Capítulo 3

1335 Palabras
Rose llevaba razón. Este tío me había engañado y se había estado riendo de mi todo este tiempo. Ahora entendía por qué me dio el trabajo. En cuanto terminé el turno dimití. No podría soportar ni un día más haciendo el trabajo que me tocaba, y el suyo encima. Si era un flojo no era mi culpa y antes de irme, le dije un par de cosas con las que me quedé muy a gusto de soltar. Eran casi las nueve de la noche e iba de camino a casa. Me gustaría decir que ya tenía un apartamento propio, un trabajo medio en condiciones y un vecino con el que no me importaría pasar un buen rato, pero por desgracia esto era la vida real y cosas así no pasaban todos los días ni a cualquiera. Y con la mala suerte que tenía, a mí era imposible que me pasara. Cuando estás esperando a una tormenta por venir, es casi como que te has vuelto impaciente. Pero egoísta también. Yo siempre me dediqué a estar perfectamente bien. No creía que algo estaba mal conmigo mentalmente o físicamente. Quería una tormenta. Algo para estimular mi vida para desear que no viviese. Tristemente, mi deseo se hizo realidad hace un tiempo atrás. Pero al igual que las circunstancias te hacen sufrir, te hacen superarlo también. El frío me congelaba las piernas y me producía dolor, pero estaba decidida y nada me iba a hacer cesar en mi empeño. Avanzaba cada vez con más dificultad, la parte de abajo de mi cuerpo empieza a adormecerse y las fuerzas para continuar iban desapareciendo. Sabía que debería volver con Rose para decirle que dejé el trabajo, pero no quiero aceptar su oferta, al menos no por ahora. El tiempo parecía pasar con más lentitud que nunca y ni sabía siquiera a dónde iba. Acabé enfrascándome tanto en mis pensamientos que solo fui dejando que mis pasos me llevaran a no sé dónde. Tenía que dejar esa manía. Uno de mis sueños de pequeña había sido ser arqueóloga. Siempre me fascinó la idea de algún día poder viajar a Egipto y verme rodeada de ladrones de tumbas, torvos anticuarios y contrabandistas internacionales en una trepidante aventura en la que pudiera arriesgar la piel en la tierra de faraones. Haz lo que quieras y no dejes de quererlo nunca. Fueron las últimas palabras que alguien alguna vez me dijo. Puede que en el futuro pienses: ¿qué hubiera pasado si no lo hubiera hecho? ¿o si lo hubiera hecho mejor? ¿o peor? Y todo eso da igual, porque simplemente no pasó. Así que deja de preocuparte por lo que pudiera haber sido, y empieza a vivir lo que es. Pero eso me parecía inalcanzable ya, y lo tenía asumido. De todas formas, era mejor así. No me quedaba más remedio que volver, pero el problema era, otra vez, ¿cómo? Me había vuelto a perder. j***r. Entonces mirando a todos los lados de la calle, donde a lo lejos sonaba lo que parecían ser sirenas de policía y el resto era silencio, acabé sentándome en un jodido escalón de un portal cutre que allí estaba. Apoyé los codos en las rodillas, y mi cabeza en mis manos, intentando recordar el camino, pero nada. Y para colmo, no tenía ni móvil ni nada, y ni un mísero centavo para poder ir a una cabina de teléfono para llamar a Rose. Peor aún, ni siquiera me sabía su número aún. Esto era una mierda. Cada vez más cabreada, me levanté sulfurada y mirando a todos lados para encontrar algo que destrozar, vi una moto, ¡y qué moto!, pegada a la pared y el enfado pareció desaparecer. Otra de mis aficiones era el amor que sentía por las motos y todo lo que acarreaba. Para ser una chica me gustaba la mecánica, era difícil de creer, pero así tal cual. Cualquier tía normal me miraría mal, pero no me podría importar menos. Como poseída, me acerqué a ella, no sin antes asegurarme de que nadie me viese, y acariciando el manillar con la mano, no pude evitar inspeccionar cada pequeño elemento. Estaba tan absorta en la