El primer beso de Macedo a Helena fue una noche que caminaban juntos por una calle estrecha y desolada de Miraflores. No pudo resistirse y la tomó de los brazos y le estampó un beso en la boca, con mucha pasión, desbordando todos sus deseos y ansias sobre ella, chupó sus labios igual a un caramelo y corrió sus brazos hacia la cintura. Ella al principio se resistió pero después dejó caer sus brazos y también disfrutó del ósculo con encanto, dejando desbordar el fuego que la calcinaba y la volvía una tea intensa y de inmenso fuego.
Sin embargo, al instante, repentinamente ella le dijo molesta, -Eres un atrevido-, detuvo un taxi y se marchó, dejando con la boca abierta a Macedo.
Mauro, en realidad, estaba muy enamorado de Helena. Le encantaba contemplarla, admirar su belleza. Estaba cautivado de sus ojos serenos como un lago, de sus labios rojos, igual a una manzana madura que ansiaba mordisquear y probar hasta quedar ebrio de su dulzura. Le encantaba mirarle el escote que redondeaba el vestido estrecho y sobre todo, admirar sus piernas tersas, torneadas, sedosas y firmes. Todas las veces que paseaban, Macedo le pedía a Helena sentarse en las bancas, recostarse a barandales, tomar un café o un helado con el fin de contemplarle las piernas e imantar sus ojos en sus muslos, los que ansiaba acariciar y lamer con vehemencia.
A ella, además, le gustaba que Mauro Macedo la desnude con los ojos. Le fascinaba sentir su mirada en sus curvas, en su escote, en sus piernas y le apetecía aún que sus ojos, en forma audaz, fueran a sus recónditas intimidades, llegando a lugares desconocidos. Sentía hervir su sangre y convertirse en torrentes en sus venas, chapoteando con deseos y ansias para que él la hiciera suya. Y Helena quería entregarse, que él saboreara a sus anchas, sus máximos encantos.
Todo era bello en Helena. Incluso cuando veían las vitrinas de las tiendas, Macedo retrocedía unos pasos para contemplarle la cintura y las nalgas que, difícilmente podían contener sus estrechos vestidos. Y a ella le encantaba demasiado esa audacia.
Macedo le envió muchos mensajes de texto pidiendo disculpas pero ella se hacía de rogar, no contestaba el número y prefería dejar timbrar el celular mordiéndose los labios, sobando sus muslos y sintiendo su cuerpo un torbellino de deseos por él.
Por fin contestó. -Fuiste muy atrevido-, le susurró con su vocecita dulce, suave, melódica y sensual.
-Te invito a cenar para disculparme-, pidió Macedo.
-Ya pues, tengo mucha hambre-, respondió ella divertida.
La segunda vez que se besaron, fue ella la que se abalanzó al cuello de Macedo y lo besó con mucha pasión y encono, con ansias y deseos desesperantes. Le mordió la boca, saboreó la lengua de él y hasta apretó sus senos emancipados en el estrecho vestido sobre él. Macedo sintió, entonces, el fuego de ella y también dejó desbordar su ímpetu y vehemencia por poseerla. Se besaron tanto que quedaron convertido en cenizas.
Así los besos se repitieron en toda ocasión. En el cine, en el parque, paseando por Miraflores. Y ella estaba feliz, sintiendo tanto fuego, tantas llamas calcinando su ser.
Macedo le dijo entonces para ir a un hostal con jacuzzi para pasarla bien y conocerse mejor.
A Helena le encantó la invitación, más cuando dijo "pasarla bien". Su corazón se aceleró en el pecho, se volvió un potro desbocado y tuvo deseos de que conquisten sus curvas interminables.
-¿A qué te refieres con conocernos mejor?-, dijo ella tratando de mostrarse inocente.
-A eso, a conocernos íntimamente-, insistió Macedo divertido.
-Ya pues-, dijo ella emocionada.
Helena había descuidado todo por pensar en Macedo. Sus pesquisas, sus investigaciones, los vínculos que Macedo podría haber descubierto de Ibarra y la mafia enquistada en el poder. Pérez la llamó para saber qué sabía del abogado.
-Sabe todo-, dijo apenas ella, sin saber, en realidad, lo que decía, saboreándose, aún de los besos de él, sacudiéndose extasiada en la cama.
Pérez solo resopló angustiado. -Vaya-, masculló y colgó.
Helena extasiada, sumida en las ansias de que Macedo la bese y acaricie, dejó caer al suelo su celular y se envolvió en la frazada.
