Sunset Boulevard, la calle más transitada a estas horas de la noche. Cualquiera podría decir que la gran mayoría de los adolescentes y chicos en sus primeras veintenas se encontraban aquí en busca de espectáculo, adrenalina y una noche de distracción.
¿Quién me iba a decir a mí hace unos días que iba a estar aquí? Nadie, y si algún pardillo se hubiese atrevido siquiera a mencionar esto, le hubiera partido la boca a puñetazos.
Literalmente.
También sabía que trabajar en la tienda de discos con Rose a la larga me traería problemas. Por ejemplo, ¿qué pasaría si me peleaba con ella? Obviamente no sería tan fresca de plantarme allí cada día.
De todas formas, sabía que si quería unos ahorros medio en condiciones para poder vivir por mí misma, tendría que buscar algún otro trabajo que pagase mejor. Aunque, ¿a qué chica de veinte años, sin apenas estudios, le iban a dar un trabajo? Claramente, a ninguna, y yo no iba a ser la excepción.
Todo este tiempo en el que he estado sometida a la vida de mierda que me ofrecía mi familia, he estado pensando en cuál sería mi hogar. Primero, pensé en California, porque allí pensaba en vivir con la que era mi mejor amiga; después Wisconsin, porque de allí era el "chico malo" de mi ciudad, y fantaseaba con lo típico de que se enamoraría de mí y esa mierda.
Pero, la verdad, el hogar no es necesariamente donde duermes o haces tu vida. Es donde te sientes tú misma. Donde te sientes cómoda. Donde no tienes que fingir, donde puedes ser sólo tú. Y, finalmente, encontré ese lugar aquí porque Los Ángeles es mi hogar.
Iba caminando mientras pensaba en todo esto, y tan sumida en mis pensamientos ni sabía por dónde iba, y como consecuencia había acabado en una calle y no tenía ni puñetera idea de cómo volver. Genial, me dije. Esto me va a tomar horas y horas volver a la casa que Rose compartía con su tío.
Siempre he sido despistada. Es mi naturaleza. Si no fuera despistada, no sería yo.
¿Y ahora qué? No tenía siquiera su número en el móvil, ni el de nadie. Lo único que podía hacer sería seguir andando hasta encontrar algún local o algo abierto a estas horas de la madrugada donde hubiese alguien que me pueda indicar hacia dónde ir.
Entonces el infierno se desató: empezó a llover fuertemente y la tormenta comenzó. Qué oportuno.
Casi media hora después de correr de un lado a otro, calle por calle, llegué a una avenida casi vacía donde sólo se oía de fondo sirenas de policía y la tormenta caer. Había varios locales con carteles con luces de neón parpadeando levemente, pero las puertas estaban cerradas y no había luz en el interior. Estaban cerrados.
Uno me llamó la atención especialmente. Era un local de tatuajes. Y no estaba cerrado, puesto que la luz de dentro estaba encendida y pude ver a una chica salir de allí. De repente lo vi, un cartel en una esquina del cristal, diciendo que se buscaba recepcionista.
Esta era mi única y gran oportunidad. Sabía que Rose me había ofrecido un trabajo en la tienda de su tío, pero no podía, ni quería aprovecharme de ella de esa manera.
Sin mirar a ambos lados de la calle antes de cruzar, me eché a correr como alma que lleva al diablo para llegar a tiempo y que no me cerrara la puerta en las narices. Cuando estuve a salvo del agua torrencial bajo el toldo del local, me planteé varias veces si entrar o no. Entonces tras pensarlo mucho, entré. Era ahora o nunca.
Detrás del mostrador estaba un hombre, que podía deducir que estaba en sus treinta y pocos, bastante descuidado: con barba de varios días desaliñada, gordo y con una cara poco amable.
Titubeé un poco antes de atreverme a hablar. Este tío era jodidamente intimidante.
—Vi que necesita recepcionista, y quería preguntarle si podía ofrecerme el puesto.
—¿Ofrecerte el puesto? —dijo alzando las cejas—, ¿a ti? —Con las cejas aún alzadas y un tono desconfiado, me miró de arriba a abajo. Seguramente mis pintas ahora no serían lás más idóneas, teniendo en cuenta que había corrido más que en toda mi vida y estaba empapada y el olor corporal no sería tampoco de los mejores...
Lo único que hice fue asentir con la cabeza sin dudar, y tras encoger levemente los hombros, con el tono más firme que pude le respondí.
