Betty miró absorbida en el asombro los dibujos que Rafael le mandó a su celular a Viviana. Eran precisos, detallados, en blanco y n***o "como es en los sueños", tal cual le subrayó en sus envíos su amigo. Ella rascó sus pelos con incredulidad.
-¿Es como en tus sueños?-
Viviana sorbía con afán un delicioso surtido y mordía galletas de soda. -Ajá, excepto lo de las manos y la sangre-, dijo ella.
-No he visto antes esas calles, ¿será en Perú?-, preguntó desconfiada Betty.
Era verdad. Eso no lo habían pensado las dos amigas. Esas calles podrían ser de otro país.
-Mi mamá dice que en su otra vida fue posiblemente una princesa árabe, muy lejos de aquí-, recordó Viviana. Sin embargo Betty defendió su hipótesis con encono. -No, no, no, si estás reencarnada de alguien, debe ser de un tiempo cerca, yo sigo creyendo que esa persona murió el día que naciste, pero lo que sí, también, es que podría ser que haya muerto en otro país, en una ciudad muy lejana-, le enfatizó mirando fijamente a su amiga.
Convencidas, finalmente, que debían continuar adelante, Viviana y Betty decidieron reanudar, primero, sus caminatas por calles antiguas, barrios tradicionales y distritos añejos de la gran Lima. En una librería hicieron copias en papel bond de los dibujos de Rafael y luego fueron caminando por distintos calles y callejuelas, bromeándose y tratando de pasarla bien, aunque la angustia por dar, de una vez, con algo que se le pareciese en los bocetos, las aupaba a ser perseverantes.
Recorrieron muchas calles, largas esquinas, tétricos edificios, corralones peligrosos y hasta desafiaron callejones de mala reputación, sin mayor éxito.
-Las calles están cambiando, hay muchos edificios modernos-, se lamentó Betty.
Los barrios más tradicionales de Lima se habían convertido, a su vez, en tierra de nadie. Los delincuentes pululaban agazapados en callejones y esquinas y miraban a las dos jóvenes de pies a cabeza, seguramente constatando si llevaban algo de valor. Viviana y Betty habían escondido sus celulares y joyitas en sus calzones.
Fueron por el Rímac, Barrios Altos, Cercado y La Victoria y nada. Ninguna calle se parecía a los bocetos de Rafael.
Cansadas y abatidas, al llegar a Lince, decidieron almorzar. -¡Me muero de hambre! Me comería hasta un caballo-, dijo Betty.
-En caballos no más piensas-, dijo, con doble sentido, Viviana.
-Je je je, me gustan los buenos caballos, pues-, se defendió Betty.
-¿Terminaste siempre con Raúl?-, preguntó Viviana, probando de la cazuela que le habían servido.
-Sí, es un zonzo, dijo Betty, voy a salir ahora con su hermano Guillermo-
-Eres una bandida-, la resondró su amiga.
Fue cuando le trajeron, a ambas, el segundo. Viviana había pedido un seco de carne y a Betty se le había antojado arroz con milanesa de pollo y papitas fritas. El mozo les sirvió, alcanzó mostaza, kétchup y ají y cuando se dispuso a recoger los platos de sopa, le llamó la atención los bocetos. Sonrió entre sus abundantes mostachos canos.
-Qué bonitos dibujos, ¿Ustedes los han hecho? Ese edificio es igualito donde trabajaba Macedo, aquí venía siempre a almorzar-, les dijo sin despegar la mirada a los bocetos.
Viviana y Betty se miraron estupefactas.