Los días siguientes, la paranoia aumentó. La vigilancia era máxima y cada movimiento en la empresa se sentía tan pesado como una bomba por explotar. Pero el equipo sabía que, pese a toda la mierda, estaban encontrando las grietas para acabar con la telaraña entera. Damián miró a sus compañeros, con la furia contenida y la voluntad a prueba de balas. —Esto no se trata solo de negocios, cabrones —dijo—. Se trata de honor y de ganar esta puta guerra con todos los huevos que nos quedan. Lucas, que veía todo desde su oscuro rincón, llamó para sumarse al operativo. —Si quieren tirar ese puto muro de mierda, necesitan a alguien metido en el sistema. Yo puedo entrar ahí, pero me tienen que cubrir las espaldas. Clara asintió, consciente de que cada aliado era un doble filo, pero la única apue

