hermano olvida a su hermana? Y tampoco recuerdo a mis padres o la abuela. Comienzo a sentirme nervioso, comparto mi vida con las personas que en cualquier momento entraran por esa puerta y no logro recordar cómo son sus rostros, si los quiero, si ellos me querrán a mi o si en realidad somos felices, nada, absolutamente nada. La puerta se abre mostrando a un señor de no más de cuarenta años, también una señora de treinta y nueve, como mucho. Me siento en la cama y un segundo después los brazos de ambos me envuelven con delicadeza. Me abruma lo que siento en este momento, es algo... Casi mágico. Mi cuerpo se relaja en los brazos de aquellas personas que son mis padres. Estoy en paz, mi cuerpo se relaja. —Estábamos tan asustados —susurra la voz masculina contra mi cabello y luego planta un beso en el—, pesábamos que no despertarías y cuando te pusiste mal ayer... —su cuerpo se pone rígido—. Te perdía hijo, mi mayor temor se hacía realidad... Mi corazón da un giro dentro de mi pecho y afianzo mi abrazo alrededor de ese hombre al que parezco importarle mucho. —Estoy bien —murmuro, intentando tranquilizarlo, aunque sé que es en vano, cuando le diga que no lo recuerdo ni a la mujer que nos ve atentamente, se volverá loco—. Tengo algo que decirles —me avergüenza tratarlo de tú, ya que no lo conozco. Bueno, sí, pero no los recuerdo, la confianza que teníamos. Levanta las cejas sorprendido. —Dime, Dam —besa nuevamente mi cabello. —No recuerdo quien soy —suelto, veo como sus ojos grises crecen sorpresa. ¡Cómo no note esos ojos!—. Cuando desperté había una chica aquí, como me dijo hermano, supe que era mi hermana, de otro modo no lo habría adivinado, ya que no logro recordarlos. Ni siquiera se mi nombre...—mis ojos se llenan de lágrimas y el señor que es mi padre me abraza fuertemente. —Eres Damián Palinchi, mi hijo —murmura luego de sentarse a mi lado, la mujer nos sigue viendo sin decir nada, tiene algunas marcas de agua en sus mejillas—. Tienes dieciséis años, tienes una hermana Kayes Palinchi, una madre Lizeth Palinchi, una abuela Clarissa Palinchi. Yo soy... —Donald Palinchi —lo interrumpo, ese nombre llego a mi mente y salió de mis labios tan rápido que no pude detenerlo. —¡Sí!, ¡ese soy yo! —Sonríe de lado—. Parece que tus recuerdos siguen ahí, Damián, hablare con el doctor Marck —besa mi cabello pero no le permito levantarse. —Hábleme, de mí, de mi hermana, de mamá, de ustedes —rio escandalosamente, no sé por qué pero causa gracia. —Dios, ¡Damián hace dos semanas te operaron! Y ¡Estas riendo sin sentido alguno! —Al ver mi rostro lleno de confusión, su mirada se dulcifica, ya que hace rato parecía que iba a echar chispas—. Te operaron de un tumor cerebral, hubo complicaciones, te indujeron al coma y te despertaste ayer, pero... —se calla. Le doy una mirada tierna, animándolo a continuar, pero no lo hace—. Voy a buscar al doctor —frunzo el ceño, pero no insisto, sí el no piensa darme respuestas el doctor deberá hacerlo.
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