Penétrame una y otra vez
La joven sentía el frío recorrer su cuerpo mientras se quitaba la ropa. Lo único que deseaba era que el tratamiento funcionara, aunque ya había perdido toda esperanza. Hacía un mes, el médico le había dicho que no serviría, que no había ninguna posibilidad de éxito. Durante semanas tomó los medicamentos con disciplina, pero al final se rindió. Se resignó a abandonar sus sueños, a dejar de lado el anhelo de una familia. Había renunciado incluso a ella misma.
No quería pensar más en ello cuando el hombre frente a ella, con un aire misterioso, le quitó la chaqueta con movimientos firmes. Esa noche, iba a entregarse a alguien que no conocía, a quien probablemente jamás llegaría a importarle. Sería su primera y última vez.
Soltó una risa amarga, observando al hombre que tenía enfrente. Quiso mirarlo a los ojos, pero se dio cuenta de que él también la estaba analizando detenidamente.
—Hazme lo que quieras —le susurraba una voz en su interior, pero el alcohol había anulado cualquier sentido de precaución. Se acercó a su oído y dejó escapar un profundo suspiro.
—Tu olor es tan misterioso como tú... —murmuró.
Él, como respuesta, rodeó su cintura con fuerza, atrayéndola hacia él sin previo aviso. A ella le pareció un juego brusco, y le devolvió la sonrisa, convencida de que estaban jugando el mismo juego.
La joven jadeó cuando él la empujó nuevamente contra su cuerpo, con una intensidad que la dejó sin aliento. Sus miradas se cruzaron, y entonces él capturó sus labios con un beso cargado de dureza. Sus manos recorrieron su cuerpo con descaro, sin ningún reparo, y ella, lejos de resistirse, lo permitió.
Podía sentir el fuerte sabor del alcohol en la boca del hombre, pero no le importaba. Ya no estaba allí para disfrutar, sino para despedirse de sus sueños por completo. Cuando él se apartó, dejándola recuperar el aliento, la miró con hambre, como si quisiera devorarla. Ella, sin pensarlo, apoyó una mano en su ancho y musculoso pecho, intentando calmar su propia respiración. Quiso sentir los latidos de su corazón, pero lo único que consiguió fue inclinar su frente contra la de él, buscando algo de equilibrio.
El hombre no dejó de tocarla, sus manos descendieron hasta sus caderas y la sujetaron con firmeza. Ella respondió llevándose las manos a su rostro, acariciándolo con cierta ternura mientras le daba pequeños besos en los labios.
Aunque él fingiera estar tan borracho como ella, no lo estaba. Nunca lo estaba, pero prefería que ella creyera lo contrario.
Ella le dio otro beso en los labios, luego lo miró con una expresión que él no logró descifrar. Le dio un pequeño golpe en el pecho, esta vez más suave.
—¿Te dolió? —susurró antes de acercarse nuevamente a sus labios. Le sostuvo la mirada, buscando algo en sus ojos.
Con una caricia en la mejilla, volvió a besarlo con lentitud. Estas palabras lo desconcertaron, pero no lo detuvieron. Desde que vio a esta mujer, sólo había pensado en llevársela a la cama. Esta noche sería suya, y no tenía intenciones de contenerse.
Con un movimiento rápido, la levantó en brazos y la llevó hacia la cama del hotel, blanca, sencilla, y algo barata. La colocó al borde del colchón y comenzó a desnudarla con determinación. Mientras le quitaba la camiseta negra, las manos de ella buscaron sus pantalones, con torpeza pero con decisión.
—Déjamelo a mí —murmuró él, apartando sus manos con suavidad, pero sin titubeos. No iba a arriesgarse a que algo saliera mal. Se encargó de todo con una eficiencia que ella no esperaba.
Una vez que ambos estuvieron despojados de gran parte de la ropa, él volvió a besarla, esta vez con mayor intensidad. Las manos de la joven, entre caricias y jalones, se enredaban en su cabello. Él no podía evitar disfrutar de esos gestos, aunque no quería dejarse llevar más allá de lo físico.
Sin perder tiempo, abrió el broche de su sujetador con un movimiento firme. El ligero temblor en sus manos no pasó desapercibido. Él frunció el ceño, atribuyendo el temblor a la lujuria del momento, pero una sonrisa apareció en su rostro al confirmar que esta mujer no era como cualquier otra.
Una de sus manos exploró el pecho recién liberado de la joven, mientras la otra bajaba hacia su ropa interior, jugando a encenderla aún más. Los gemidos de ella eran tragados por los besos que él le daba. Esa noche era diferente. Esta mujer, a quien había encontrado al azar, no se parecía a ninguna con las que estuvo.
Él apartó sus labios de los de ella y continuó su camino hacia abajo, despojándola de la última prenda que llevaba. No quería detenerse ni un segundo más. La urgencia que lo consumía era casi incontrolable, y aunque solía tomarse más tiempo, esta vez sólo deseaba estar dentro de ella.
No había espacio para la delicadeza. Esta noche sería suya, y él no se detendría.