—¿Por qué no? —La sala se quedó en silencio. Empecé a mirar a todos lados para ver si se me ocurría decir algo o si él me confirmaba algo. Pero nada de eso ocurrió.
Era normal que desconfiase. Si a mí me llegase alguien así como así a las tantas de la madrugada y empapado, no confiaría mucho.
Como vi que no decía nada y que me observaba impasible, me di por vencida y dejé caer los hombros, y caminando hacia atrás sin despegar la mirada de la suya, inquietante; me di la vuelta y dispuesta a salir e ir en busca de otro sitio, le oí hablarme.
—¿No eres de aquí, verdad? —simplemente preguntó. Me di la vuelta, y le respondí.
—No —suspiré levemente—, me he... me he perdido —me reí sin ganas, una risa fría.
—Se te nota —le miré interrogante, y él simplemente se encogió de hombros—. El acento.
Asintiendo con la cabeza un par de veces suavemente, me dispuse a salir. Mirando a ambos lados con la puerta abierta de par en par, pensando a dónde puedo ir.
—Vuelve mañana más presentable, y tal vez te dé el puesto —le escuché hablar. Me giré de nuevo para ver si estaba hablando en serio o solo se estaba cachondeando de mí. Por supuesto, era lo segundo, se estaba riendo en mi puta cara. Eso, sumado a todo el ajetreo de este día, me tenía ya hasta los cojones.
Entonces sin dudarlo entré de nuevo, apoyé las manos en el mostrador firmemente y me acerqué a su cara mirándolo a los ojos, retándolo.
—Mira, pou de mierda, puede que ahora te creas superior porque te ves súper importante ahí negándome el trabajo, al igual que te lo habrán negado a ti cientos de veces. Incluso más de las que puedas contar. Pero te aseguro que la gente ahí fuera te verá como un jodido fracasado que no tuvo más remedio que abrir un local de tatuajes si quería sobrevivir. Un jodido fracasado que se resguardó en la comida y la cerveza —le dije con el tono más cortante y frío que podía tener. Todo el cabreo que tenía encima de estos días lo estaba desahogando con él, y podía asegurar que me sentí de puta madre, tal y como no me había sentido en semanas, e incluso meses.
Empezó a reírse a carcajadas mientras echaba la cabeza hacia atrás y pude verle los dientes torcidos amarillos. Entrecerré los ojos, tensándome más mientras él aumentaba sus carcajadas. ¿Qué coño era lo que le hacía tanta gracia?
Entonces limpiándose con el dedo el ojo, me miró y negando con la cabeza suavemente, me miró divertido.
—¿Sabes qué? Estás contratada.
¿Pero este tío es gilipollas o es que le escupe a los aviones? ¿A quién coño se le ocurre contratar a alguien que te ha dicho gordo y fracasado en la misma frase y a grandes escalas? Sin duda la gente aquí no era ni normal.
—Por tu cara no te veo muy confiada —me dijo aún divertido—. Sin duda cuando te vi entrar como asustada, no sabría que tendrías las agallas de echarme cojones y decirme todo eso cuando te contesté. Si me había arrepentido de haberte insultado antes, sin duda alguna después de lo que me has dicho no me arrepiento.
Sin duda este tío estaba como una puta cabra. Pero bueno, si es feliz, iba a dejarlo.
Y si encima me da el trabajo, pues mejor que mejor.
Me relajé un poco al ver que estaba yendo en serio y no me estaba volviendo a j***r. Este tío era un rarito y no sabía si estar aliviada porque al final me hubiese dado el trabajo o estar asustada de que este tío fuese a matarme y luego enterrar mi cuerpo en algún bosque en mitad de la carretera o algo. Todavía estaba a tiempo de salir corriendo. Y la tentación era enorme.
—Mira, sin coñas. Ahora mismo no tengo el contrato hecho para que me lo firmes y eso, pero te digo mis condiciones y si quieres cambiar alguna me lo dices y mañana si acaso te traigo el contrato redactado —dijo al ver que no hablaba.
Aún tenía las imágenes de mi cuerpo ensangrentado en mitad de la nada. Tragué saliva y me centré. Si hubiese querido matarme, lo habría hecho ya.
Asentí con la cabeza, para hacerle saber que tenía mi atención.
—¿Por qué has hecho eso? —fue lo único que dijo Rose en la cocina donde estábamos inflándonos a dulces para desayunar y un batido.
