Capítulo 12

1686 Palabras
Los escándalos en Palacio de Gobierno seguían día a día, con graves denuncias, delitos evidentes y hasta acusaciones comprometedoras, sin embargo, el congreso no solo era pusilánime para conseguir la vacancia o suspensión presidencial o la censura a los ministros implicados en la corrupción, sino que era manejado por parlamentarios afines a Ibarra. Taponeaban las denuncias constitucionales, contaban con los votos suficientes para evitar la destitución del presidente y se blindaban entre ellos y a los funcionarios envueltos en todos esos actos de corrupción. Pagos escandalosos, presupuestos inflados a vista y paciencia del portal transparencia, y denuncias que iban y venían, implicando al poder, se amontonaban a cada hora, sin embargo, la fiscalía no podía actuar ni conseguir órdenes de detención preliminar porque hasta el poder judicial era afín a Ibarra. Nancy Gutiérrez conversó con un especialista en los temas de corrupción en el poder. -No es de ahora. La maquinaria montada por Ibarra se fue gestando muchos atrás, copando los puestos importantes en las esferas vinculadas al manejo del país. Empezaron por el jurado de elecciones, se afianzaron en el ámbito judicial, pusieron a su gente en los puestos claves de los ministerios y lo que fue más importante, lograron ubicar a los generales y mandos que le eran sumisos en todas las armas. Ibarra no solo tiene el poder en el gobierno, también en las fuerzas armadas-, le fue explicando el entendido, detalle a detalle, a la fiscal. Ella supo, entonces, que estaba enfrentando a un pulpo enorme, bien atrincherado, con respaldo suficiente para seguir haciendo de las suyas enquistado en el poder. -¿Por qué no mandarlo a la cárcel? Tenemos presunciones suficientes para solicitar, al menos, una prisión preventiva-, le preguntó su secretaria cuando juntas degustaban de té y galletas, en la oficina de Nancy Gutiérrez. -El problema es la constitución, respondió la fiscal, sorbiendo la infusión con deleite, prohíbe demandar o acusar al mandatario- -¿O sea que puede robar a su gusto?- -Sí, de acuerdo a la constitución, recién se le puede acusar y encerrar al terminar su mandato, cuando el presidente vuelva a ser un ciudadano normal. Lo que puede sacarlo es el delito de traición a la patria o que el congreso lo destituya por incapacidad moral -, detalló Gutiérrez. -No entiendo, protestó Techi, entonces tiene luz verde hasta para matar- -Así es, cosas de la constitución-, sentenció también enfadada Gutiérrez. -¿Qué hacer, entonces?-, preguntó la secretaria. -Una acusación constitucional presentada al Congreso, pero para eso debemos probar, en forma fehaciente, los delitos cometidos-, subrayó la fiscal. Su secretaria solo movió la cabeza disgustada. Nancy Gutiérrez rearmó su equipo de fiscales y encargó ser aún más audaces en sus investigaciones y diligencias. Les recordó que Terrazas fue eliminado por estar cerca de tumbar a la mafia enquistada al poder. Sin embargo, la tarea comenzó a complicarse aún más. Tenemás seguía borrando evidencias con celeridad y precisión e Ibarra ordenaba eliminar los cabos sueldos. Una noche fue encontrado muerto en su casa uno de los inversionistas, un sujeto que había conseguido contratos millonarios en unos poblados aportados de la selva. Había dicho a la prensa que era inocente y que mostraría los documentos que involucraban al ministro Pérez. -Él fue quien hizo los contratos. Yo solo fui un peón más en todo esto-, había dicho a los periodistas, en un arranque de pavor porque le habían asegurado que podría ser condenado hasta por 25 años de prisión por haber coimeado a funcionarios del estado y conseguir la licitación. La policía lo halló sentado en una silla, frente a la cocina, con la válvula de gas abierta al máximo y las ventanas taponeadas con cinta adhesiva. -¿Un suicidio?-, preguntó Doris Mejía, la fiscal que reemplazó a Bruno Terrazas en la misión de perseguir a la organización criminal que encabezaba Ibarra. -El policía asintió. -Pero no hay cartas, documentos, nada. Se llevaron todo-, remarcó el oficial. -O sea, se mató porque no aguantaba más su conciencia y no se despidió ni de su familia, no encaja-, se molestó Mejía. Lo peor fue que Gutiérrez descubrió que en su propio equipo de fiscales habían topos. Méndez, otro de los ministros fieles a Ibarra, dijo a los periodistas que -las carpetas fiscales abiertas a nuestro presidente no tienen sustento legal, no hay cohecho, colusión ni tampoco participó en los ascensos irregulares en las fuerzas armadas- La fiscal se indignó. -¿Cómo sabe cuáles son las carpetas que hemos abierto?-, preguntó a todo su equipo. Hubo silencio. Nadie dijo nada. Furiosa Nancy Gutiérrez se dio vuelta y llamó a su secretaria a su oficina. -Nos están traicionando, Techi-, se indignó. Su secretaria pasó el lapicero por sus pelos. -¿Nombrará otro equipo?