Un gemido ahogado escapó de los labios del hombre cuando se dio cuenta de que incluso sus piernas estaban empapadas. No necesitó redirigir su atención; ya estaba completamente estimulado. Ajustó su postura y la miró con intensidad.
Ella cerró los ojos con fuerza, mordiéndose el labio inferior. Parecía que iba a desmayarse, pero en lugar de eso lo aferró con firmeza. El hombre no pudo soportar más la visión y, sin pensarlo, se impulsó hacia adelante.
Ella estaba tensa, sus músculos rígidos. Mientras él besaba lentamente sus labios, intentó avanzar una vez más, pero encontró un obstáculo. Frunció el ceño, rompió el beso y le susurró al oído, con un tono suave pero firme:
—Relájate.
Ella intentó obedecer, aunque un dejo de miedo se reflejaba en sus ojos cerrados. Cuando sintió que su cuerpo cedía un poco, él retomó su avance, agarrando sus labios en un beso más profundo y decidido. Esta vez empujó con más fuerza, y finalmente logró romper la barrera. Sin embargo, su ceño se frunció nuevamente al escuchar el gemido ahogado que salió de ella. Ese sonido no era de placer, era de dolor.
El hombre se quedó inmóvil, congelado en su lugar. Sus ojos recorrieron su rostro y notó una lágrima deslizándose por la comisura de su ojo cerrado.
"Sigue dentro de mí", pensó ella, conteniendo el aliento y el dolor. "No se mueve, pero sigue ahí".
Abrió los ojos de golpe al sentir que él la observaba. Sin dudar, lo abrazó más fuerte, mientras otra lágrima resbalaba por su mejilla.
—¡Carajo, duele! ¡No pares! —exclamó ella, ignorando las emociones que parecían desbordarla.
Él la miró sorprendido, pero no por mucho tiempo. Después de todo, no la había obligado a nada, aunque tal vez contar con que estaba ebria podría interpretarse diferente. Decidió moverse con más lentitud, y a medida que lo hacía, el cuerpo de ella comenzó a relajarse. Un escalofrío recorrió su columna mientras se dejaba llevar por las sensaciones.
Cuando ella lo envolvió con las piernas, él aceleró, notando que el dolor había desaparecido de su rostro.
Cediendo a la intensidad del momento, el hombre apagó sus pensamientos y se aferró con pasión a sus labios. Ella gemía cada vez más alto, dejando escapar sonidos que lo encendían más. Su cuerpo reaccionaba de una manera que no podía ser de alguien inexperta, y él se dejó llevar por completo.
En un momento, ella rompió el beso, jadeando mientras intentaba recuperar el aliento.
—Espera un segundo, amor —dijo entre gemidos.
Sin detenerse del todo, él dejó que sus besos viajaran hasta su cuello y luego más abajo. Cuando sus labios alcanzaron sus pechos, ella soltó un grito. Esta vez, no era de dolor, sino de puro placer. Él volvió a besarla profundamente, y sus ojos captaron un destello salvaje en los de ella. Eran de un color avellana brillante, ahora encendidos por la pasión. Supo que estaba al borde de un orgasmo, y eso lo impulsó aún más.
Los gemidos de ella se volvieron un eco constante, y él sentía cómo el placer lo consumía. Dio sus últimas embestidas, moviéndose con fuerza. Cuando ella se arqueó debajo de él, convulsionando y gritando de placer, él dejó escapar un gruñido salvaje, alcanzando el clímax al mismo tiempo.
Ambos quedaron exhaustos, él desplomándose a su lado mientras trataba de recuperar el aliento. Miró su rostro, notando que ella aún jadeaba suavemente. Pensó que pronto se desmayaría, como tantas otras antes de ella. Y como siempre, él se marcharía.
Sin embargo, algo lo desconcertó. Ella no se quedó tendida como había supuesto. En cambio, se incorporó lentamente, buscando su ropa. Con movimientos meticulosos, se puso el sujetador, la ropa interior y sus demás prendas. Él la observaba en silencio, perplejo.
Cuando ella se recogió el cabello desordenado y se puso la chaqueta de cuero, volteó hacia él. No había mucha expresión en su rostro, pero le dedicó una sonrisa tenue. Se acercó despacio, puso una mano en su mejilla y le dio un beso suave, fugaz.
—Gracias —dijo simplemente.
Él parpadeó, confundido, mientras ella se daba la vuelta para salir. Esa despedida no se parecía a ninguna otra. Por primera vez en mucho tiempo, se quedó pensativo.
"¡Mierda!", pensó mientras se ponía de pie apresuradamente. No había usado protección. Maldijo en voz baja y agarró su teléfono.
—Síguela ahora mismo —ordenó a alguien del otro lado de la línea—. Averigua dónde vive y mantente al tanto.
Mientras colgaba, dejó escapar un suspiro frustrado.
"¿Qué carajos me está pasando?", pensó, sabiendo que algo había cambiado en él. "No quiero enredarme otra vez… no con otra maldita mujer".
Y, sin embargo, sabía que no se arrepentiría.