Capítulo 13

1238 Palabras
A Helena le gustaba demasiado Macedo. Lo veía muy varonil, seguro de sí mismo y sobre todo, posesivo. A ella le gustaban los hombres así, que la dominen, que la hagan sentir sexy y sensual y que se aprovechen de ella, de sus rincones más alejados e íntimos. Además lo que le hervía la sangre de pasión era que lo estaba investigando, sabiendo de él, de sus actividades y le excitaba que estuviera tras la pista de Ibarra. Mientras más intentaba averiguar de él, más le gustaba su forma de ser, su audacia en contemplarla de pies a cabeza e imantarse en sus ojos. Ella, incluso, por tratar de llamarle la atención, se ponía vestidos atrevidos, cortos y zapatos con tacos altos. Y a él le encantaba, porque podía saciarse mirándole afanoso las piernas, las nalgas y los escotes. Las citas que tenían, y que se venían haciendo cotidianas, eran justamente eso: mirarse, contemplarse, ansiarse y prender las hornillas de los deseos. Macedo deseaba besarla y acariciarla y ella se deleitaba mirando la forma cómo le contemplaba las piernas y el escote, incluso la cintura cuando iba a retocarse al baño. Siempre lo sorprendía mirándole cuando se meneaba rumbo al tocador y eso le hacía sentir más ganas de él. Fueron varias las veces que le interrogó sobre la documentación que tenía del general Zevallos. -Voy a tumbar a esos pelafustanes que están en Palacio de Gobierno-, le decía con satisfacción. Cuando empezó a anotar lo que había averiguado, se convenció que Macedo tenía mucha información pero que estaba esperando el momento propicio, quizás, para hacer explotar esa tonelada de dinamita que había reunido bajo los pies de Ibarra. Sin embargo los pensamientos y sueños de Helena le pertenecían a Macedo y a ella le gustaba eso. Lo veía siempre varonil, impactante, atractivo, delante de ella, como un toro o un potro deseoso de sexo. Eso sentía. Helena percibía su cuerpo hecho un volcán cuando lo veía o escuchaba su voz. Jamás había sentido antes una sensación así, por el contrario siempre fue una mujer cautelosa, suspicaz, distante de cualquier hombre con el que se involucraba. Y habían sido muchos, pero con Macedo todo su mundo estaba, literalmente, puesto de cabeza. -¿Habrás tenido muchas mujeres?-, le preguntó esa vez que iban por El Olivar de San Isidro. -No, solamente algunas-, dijo él tratando de ocultar sus cuitas anteriores. Helena adivinó que mentía. Y se interesó más. -¿Qué te gusta más mirar a una mujer?-, le interrogó, tratando de mantenerse calma, aunque no lo podía. Su cuerpo hervía de pasión y su sangre chapoteaba de ansias. -Las piernas-, dijo él. Ella ya lo sabía, pero escucharlo la hizo sentir mucho fuego en sus muslos, ansiosa de que él los acaricie, bese y hasta lo lama. Sobó sus rodillas con ansias desbordadas. Sus pezones se pusieron muy duros. -Entonces te gustan las minifaldas-, lo desafió. Macedo solo estalló en carcajadas y él le preguntó, entonces, con cautela. -Y tú qué es lo primero que ves en un hombre- Ella echó a reír con coquetería y sensualidad. Macedo fue, ahora, quien sintió el fuego calcinándole su ser. -Los labios. Me encantan los labios muy varoniles-, dijo al fin. Ambos estaban hechos una intensa fogata y aún no lo querían aceptar. ***** Después del intenso entrenamiento en la Videna, Viviana y Jonathan corrieron hacia la entrenadora que ya tenía en su tablet, la lista de los convocados para el Sudamericano de mayores. Se formó una enredadera y se hizo una selva de murmullos, empujones y risotadas largas. -¡Cállense!