Mientras masticaba el trozo de pastel de chocolate que tenía en la boca, pensaba en alguna buena excusa. Pero nada de lo que se me ocurría era mejor que la verdad, así que, ahí iba.
Me encongí de hombros con indiferencia.
—Bueno, quería ganármelo por mí misma y tampoco quería aprovecharme de ti más de lo que estoy haciendo —le dije tras tragar el trozo de pastel—. En serio, Rose, con que me dejes vivir aquí durante un tiempo, tengo más que de sobra, no quiero molestar más.
Se me quedó mirando como si me hubieran crecido tres cabezas durante unos instantes, y luego suspiró y asintió con la cabeza lentamente.
No esperaba menos que comprensión.
—Por cierto —saltó de repente con una sonrisa un tanto sospechosa—. ¿Has trabajado alguna vez en una tienda de tatuajes? —Sonrió más cuando le di mi negativa con un leve movimiento de cabeza.
—Sabes que no sólo eres 'la recepcionista', ¿verdad? —dijo dando énfasis haciendo comillas con sus dedos y un tono un tanto sarcástico. Entrecerré los ojos, sabiendo que había algo que ese c*****o me había ocultado. O que tal vez ella me estaba tomando el pelo y se estaba riendo de mi. El humor americano es de lo peor, quién sabe.
Algo me decía que era lo primero. Y no me hacía ni puta gracia.
—¿A qué te refieres? —le dije cautelosamente.
—A que no solo te va a tener de recepcionista y te va a tener haciendo tatuajes también, Sav. Ese tío es un flojo de mierda y que estés tú es su excusa para no hacer ni el huevo —soltó casi aguantándose la risa.
Seguramente palidecí o algo, porque de repente me preguntó que si estaba bien. Bien no era la palabra que yo usaría. El jodido gordo se había estado riendo todo el rato en mi cara y no me di ni cuenta.
Esto iba de mal en peor...
—Me estás jodiendo, ¿verdad? —dije sin más. Era lo único que podía decir en un momento como este.
—No me preguntes por qué pero no me sorprende que no te haya referido nada al asunto. ¿Por qué no le preguntaste? —dijo Rosse cogiendo otra cucharada de pastel que había hecho la noche anterior.
—¿Pero qué cojones le iba a preguntar si yo tenía asumido que era él el que iba a hacer los tatuajes y no yo? Tía, ¿qué puta pregunta es esa? —soné más borde de lo que pretendía, pero eran las 12 de la mañana y ya estaba de mala hostia.
Joder.
—Relaja chica, yo no he sido la que te ha engañado —entonces me guiñó un ojo divertida y salió por el pasillo.
No podía hacer otra cosa sino tirarme de los pelos. Esto era un jodido desastre, y lo peor es que esta tarde empezaba. Y la cosa es que aún no podía explicarme cómo Rose sabía esa mierda. Si me estaba engañando y me estaba tomando el pelo puedo jurar por....
—Supongo que tú debes ser la nueva amiga de Rose —un hombre, de no más de cincuenta años, dijo desde el umbral de la puerta de la cocina. Seguramente era el tío de Rose, a no ser que le fuesen los viejales como este.
Me dieron ganas de vomitar.
—Supongo que lo sabrás pero soy el tio de Rose —dijo al ver que no decía nada, pero no le quitaba la mirada de encima—. ¿Cómo te llamas?
—Savannah —dije sin más. Tampoco es que tuviese mucho que decir.
—No pude evitar oír vuestra conversación. ¿Trabajas ahora para Joe?
¿Joe? ¿El gordo de mierda que me ha engañado se llama Joe? Y yo pensaba que mi vida era desgraciada...
—Eso creo —dije encogiéndome de hombros.
Se rió, una risa corta, pero al fin y al cabo una risa.
—Te fuiste por las peores calles de Los Ángeles, no me extraña que acabaras en aquel antro de mala muerte a lo que él llama 'negocio' —dijo como si tuviera gracia la situación.
Era triste reconocerlo, pero tenía razón. No podía haber tenido peor suerte. Aunque teniendo en cuenta que al menos tenía el trabajo, no era tan malo. Lo único que sabía es que la única alternativa que tenía era ir esta tarde tal y como me dijo para que me enseñara y ya vería qué pasaba. No me daba para nada buena espina todo este asunto, pero si no me arriesgaba jamás sabría si pude haber ganado algo o no.
Quién sabe, incluso a lo mejor puedo sacar más ventaja de lo que yo creía de todo esto.