preciosidad que tenía aquí delante que ya me daba igual si alguien me veía o no. Lo más seguro era que ni me tuvieran en cuenta. Pues mejor. A lo lejos, una tenue luz de la farola alumbraba a un par de personas. Volví a concentrarme en la maravilla que tenía justo en frente y no es de extrañar cuando me sobresalté al escuchar una risita detrás de mí. Girándome bruscamente para encontrarme al gilipollas del otro día, no puedo evitar enfadarme otra vez, e incluso más aún. Decidida a soltarle uno de mis frescos, se me adelanta. —Si estuviera en tu lugar no diría nada, muñeca —parece divertirle la situación, no deja de sonreír y me pica la mano de las ganas que tengo de darle un guantazo. Entonces caí en la cuenta de que la moto era suya, mierda.  Menudo niño de mami. Pero aun así el guantazo no le vendría mal. Un guantazo por cada segundo que pasaba y no dejaba de sonreír. —¿Ahora te quedas callada? —Y se vuelve a reír entre dientes, como si le diese igual reírse en mi cara. Menudo gilipollas. Decidida a no seguirle el juego porque si no, acabaría partiéndole la cara ahí mismo, pasé de él y empecé a caminar sin siquiera saber hasta donde llegaré. Mejor se estará en cualquier sitio que cerca del subnormal éste. —Qué cobarde eres, muñeca. Huyendo.. —Frené en seco. ¿Y con qué derechos me venía a decir cobarde? Dándome la vuelta allí estaba cruzado de brazos, como si nada y mirándome con los ojos entrecerrados. Había una mierda de luz en la calle y apenas se veía nada, pero podía distinguir más o menos en condiciones las siluetas. Y claramente, la suya era inconfundible. —¿Te ha comido la lengua el gato, preciosa? Estaba autoconcienciándome de irme, de que lo que querían los tíos así era que les siguieras el juego, que no hacían otra cosa que reírse de una como lo habrían hecho con otras. —Que te den —fue lo único que dije negando un par de veces con la cabeza y seguí caminando, pensando en cómo podría llegar a casa. Pero al parecer no estaba contento con mi respuesta, porque cuando quise darme cuenta me había chocado con él y me faltó poco para caerme de culo. —¿Qué coño quieres? —Le dije mirándolo directamente, entrecerrando los ojos. Estaba cabreada y él me estaba tocando las narices más de la cuenta. —¿Así me tratas encima de que te iba a ayudar a volver a casa? Estás perdida y ni siquiera sabes a donde vas, así que no seas- —¿A qué juegas?—le dije sin miramientos. Me estaba hartando. Sin darle opción a que contestara, seguí—. Mira, dejemos un par de cosas claras. No me conoces, somos completamente distintos aunque no lo parezca y ni tienes por qué meterte en mi vida ni yo quiero meterme en la tuya. ¿Estamos? Olvídame. Y esquivándolo, seguí por donde iba, esta vez con pasos más firmes. No estaba dispuesta a aguantar una idiotez más. Y estaba claro que tenía cosas más importantes que hacer que soportar las tonterías del payaso ese. —No nos conoceremos, pero te lo admitas a ti misma o no, sabes que en el fondo somos más parecidos de lo que te gustaría. - Las horas pasaban y yo estaba más perdida que la vez anterior. Intentando sacarme esas malditas palabras de la cabeza seguí y seguí hasta que sin pretenderlo me encontré con el tío de Rose. —j***r, chica, qué susto nos has dado. Creíamos que te había pasado algo y Rose me mandó a buscarte porque ella salió con no sé quién. Asentí con la cabeza, aún aturdida. —Vámonos, ¿quieres que nos pasemos por algo de pizza? Llegó un punto en la conversación en la que dejé de escucharle. Lo único que quería hacer era salir de la que parecía ser mi mierda de vida. Y me di cuenta de que tal vez venir no había sido la mejor decisión; al fin y al cabo, este parecía el lugar donde todas las pesadillas se hacían realidad. O al menos las mías.
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