Una boda cualquiera.
Una boda cualquiera.
La boda estuvo a nada de arruinarse por su torpeza.
La vergüenza le invadió cuando ella estuvo a punto de caer frente a todos los presentes.
Mía estaba caminando al altar procurando ser la estrella de la noche, como era de esperarse, pero su mala suerte no parecía querer abandonarle, ni siquiera en el que se suponía que era el día especial de toda mujer. Su pie de apoyo tropezó por culpa de los enormes tacones que llevaba y se tambaleó de manera aparatosa.
Por poco y estrelló su rostro contra la alfombra a solo un par de pasos de ese hombre alto y atractivo que le esperaba en el altar.
Un fotógrafo intentó registrar el incidente en un fotograma, pero Dylan, con solo una mirada de reproche, le dejó en claro que esa era una terrible idea.
Mía se acomodó y suspiró para no perder la calma.
― ¡Maldición! ―espetó Dylan en voz baja cuando ella terminó de llegar a su lado― ¿No puedes siquiera caminar bien?… ¡¿Qué demonios fue lo que hice?! ―se recriminó Dylan a sí mismo.
Mía se recompuso como pudo para no quedar en ridículo frente a la mirada de todas esas personas de alta sociedad.
La ceremonia siguió su rumbo y la joven y encantadora chica de cabellos negros y ojos de almendra se acomodó lo mejor que pudo.
― ¿Por qué tardaste tanto? ―le recriminó él, sin siquiera voltear a verle más que de pasada. Su tono era frío y siniestro, como el de un general que solo busca intimidar a sus subordinados.
―Estaba arreglándome para usted ―susurró Alice, impresionada por el derroche de altanería grosera con el cual su futuro esposo le estaba recibiendo en el altar.
Los presentes estaban inocentes de aquel intercambio, pues la marcha nupcial retumbaba en todo el salón mientras el CEO y heredero de las industrias Owen le recriminaba a la que estaba por convertirse en su futura esposa.
―No necesitaba que te arreglaras…. Solo necesito que esta falsa termine cuanto antes.
Mía esbozó lo que fue el intentó de una justificación, pero desistió de la idea. Sabía que no era recomendable contrariar a un hombre como Dylan Owen.
La ceremonia dio inicio con una seña del poderoso sujeto, ese que estaba a punto de convertirse en su esposo sin que ella pudiese siquiera asimilarlo del todo.
―Que sea rápido ―le sugirió el CEO al sacerdote, quien solo pudo asentir ante lo que más parecía una orden que una sugerencia―. Necesito que esta mujer se convierta en mi esposa cuanto antes.
El sacerdote comenzó con su protocolo mientras Mía se retorcía en su fuero interno. Ella sabía que estaba cometiendo una locura al aceptar esa mentira, pero no tenía de otra. Su familia dependía de ella.
Todo había ocurrido muy a prisa, tanto que aún le costaba entenderlo.
Ella solo quería el empleo de secretaria y para tal fin se había encaminado a la sede del conglomerado Owen&CO. Allí era donde ella esperaba poder participar en la entrevista para el empleo de su vida.
Fue un giro del destino, uno caprichoso y elocuente, el que le hizo Mía toparse con ese hombre musculoso y de rostro perfilado que ahora estaba a su lado esperando la consumación de su matrimonio. Ella seguía tratando de entender como había ocurrido todo.
Solo una hora atrás, un paso infortunado en el cruce de un pasillo le hizo estrellarse directamente con el pecho del CEO, quien en ese momento le miró y de inmediato le dijo:
― ¡Es usted!
Mía no entendía lo que ese hombre, cuyo pecho parecía de acero, le decía mientras ella aún procuraba estabilizarse después de tan intenso encuentro.
―Disculpe ―intentó decir Mía al darse cuenta de que el sujeto era el dueño del lugar―, no era mi intención….
―Banks, llévala a mi oficina ―espetó el CEO, interrumpiendo de manera flagrante el intento de disculpa de Mía y dirigiéndose a su jefe de seguridad que le escoltaba en ese momento―… puede que no todo esté perdido.
Dylan supo lo que debía hacer.
Debía explotar su poder y manipular sin compasión, justo lo que hacía todos los días de su vida.
