La cordura desapareció
No es fácil borrar una persona de tu memoria. Dicen que vienen y van en la vida, pero algunas llegan a quedarse de una forma muy distinta a lo planteado en la frase. El corazón es un papel, lo puedes rayar en su superficie, pero cuando lo decides arrugar, jamás volverá a su estado normal. Yo lo pienso así, no considero que el corazón humano sea un cristal o un recipiente de vidrio destinado a romperse, ya es suficiente que nuestra alma sea capaz de quebrarse.
Olvidé el día de su despedida, pues resultó tan devastador para mi mente que no quise conservar la fecha. Aunque, al fin y al cabo, solo son fechas. Las fechas se pierden en el tiempo, se disuelven con los años y es una forma descarada de aferrarnos a momentos que transcurrieron en un ayer.
Quiero olvidarla, pero no tengo idea de cómo hacerlo. Llevo tres años en este agujero, intentando protegerme de las garras de su figura. Deseo huir y gritar en la playa, aunque sea una pérdida de energía. ¿Nunca te ha costado superar ese alguien que se resiste al fuego del olvido? Es como si no quisiera convertirse en ceniza.
Aquí estoy, sentado frente un computador, trato de encender un cigarrillo para mantener un vicio sin sentido. Desisto, no sirve para nada fumar ni mucho menos seguir bebiendo. Estoy perdiendo el juicio. Mi mano repta como una serpiente y busca el mouse, hago click en el símbolo de Chrome y se abre la pestaña de f*******:. Allí está su perfil.
Hace dos años que está saliendo con su mejor amigo. Había visto las fotos de los viajes que nunca pudimos hacer cuando aún éramos una unidad. Ella sonríe, no puedo evitar sonreír, por mucho que la maldita ansiedad me devore por dentro, ella está feliz y yo soy un infeliz. ¿Por qué percibo una amenaza en ella? Mi inconsciente considera su mejor vida como un recordatorio del fracaso de nuestra relación. Mientras lucho por desprenderme de su imagen, ella debe estar acostándose con ese tipo. Según, era su mejor amigo, pero en las fotos demuestra lo contrario, se denota que son más que mejores amigos. No es mala persona, incluso me cae bien. Es más alto que yo, tiene mejor sonrisa que yo, tiene un título de universidad que yo no tengo y tiene una familia estable que tampoco tengo. En fin, hasta yo mismo me enamoraría de él si fuera una chica.
Quizá debería atender la alarma de mi autoestima, no debería compararme con él. Walter Riso decía: «Si ella no quiso cambiar contigo y lo hizo con otro, sencillamente no quería dar lo mejor de ella contigo». Es aplicable con todas las relaciones, no me limito al caso de lo hombres, pues el amor no tiene sexo.
Ya son las nueve de la mañana. Me levanto para preparar el desayuno. No recordaba que debía ir a comprar huevos... Da igual, hay rebanadas de pan. Preparo unos sándwiches con total delicadeza. El arte de preparar sándwiches requiere una técnica culinaria maestra, no todos saben preparar sándwiches. Ella solía tocar las rebanadas con su delicada mano, aquella mano con la que solía acariciarme y agarrar algo más. Busco el cuchillo y la tabla, los dejo cerca del fregadero. Abro la puerta de la nevera, saco la bandeja de jamón. Teniendo los ingredientes, cierro los ojos mientras corto el jamón con el cuchillo. Suena el final del tajo en la tabla, pero también oigo el vibrador del teléfono en el cojín del sofá.
—¿Quién llama a esta hora?
Salto los objetos dispersados en el piso. Debería limpiar, aunque estoy controlado por el virus de la flojera. Bostezo en medio del desorden. Así está mi alma, rota y desordenada... ¡Cierto, está sonando el teléfono!
—¿Hola? —contesto luego de deslizar el circulo verde en la pantalla.
—Soy Sabrina Ibuse, editora de Sueñonovel...
—Te conozco Sabrina, eres mi editora —interrumpo pasando el peso del cuerpo a una pierna. Casi todos los jueves, Sabrina llama para avisarme de las estadísticas de venta de las novelas.
—Sí, pero debo identificarme —aclara.
Nunca la había conocido en persona. Llevo trabajando tres años con ella y no sé cómo es exactamente. En los días de asueto me dedicaba a construir el rostro de mi editora, solo con su voz podía crear un rostro en lo que podía decirse: aceptable. Ella es de Singapur. Para ser sincero, no tenía idea de la existencia de ese país hasta que Sabrina me contactó.
—Okey, ¿qué tal las ventas? —Paso el teléfono a mi otro oído y voy hacia la cocina para dar un mordisco al sándwich.
