El calor que emana de su cuerpo es embriagador. Sus brazos se sienten fuertes a mi alrededor. Por un loco momento estoy tentada a recargar la cabeza sobre su pecho y escuchar los latidos de su corazón bajo mi oreja.
—Señorita. ¿Está usted bien? —pregunta, rompiendo mi pequeña burbuja.
—Sí, gra-gracias —susurro con cierta dificultad. No sé si aún estoy bajo los efectos del alcohol o es la presencia de este ardiente vaquero lo que me tiene mareada. Lo que sea, se siente bien, demasiado bien para mi propia seguridad.
—Tenga más cuidado, estos sitios no son para mujeres como usted —dice y se escucha molesto.
—¿Qué quiere decir con eso? —pregunto sin mostrar ninguna intención de apartarme de él.
—El bar no es un lugar seguro para una mujer, por lo menos no, si viene sola —responde.
—No estoy sola —me atrevo a decir. Es evidente que miento o de otra manera, no tendría que haber intervenido.
—¿De verdad? —su tono me resulta casi burlón—. No miro a nadie acompañándola —agrega con el ceño fruncido.
Otra risa tonta escapa de mis labios, ¿desde cuándo me comporto como una idiota? ¡Ah, sí! Desde que se me ocurrió entrar en un bar lleno de hombres, pedir una botella de ron y sentarme a beber como si estuviera en el parque.
—Entonces, ¿con quién está? —pregunta ante mi largo silencio.
Levanto la mirada y aprecio sus perfectas facciones. En la profundidad de sus ojos hay una promesa silenciosa que deseo escuchar.
—Pues ahora mismo, estoy con usted —respondo. ¡Sigo diciendo puras tonterías! Y eso parece hacer un clic en él. Me ayuda a incorporarme antes de apartarse. Me muerdo el labio para evitar protestar.
Él da tres pasos más hacia atrás lo que me deja una visión perfecta para apreciarlo.
Tiene un rostro casi perfecto, parece tallado por los mismísimos dioses. Una barba con recorte de candado que le hace ver exquisito y su cuerpo, ¡cielo santo! Es un pecado andante. Ese hombre debería ser ilegal.
—Por Dios, deje de mirarme de esa manera —sisea como un gato herido mientras sus ojos se clavan en los míos.
—¿De qué manera? —pregunto casi con inocencia. Más tarde, puedo culpar a la botella de ron que me he bebido.
—De esa manera como si fuera un trozo de carne, y…
—¿Y quisiera comérmelo? —lo interrumpo, terminando la oración por él.
¿De dónde carajo me salen tantas palabras? ¡Estoy coqueteando con un completo desconocido! Todo lo que sé de él, es que es el dueño del lugar.
—Está borracha.
—Quizá, pero no estoy ciega —digo dando un paso en su dirección. No aparto la mirada de su perfecto rostro, es tan llamativo. Justo lo que curaría un corazón herido.
—Tenga mucho cuidado con lo que piensa hacer, yo que usted no me atrevería a cruzar esa línea —advierte con los dientes apretados, señalando el piso.
—No veo ninguna línea marcada por aquí, ni por allá —señalo, viendo al suelo.
—Señorita…
—Los dos somos adultos —digo. Cierro la distancia, estiro la mano. Mi dedo se desliza por encima de su ropa, sobre su fuerte pecho—. Tan perfecto —murmuro, sintiendo un ligero escalofrío abrirse paso por mi cuerpo. Cierro los ojos mientras soy arrastrada por un manto oscuro y frío que me atrapa. Y aunque lucho para mantenerme despierta, fallo estrepitosamente.
Los rayos del sol se filtran por la ventana, es tan cálido e intenso que me obliga a cubrirme los ojos por la claridad. Un fuerte dolor me atraviesa el cráneo y un gemido lastimero escapa de mis labios.
—Cielo santo, ¿en qué diablos estaba pensando al beber como si fuera un macho experimentado en la bebida? —murmuro entre dientes.
—Es la misma pregunta que me he estado haciendo durante la última hora, señorita.
La voz ronca y profunda del hombre me hace abrir los ojos. Me olvido del jodido dolor de cabeza, giro el rostro demasiado rápido para mi gusto, pero no tengo ni tiempo de lamentarme al quedar frente al hombre que me salvó en el bar.
¿Nosotros…? ¿Qué hicimos anoche?
Niego con un rápido movimiento de cabeza y gruño ante la ola de dolor que me atraviesa de nuevo. Siento que los sesos me van a reventar.
—Lo siento —murmuro, ¡ni siquiera sé por qué me estoy disculpando!
Dios, no puedo ni pensar.
—Está bien, sobre la mesa le he dejado un vaso con agua y analgésicos para el dolor, cuando se sienta mejor, puede bajar al comedor —dice antes de salir de la habitación.
¿Cómo puede ser tan perfecto y tan cortante? Ese hombre parece caído del cielo. ¿Un ángel expulsado del paraíso?
Tengo que dejar de leer novelas. Esta clase de hombres solo existen en los libros, no son reales.
Me levanto de la cama y corro al cuarto de baño, me cepillo los dientes con el cepillo nuevo que encuentro, me lavo el rostro y arreglo mis cabellos lo más decente posible, salgo de la habitación para tomarme la pastilla y bajar al comedor. Tengo que saber quién es ese hombre. Por lo menos, conocer su nombre.
Sin embargo, cuando bajo, el comedor está vacío y sobre la mesa hay un plato de comida bastante apetitosa y una gigantesca taza de café tan n***o como mi suerte. Ah, y una nota.
Me acerco y la tomo para leerla en voz alta.
—“Espero que disfrute el desayuno, señorita. Buen apetito”.
¿Eso es todo? ¿Así termina nuestra noche de aventura?
Casi me río de mis pensamientos. ¿Qué aventura? Casi vomité encima de un hombre, coqueteé con un completo desconocido y para rematar, desperté en una cama que no es la mía.
Halo la silla y me siento delante del desayuno. Observo a mi alrededor, solo para darme cuenta de que mi salvador, no es hijo de cualquier vecino. Basta ver unas cuantas pinturas que deben valer una fortuna. Dos jarrones que por sus detalles parecen proceder de Egipto. Los muebles de madera con finos acabados. Este hombre es mucho más que el dueño de un bar.
Me encojo de hombros, me devoro el desayuno como si no existiera un mañana y antes de marcharme busco una pluma y un trozo de papel para dejarle una corta y directa nota como la suya.
“Lo espero esta noche a la misma hora y en el mismo lugar”