La ciudad no dormía, y Sofía tampoco. En la oscuridad de su departamento, las luces apagadas solo interrumpidas por el resplandor frío del celular, ella repasaba una y otra vez los documentos que le habían pasado. No era solo un caso más. Era una sentencia en suspenso, una apuesta de vida o muerte. Fernando le había pedido que entrara en el juego, a sabiendas de que entrar en esa mierda podía sepultar su carrera para siempre. Pero Sofía no era de las que se echaban para atrás. Se sentía atrapada en un infierno sin salida y, sin embargo, la rabia le quemaba por dentro. Había conocido demasiado bien cómo funcionaba el puto sistema—un engranaje podrido donde la ley era solo un traje bonito para ocultar la mierda. Y ahora, recién llegada a ese mundo sucio, tenía que jugar su partida sin per