—Hoy no hablaremos de ventas —afirma.
—Entonces, ¿de qué hablaremos? —Sostengo el desayuno y le doy un mordisco, está perfecto, como solía hacerlo ella.
—Me siento sola —dice de pronto y casi me atraganto.
No sé qué responder.
—Ayer se suicidó un familiar que estimaba mucho. —Hace una pausa. Esto es raro—. Yo entiendo que nuestra relación laboral no permite manifestar nuestras emociones, pero basta con unos minutos de nuestro tiempo para escuchar a quienes creemos que no tienen problemas en su vida.
—Oye Sabrina, lamento tu pérdida.
—No, no tienes que sentir lamento, al contrario, debo ser yo. Estuve dando rodeos al teléfono. Había intentado llamar a mis amigos, pero todos estaban ocupados en sus trabajos. Nadie podía dedicar unos minutos para escucharme.
Me quedo callado.
—Fue ayer cuando recibí la noticia. Realizaba una gráfica de las ventas de la semana, y de improviso recibí un mensaje en el correo de mi hermana. Leí su contenido y era una especie de esquela.
—Mejoraste mucho tu español desde la última vez que hablamos.
—Gracias. —Puede parecer que mi respuesta fue innecesaria, pero el cumplido da en el clavo, siento que Sabrina está sonriendo al otro lado—. Mi tío nos había ayudado a levantar la empresa, sin su dinero prestado, hubiéramos fracasado en el intento. No sabes lo triste que es llevar a rastras un fracaso como si fuese tu sombra.
—Realmente sí sé lo que se siente —replico, rápido—. Es un peso en tu pie, un grillete oxidado que espera la mínima herida de tu piel para infectarte. Sin embargo, más que un peso, es una marca dentro de ti.
—¿Tienes hijos?
—No
—¿Estás casado?
—No. —Doy otro mordisco al sándwich.
—Yo tengo una hija y un marido.
—¿Les va bien? Me refiero en la relación.
—Mi marido es buen esposo y mi hija crece saludable.
—Me alegro por ti
—Y yo por ti. Es sano aprender a vivir en soledad.
—A veces, no tanto. Quisiera que fuera más llevadero. Hay ocasiones que anhelo un abrazo durante las noches y una sonrisa durante el amanecer. La compañía es fundamental en ocasiones, no siempre podemos andar por la vida creyéndonos autosuficientes. —Doy un mordisco más, busco el vaso de agua y abro el grifo para llenarlo—. Dependemos de la sociedad desde que nacemos y mientras pasan los años, más la necesitamos para sobrevivir... Bueno, así es Latinoamérica. —Bebo un poco de agua para refrescar la garganta.
—En Singapur no es así, pero te explicaré un poco de nuestra sociedad asiática. Tenemos un suelo promedio digno y nuestra independencia del Reino Unido fue en 1963.
—No tiene tantos años.
—Exacto. No solo tenemos un excelente salario, también figuramos en la lista de los países con mejor educación, competitividad económica y transparencia política. Además, nuestras tasa de corrupción es baja y se dice que tenemos la expectativa de vida más larga del mundo.
—Desconocía esos datos. —No comprendo la finalidad de hablar de Singapur a las nueve de la mañana mientras tomo un vaso de agua y termino de desayunar.
—Por eso decidí crear este proyecto, con base en un sistema altruista moral para ayudarlos a ustedes —explica.
—Entiendo. Tu tío cumplió el papel fundamental para cumplir tu sueño.
—Sí, empiezas a entender mi dolor.
¿Entender su dolor?
—¿Qué quieres decir con eso? —Apuro el vaso de agua de un trago.
—¿Sabes? Ser los mejores no implica que seamos sanos en el interior. Por mucho que viva estable, tenga una hija maravillosa y un marido fiel, siento que algo falta en mí, y la muerte de mi tío fue un disparo que expandió «el agujero». ¿Entiendes qué es «el agujero»?
—¿Depresión?
—De mi círculo de amistades, ninguno está sin trabajo. Mi marido no puede abrazarme, a menudo llega cansado y mi hija también desea dormir. Yo trabajo todo el día para que Sueñonovel funcione sin problemas, tengo poco tiempo para tratar este vacío que se extiende como una mancha de tinta en un papel.
—Sabrina, creo que deberías ir a un psicólogo.
—No tengo tiempo.
Te entiendo Sabrina, ahora tiene sentido. Dejo el vaso en el fregadero y seco mis manos con el pañuelo de cocina. Lo vuelvo a colgar en el tubo de la puerta del horno.
—Tengo dudas sobre tu persona.