*****
Viviana intentó vanamente convencer a Susana Falcón para que convocara a la selección a Jonathan. la entrenadora se puso furiosa. -Les dije que el reglamento es estricto, solo están en el equipo los que hacen las mejores marcas. Esta no es un club de amigos, es la selección nacional de atletismo y por eso solamente pueden estar los mejores y eso usted lo sabe, señorita Rodríguez-, le aclaró con resolución.
-Jonathan descuidó sus entrenamientos por mi culpa, yo no le apoyé como se debe-, intentó justificarlo Viviana, pero eso enojó aún más a la entrenadora.
-No seas boba, Vivi, Jonathan ya es grandecito para decir que no tuvo apoyo. Lo que pasa es que cree que el mundo está a sus pies, que es el eje del planeta y que todos deben rendirle pleitesía, pero así no este negocio, aquí solo avanzan los que se esfuerzan y hacen buenas marcas. No se regalan las clasificaciones-, le subrayó y se marchó.
Pese a que estaba herida en su orgullo, Viviana intentó comunicarse con Jonathan. Le mandó varios mensajes en su texto, pero solo recibía como respuesta un emoji con una cara furiosa.
-¡Mándalo a la mierda!, se enojó Betty, tú has hecho más que nadie por él, lo has apoyado y has estado con él. Es un engreído, hombres así no valen-
Viviana, sin embargo, no hacía más que llorar como una Magdalena y se culpaba porque Jonathan no estaba en el equipo que afrontaría el Sudamericano. -Malditas pesadillas-, se lamentó entonces.
Eso disgustó mucho más a Betty. -Escucha bien, Viviana, tú no eres propiedad de Jonathan. Tú tienes tu propia vida y debes resolver, primero, las cosas que te afectan. Yo te pregunto ¿acaso él te ha ayudado en algo, aunque en una mísera cosa, con tus pesadillas, tus malas notas en la universidad o cuando estabas de capa caída en tus prácticas de atletismo? Nada, absolutamente nada. Es que todo es él y nada más que él. Para Jonathan tú eres solo su perrita faldera. Debes mandarlo al diablo a ese idiota-
Betty tenía razón. Jonathan siempre se mofaba cuando Vivi le contaba de las pesadillas que la tenían al borde del colapso y demasiado afectada. Solo hablaba de él, de sus marcas y de las fiestas y bailar en las noches. Y cuando le decía que sus notas estaban bajas en la universidad le cambiaba la conversación para decirle que se había comprado un celular "mostro de tres lucas" y que era la envidia de todo el barrio.
Herida como estaba por el tácito rompimiento con Jonathan, esa noche Viviana tuvo la peor de sus pesadillas. No solo fueron los disparos y la sangre chorreando en sus manos, sino que esta vez se derrumbó al suelo y vio grandes charcos sanguinolentos a su alrededor. Eso la sumió en una angustiante desesperación. En su cama ella pataleaba, movía los brazos, sacudía la cabeza, se jalaba los pelos con pavor y pánico porque en la pesadilla ella estaba muriendo de verdad. Los pellizcos de las balas se agradaban, se ensanchaban en su cuerpo y ahora sí, sentía un dolor intenso, fuerte, agobiante, también cierto. Y no podía despertar. Hacía fuerza por abrir los ojos, irse corriendo de ese escenario sangriento pero no podía. Ella estaba en el suelo, y veía que la imagen de la mujer se desvanecía dramáticamente porque Vivi moría irremediablemente. Intentó hablar pero la lengua le pesaba igual a un bloque de cemento y su garganta estaba anudada por una soga. "No puedo morir, no debo morir", balbuceó pero la sangre la bañaba igual a una ola siniestra y sus pies lentamente fueron desfalleciendo, igual a sus brazos. Los párpados de sus ojos se cerraban como telón y, las imágenes empezaron a volverse borrosas, parecido a que si estuviera envuelta por una tupida y densa neblina. En ese instante gritó aterrada -¡No, no, no!-, lo que hizo llegar corriendo a su madre a abrazarla.
-Es un mal sueño, hija, un mal sueño nada más-, le susurró su mamá abrazándola. Viviana entreabría los ojos desesperada porque la pesadilla se resistía a marcharse, la encadenaba los tobillos y le sujetaba de los brazos. Al fin, después de un rato de intensa batalla, pudo salir a flote de esas aguas jabonosas, abrió los ojos con fuerza y vio la dulce mirada, preocupada, de su madre, lo que detuvo su alarmante excitación.
-Qué horrible mamá, esta vez sí que ha sido horrible, mamá-, suspiró Vivi y sin resistirse más, rompió a llorar a gritos.