Fernando no estaba para putos juegos. La mierda que se estaba cocinando no era para bravuconerías o para perder el tiempo con moralismos de mierda. Tenía que apretar, hacer equipo con quien realmente pudiera hacer que esta guerra dejara de ser un infierno controlado para convertirse en una guerra que ganaran. Sin piedad, sin tregua.
Esa tarde lluviosa en un bar maldito del centro, iluminado por neones parpadeantes y con gente de dudosa reputación hundiéndose en tragos baratos, Fernando esperaba a alguien que podía cambiarlo todo. No era cualquier persona, sino una puta estratega, una mujer que no solo sabía mover piezas en el tablero, sino que sabía robustecer fortalezas y detectar traiciones en el segundo correcto.
La puerta se abrió entre el murmullo de voces y cervezas derramándose. E