—Soy un máscara. Mi nombre en internet no es el mismo que uso en la vida real. Deberás conformarte que soy Sabrina, tu editora. No podemos cambiar las máscaras de las personas para descubrir sus identidades, eso arruinaría el encanto que excita nuestro morbo y nos induce fantasías descabelladas para sentirnos atraídos por alguien.
Su forma de hablar es sombría.
—Yo, en cambio, sé quién eres. —Los vellos de mi brazo se erizan—. Hace rato comiste un sándwich como lo hacía ella.
—Eso es mentira. —No puedo creer su capacidad de videncia.
—Desde niña he visto fantasmas, pero eso no lo hablaremos, suficiente tienes con los tuyos. —Se aclara la garganta. El resulta irrelevante, pero esta escena no tiene sentido y encojo los hombres.
¿Quién diablos llama a las nueve de la mañana para hablar de s******o, Singapur y depresión? ¡Ah! Mi hermosa editora: Sabrina Ibuse.
—Debo cortar la llamada, me llama el señor pájaro —dice ella como si la estuvieran persiguiendo.
No quise preguntar quién era el señor pájaro.
—Adiós Sabrina, espero estés bien —digo.
—Lo estaré, gracias a ti. —Cuelga.
¡Qué inicio del día más extraño! Ahora están tocando la puerta. Me acerco para observar por el ojo de pez. Es el vecino de al lado, ¿qué querrá? No suele molestar a estas horas y es poco frecuente nuestra comunicación. Abro la puerta y veo mejor su apariencia. Tiene los ojos grandes, cejas pobladas, orejas medianas, nariz puntiaguda, lunar en el cachete y un montón de marcas de espinillas en la piel. Cubre su cuerpo con una camisa de The Beatles con el estampado viejo. Hablando de viejo, él huele a viejo.
—Buenos días, vecino —saludo.
—¡Eres un descarado! —Me señala y se encorva—. Me saludas muy fresco porque tu perro no se cagó tu alfombra.
—Yo no tengo perro.
—¡Ah! Nadie tiene perro, pero cuando hieres a uno, sale medio pueblo diciendo que tienen perros y los aman.
—A decir verdad, tengo una gata histérica de mascota, pero tiene días sin aparecer.
No quiero llegar a la conclusión sobre la histeria de mi gata, estaba aún por determinar si era histérica o histriónica.
—¡Cállate! Tu perro se cagó la alfombra de la puerta de mi casa. ¡Ven a ver el gran mojón que dejó! —Hace una ademán para seguirlo.
El mojón es grande, n***o y fétido. Cubría la carita feliz que da la bienvenida a los invitados. Es imposible que una gata histérica haga algo así, solo puedo deducir que sí fue un perro, pero no fue mi perro... ¡Ni siquiera tengo un perro!
—Lamento que un perro que no es mi mascota, defecara sobre su alfombra.
—Todos lo lamentan, ¿sabes? —dice con los dientes unidos. Sus ojos están inyectados en sangre—. Quisiera que un perro hiciera popó en tu cara para reírme y, solo así, sentirás mi dolor.
¿Qué le pasa al mundo hoy? Esto no es normal ni cotidiano.
—No me río de su desgracia, señor —ofrezco con un tono de voz educado y cortés—. Al contrario, padezco su cólera, puesto que mi i gata no ha aparecido durante días y, tal vez esté desaparecida, debo resignarme a la repentina pérdida de mi felino. Ella es histérica como bien sabrá. Un día jugábamos y al otro no quería jugar y me arañaba, pero luego de alejarme por su descastada actitud, ella regresaba para recostar su lomo en mi pierna. Señor, esa gata era mi única amiga en esta isla, me sorprendería que algo le pasara, y usted solo se preocupa por un mojón en la entrada de su casa. ¿Sabe qué ocurre en Singapur en este momento? —El vecino me mira con los ojos desorbitados, al menos tengo su atención—. Se suicidan —emite un grito de espanto.
—Mi hermano se suicidó hace cinco años —explica, recupera a compostura—. Él nos había regalado esta alfombra, decía que nos veía muy triste como pareja y su intuición no se equivocaba. Verás, soy alcohólico y no paro de golpear a mi mujer. Es un impulso inusitado, algo que nace de mi salvajismo; de mi b*********d; de mi ser animal. Por mucho que maltrate a mi mujer, ella sigue a mi lado y cada vez está más triste. Sus padres me culparon de haber acabado con la alegría de ella, pero no es así, es el alcohol que acabó conmigo.
Eso explica los aullidos de auxilio al otro lado de la pared.
—Entonces, supongo que la alfombra es un recuerdo de la felicidad extinta de tu esposa —digo con tacto.