-, se molestó, entonces, Susana Falcón, la entrenadora. Cuando todo se calmó y apenas se escuchaba el cántico de los pajarillos, volvió a hablar. -El reglamento de la federación es claro: solo clasifican los que han hecho los tiempos y marcas solicitados. Todos ustedes saben sus registros así es que no habrán sorpresas- Jonathan cogió la mano de Vivi. Empezó a temblar. Ella se sorprendió. Su enamorado era siempre tranquilo, sereno, pero ahora estaba alterado y le contagiaba su temor. La entrenadora fue enumerando a los convocados para la selección y se detuvo en 100 metros con vallas. -Aunque ha estado muy floja, últimamente, sigue siendo la mejor. Con este registro estará peleando la medalla de oro y hasta batir el récord nacional y por qué no, establecer un primado sudamericano-, detalló enigmática. Las amigas de Viviana, que eran todas, empezaron a aullar y hacer silbidos, fastidiándola. Ella se azoró como siempre, y se puso roja como un tomate. -Viviana Rodríguez, pero tendrás que entrenar mucho más-, anunció, finalmente Susana Falcón. Hurras, vivas, abrazos, besos y todo lo demás, pusieron aún más turbada a Vivi. -Confíe en mi, entrenadora-, musitó ella finalmente, aún aturdida. Jonathan le dio un gran beso en la boca a Viviana y todos gritaron "¡Uuuuuuuuhhhhh!", lo que disgustó más a la entrenadora. Finalmente dio a conocer a los convocados en salto alto y no estaba Jonathan. Ese fue un duro golpe para Viviana y sobre todo para Jonathan. Sin embargo, la entrenadora había sido clara: "solo estarán los que tienen los mejores registros". Y las marcas de él habían sido no solo bajas, sino pobrísimas. La desilusión fue enorme en Jonathan. Bajó la mirada al piso, murmuró algunos cosas y se marchó cabizbajo, de prisa. Viviana tuvo que correr para alcanzarlo. -No te desalientes, ya habrán otros torneos internacionales-, intentó animarlo. Jonathan sin embargo estaba deprimido. -Es injusto, entrené mucho-, se quejó. -No es el fin del mundo, con el tiempo mejorarás tus marcas, podrías ir, incluso, a los Panamericanos o hasta los Juegos Olímpicos-, intentó nuevamente consolarlo Vivi. Fue cuando Jonathan se volvió bruscamente hacia ella. -Todo esto ha sido por tu culpa-, le disparó furioso, hundiendo el dedo en su pecho. Viviana quedó petrificada. -Tú y tus pesadillas de mierda, tus notas bajas en la universidad, tus salidas los fines de semana con Betty, te olvidaste que yo existo, carajo-, empezó a hablar groserías. Viviana estaba aturdida, sin saber qué responder. -Tú dices que soy egoísta pero en realidad tú eres más egocéntrica que yo, a ti no te importan los demás, solo interesas tú-, continuó ametrallándola sin respiro, hiriéndola. Al fin Vivi reaccionó. -¿Por qué iba a tener la culpa yo? Yo no soy la que salta, eres tú...-, reclamó, pero Jonathan la cortó. -Te quería a mi lado y no estuviste, eso fue lo que pasó-, ladró Jonathan y la empujó a Vivi, luego se marchó enfadado. Viviana quedó boquiabierta viéndolo perderse por la explanada, poniéndose su maletín al hombro. Cuando al fin recuperó el aplomo, Vivi llamó a Betty. -¿Eso te dijo ese imbécil? ¡Qué tarado!-, la defendió su amiga, pero Viviana empezó a llorar en forma copiosa. -Dijo que yo no estaba en su lado, Betty, y es verdad lo dejé solo-, sollozaba, llorando a raudales, culpándose de lo ocurrido. Betty se sintió impotente por estar lejos de su amiga en esos amargos instantes. -No llores, Vivi. Ha estado sulfurado, los hombres se sulfuran, gritan, hablan cojudeces, tranqui, amiga, tranqui-, le imploró sin saber qué hacer. Viviana colgó y fue llorar su pena en los baños de la Videna. Ya en la noche, Vivi y Betty lloraron juntas, tomadas de la mano, tratando de ponerle un parche a la inmensa herida abierta en el corazón de Viviana que le había provocado Jonathan.
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