-, preguntó. -No lo sé, no lo sé-, se resignó en la impotencia, la fiscal. ***** A Jonathan no le hacía gracia que Viviana estuviera abocada a descifrar sus pesadillas, incluso decía que eran una tontería y le molestaba, sobremanera, que estuviera tanto tiempo con Betty. Es más, la amiga de Vivi le caía muy mal y la consideraba demasiado antipática, engreída y pedante. Todas las noches llamaba a su enamorada y le decía que dejara de verse con Betty y le dedicara más tiempo a él. -Betty es mi mejor amiga y yo la quiero mucho-, la defendía con terquedad Viviana. -Ya no nos vemos como antes. En los entrenamientos te vas corriendo y lo único que sabes hablar son de tus cursos y esas pesadillas que a nadie le importa-, protestó molesto Jonathan. -No es cierto, argumentó Viviana, el sábado pasado fuimos al cine y a bailar. Lo que pasa es que quieres que yo esté siempre a tu lado, pero tengo mi vida propia- -Una golondrina no hace un verano. Antes nos veíamos todas las noches, ahora solo sales con Betty-, siguió reclamando su enamorado. -No es verdad, insistió enojada Viviana, en los entrenamientos hablamos mucho, nos sentamos en las gradas. Tú quieres que te esté besando a todo rato, eso es lo que pasa, pero yo también quiero tiempo para mí- Las protestas de Jonathan se repetían no solo en el móvil, sino también en las prácticas de atletismo, la buscaba, hacía trotes con ella, la distraía y no la dejaba que trabajara con las vallas, incluso su entrenadora le reclamó molesta. -Deja en paz a la jovencita que está entrenando-, ordenó con voz militar. -Esas pesadillas no me dejan en paz, a ti no te pueden importar pero a mí sí-, le aclaró Vivi cuando comían un pan con chorizo después de los entrenamientos vespertinos. -Yo soy tu enamorado, me debes todo tu tiempo-, subrayó enojado Jonathan. Viviana pasó la manga de su buzo deportivo por su boca. -Estás loco, yo no soy tu propiedad-, le dijo y se marchó furiosa. Dejaron de hablarse algunos días, hasta que Jonathan le mandó un mensaje de texto a su w******p, disculpándose. -Fui un idiota-, le escribió con un emoji de un corazoncito. Viviana contestó con una carita feliz. Ese viernes bailaron hasta pasada las 2 de la madrugada. Viviana se mostró encantadora, romántica, dulce con su enamorado y hasta dejó que le agarrara las nalgas, cuando bailaban una salsa sensual. Ella, en realidad, le gustaba mucho Jonathan y no quería perderlo, por lo que aceptó ser sumisa ante él. También evitó hablarle de sus pesadillas. Ya había notado que se enojaba o incomodaba cuando le contaba que esos sueños seguían asaltándola noche tras noche. El tampoco quería saber nada de la reencarnación y esas cosas. Renegaba. -Uno se muere y punto final, se acabó-, mascullaba enfadado. Y por último, ya no coincidía con Betty ni en la Videna ni en su casa por el temor que Jonathan las viera juntas. Prefería reunirse con su amiga en la universidad y citarse lejos del barrio para contarse sus cosas. -Así no vale, más parece que fuera yo tu amante-, se reía feliz Betty. A Viviana le gustaban mucho las ocurrencias de su amiga, siempre divertida y carcajeándose de ella. -¿Tú sabes cómo es el caballo de Drácula?-, le preguntó Betty esa tarde comiendo hojuelas de papa frita. Viviana se extrañó e igual se alzó de hombros. -Ni idea, loca, ¿Cómo es el caballo de Drácula?- -Pues ¡un pura sangre, tarada! ja ja ja ja-, estalló en risas Betty. Viviana le jaló el palo furiosa. -Cada día estás más loca-, chilló Vivi presa de la risa. Para mantener en paz la fiesta con Jonathan, Viviana empezó a salir con él los viernes y sábado por las noches, después de entrenar y los domingos hablaban toda la mañana por video conferencia. -Ese enamoradito tuyo es bien cargoso-, le reclamó su madre. -Es engreído, aceptó Viviana, pero es buen chico- -Cuidado que por estar pensando en ese chico te jalen en los cursos de la universidad, ya estás en la mitad de la carrera y no debes descuidarte-, le recomendó su mamá con resolución. Ese era otro problema para Viviana. Andaba mal en sus notas, en varios cursos, y parecía que podía terminar llevando materias a cargo. -Pesadillas de mierda-, le susurró a Betty en el examen de legislación penal. -¡Señorita Rodríguez, silencio!-, la escuchó el profesor. Las pesadillas, sin embargo, seguían siendo cada vez más evidentes y claras. El revólver de la mujer era pequeño y salía de la cartera de ella. Eso lo vio. Una cartera antigua, de hacía dos décadas atrás. Encajaba. Esa tarde vio en el internet que era una de cuero de marca pero que ya había pasado de moda, justamente veinte años atrás. Viviana sacó una impresión y se la mostró a Betty. -Veinte años exactos, dijo su amiga sintiéndose triunfadora, los que tú tienes ahora- -Me mataron en la otra vida y nací yo. Y ahora esa alma de mi vida anterior quiere venganza-, resumió Vivi. Eso no le gustó a Betty. La miró tensa y dibujó pavor en sus ojos. -¿Y se te vuelven a matar?-, preguntó. Viviana suspiró, exhaló miedo y sintió su piel de gallina. -Sería morir dos veces...-
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