—No solo eso, también la buena intención de mi hermano al tratar de salvarme del vicio.
No soy el único que se siente incompleto en este mundo. El vecino parece haber envejecido unos diez años. Sus párpados caen pesados y en sus ojos cristalinos, hay un atisbo débil que indica su insistencia por surgir del pozo en el que se encuentra.
Estar en un pozo no debe ser una experiencia agradable. Te debe invadir la sensación repentina de la muerte cuando el agua empiece a brotar de los resquicios de las piedras. Quisiera estar en un pozo y saber qué se siente realmente estar dentro y mirar la luz de tu libertad desde el fondo. Si tratas de escalar, te resbalas, pero suponiendo que alguien te lance una cuerda para regresar a la tierra, debes elegir entre la vida o la muerte.
—Disculpa haberte molestado —dice el vecino con un deje de amargura. Estuve callado más de la cuenta.
—Podemos ir a tomar un café cuando esté mejor —invito sin mucho ánimo.
Arrastrando los pies, el vecino entra en su apartamento, cierra la puerta con suavidad.
—Me ignoró.
Me devuelvo a la puerta de mi apartamento. Oigo la guitarra del vecino de la esquina, está tocando una canción de One Ok Rock. Cuando practica con su banda, reproducen buenas músicas. Me gusta tocar su puerta y sentarme cuando deciden ensayar las canciones de Linkin Park. En ocasiones bebemos cerveza hasta el amanecer. Sé que dije que no tengo amigos, pero a ellos no los considero mis amigos, solo son unos simples conocidos. Hay una brecha extensa entre «conocido» y «amigo». Incluyo la palabra «compañero», no puede zafarse de los errados conceptos sobre la amistad.
Cierro la puerta al entrar en mi apartamento. No es muy grande el espacio, es tipo estudio. Tiene lo mínimo indispensable para vivir un soltero: baño, habitación, cocina y ventana por si decides quitarte la vida un día. Respiro profundo. Este día ha sido estrafalario, no esperaba que ocurrieran cosas así en la realidad. Había visto en películas de comedia, las ocurrencias que suelen vivir los personajes. Quizá esto no solo me esté sucediendo a mí. Es verdad, el mundo está girando, miles de personas están sufriendo o gozando la vida en este instante en el que estoy parado como un pánfilo, con la vista fija en una lata de cerveza Heineken en el suelo.
El teléfono está vibrando. Es un número desconocido.
—¿Hola? —digo después de atender.
—Soy Claire, necesito hablar contigo.
Me quedo sin aliento y me mareo. Mi lengua se seca. Es ella.
—No te quedes callado.
Su dulce voz acelera mi corazón. Busco el asiento de la silla, pero no puedo sentarme, así que me desplomo hasta sentir el espaldar en mi columna.
—¿Moon?
—Estoy aquí —contesto.
No sé cómo conseguí decir algo.
—Y yo también.
Tengo ganas de vomitar, llevo la mano izquierda a mi estómago revuelto.
—No, no puedes estar aquí. Yo estoy al otro lado del país y tú estás lejos de mí —replico.
Empiezo a sudar.
—Quiero que devuelvas mi caja. Lucian está conmigo, no deberías preocuparte —añade, como si me importara su novio.
—¡Excusas! —grito alterado y cuelgo.
Esto es una pesadilla. Singapur, señor pájaro, Sabrina, el vecino y el mojón sobre una alfombra con cara feliz. ¿Qué clase de eventos se están desarrollando? El teléfono vibra, pero no voy a atender. Creo que estoy enfermo, es una respuesta viable. Puede que esto sea una clase de esquizofrenia o una psicosis, debería ir atenderme con un psicólogo, pero luego recuerdo que ella se graduó en la facultad de psicología.
¿Por qué todo lo que está a nuestro alrededor nos tiene que hacer recordar a esa persona que una vez amamos? Entiendo que los sitios son inalterables, para cada persona tiene un significado. Un día vez una flor y te impresionas, al día siguiente la vuelves a ver y no te impresiona, pero llega otro y se impresiona igual que tú. ¿Será que no hemos aprendido a valorar el presente? Para vivir esclavizados a la nostalgia, es una buena pregunta. Sin embargo, la nostalgia es el vapor de la tristeza, allí proyectas los momentos positivos. En conclusión, solemos apegarnos a una falsa sensación de alegría en un presente contristado.
Lo mejor será dormir y olvidarme de esto. Espero despertar de este sueño, no es normal que tu editora finalice la llamada porque tiene que ir a hablar con un tal señor pájaro. Cierro los ojos y me dejo llevar por la marea de emociones.