El sol apenas se asomaba por el horizonte, pálido y preocupado, como si también sintiera la mierda que estaba por explotar en Vértice. Los mercados despertaban nerviosos, con las pantallas parpadeando noticias que iban más allá de los números y los balances: algo estaba a punto de irse a la mierda y todos lo sabían.
Los inversores, gente que hasta hace poco tenía los bolsillos llenos y las sonrisas falsas listísimas para cualquier reunión, empezaban a mostrar señales de pánico. Porque más allá de cualquier cosa legal o familiar, el precio de las acciones de Vértice estaba desplomándose en picada, y con él, la confianza que les quedaba.
En un banco polvoriento del parque central, Lucas escuchaba atentamente a un grupo de socios que hacía murmullos que olían a puñaladas por la espalda y ap