Él ya se había leído el expediente de esa chica, de entre todas las que habían sido seleccionadas para la falsa entrevista, y ella había sido la elegida del CEO.
Mía quedó anonada cuando se encontró entonces en aquella oficina escuchando la proposición que el CEO le estaba haciendo:
― ¡¿Su esposa de mentira?! ―repitió Mía las palabras que el señor Dylan Owen, le acababa de decir.
Dylan, como si pasase por alto el conflicto aparente que se encontraba atravesando la chica, procedió a enumerar una serie de beneficios, que a su manera de ver, eran suficientes para equilibrar la balanza ante una proposición como esa:
―Recibirá una pensión suficientemente sustanciosa como para pagar la universidad de su hermana menor y… sé que esa deuda es demasiado grande… la muerte de su padre fue un golpe demasiado duro para su familia ¿No es así?
― ¿Qué sabe usted de mi padre? ―le preguntó ella impresionada por aquel comentario del CEO.
―Sé lo suficiente para saber que su muerte dejó a su familia en una situación bastante delicada… entonces ¿Acepta o no?
Mía sabía que sus sueños de poder ayudar a su familia se estaban cumpliendo a pedir de boca, solo no podía terminar de entender qué demonios estaba ocurriendo, algo tan descabellado.
La idea era tentadora, al mismo tiempo que chocante para una mujer que había sido criada en una familia conservadora y cuyo corazón en ese momento ni siquiera estaba presto al romance.
Owen se impacientó por la tardanza en la respuesta de la chica, entonces amenazó con cerrar la carpeta donde se encontraba aquel documento que ella debía firmar si pretendía aceptar el trato.
Mía tomó el bolígrafo y estampó su rúbrica sin pensárselo más. El trato estaba sellado
Una hora después, tras la organización de una boda falsa y sumamente espontánea, el sacerdote acababa de pronunciar la frase con la que culminaban muchas de esas telenovelas que su abuela veía en la tele vieja de su casa de campo.
―Puede besar a la novia.
Las piernas de Mía temblaron al considerar por vez primera aquella consecuencia inherente a ese acuerdo que había aceptado: Ella era la esposa falsa de un hombre al que ni siquiera conocía, un hombre al que ahora debía besar.
Dylan tomó las riendas de la situación ante la mirada atónita de los presentes. Muchos de los invitados eran solo empresarios o amigos del ámbito de negocios, ninguna familia estaba presente ahí.
Los reporteros de farándula estaban prestos a registrar el momento específico de aquel beso.
Las grandes manos del sujeto acercaron la frágil humanidad de Mía hacia ese enorme pecho contra el cual ella ya había chocado una primera vez, y haciendo a un lado el velo, el CEO fingió un beso que nunca se consumó.
Mía suspiró aliviada cuando aquellos labios quedaron a milímetros de los suyos, pero se detuvieron sin tocarle.
Ella no quería besar a ese extraño, pero cuando estuvo en esa cercanía sintió un respingo de extrañeza que le dejó confundida.
El aliento del CEO se mezcló con el suyo, ocasionando que su corazón comenzara a latir con una intensidad desconcertante.
Fue solo una milésima de segundo en la que ella se sintió cómoda y complacida en los brazos de ese completo desconocido. Entonces el CEO se alejó del rostro de Mía para saludar a los presentes mientras todos aplaudían.
Mía estaba sonrojada y sofocada. Sus manos estaban hechas un nudo mientras se esforzaba en sonreír para no quedar en mal ante las exigencias del que ahora se había convertido en su jefe:
―«Nada de esto es real» ―le había dicho él luego de la firma de aquel contrato. En ese momento Mía se lo estaba repitiendo a sí misma: «Nada de esto es real».
Cuando el bullicio de los vítores disminuyó, una voz resonó por sobre la de todos los presentes. Las sonrisas desaparecieron y un rumor se acrecentó haciendo que la atmosfera se tornase pesada cuando le escucharon decir:
―Bien fingido Dylan ―era una voz de mujer―… pero se notó a leguas que no besaste a tu «esposita».
Mía miró a su «esposo» y descubrió que algo andaba realmente mal.
Esa mujer no traía buenas noticias.