Torre Eiffel
Ariel
Estoy sentada en mi terraza, con una taza con café caliente, mientras miro las luces de la Torre Eiffel, un espectáculo al parecer pagado por algún enamorado. Quizás el inicio de una historia de amor. Sin querer suspiro.
— Uyyy y ese suspiro tan largo — Suena una voz detrás de mi. Una que a los pasos de los años se ha vuelto un amigo, un hermano más y un confidente. —¿Suspirar por él?
— No, suspiro ante la incredulidad de la gente. Al creer que existe un amor para toda una vida. Solo se dejan llevar por el momento, gastan un montón de dinero innecesario para poder comprar un poco de atención de una dama.
— Auch, eso suena resentimiento acumulado. — Se escucha reir a mis espaldas — Querida Ariel, sabes que si existe el amor verdadero, tus padres son una imagen de eso. Quizás no en su primer matrimonio pero si en el segundo. Aún así, han demostrado que existen tipos de amor y los sólidos que es el vínculo cuando es sincero.
— Uhmm — intento no dar mayor respuesta, se que con él perderé. Me lleva varios años de edad, aunque se comporta como un chiquillo y siempre me ronda, no sé si por cuidarme o por ligar con mis amigas.
— Se sienta a mi lado y me observa con esos ojos azules que me recuerdan a él — ¿No vas a responder? — me sonríe pícaro
— Hablas mucho de amor y tú no tienes ninguna relación formal. Desde que te conozco y hemos compartido muchos momentos, siempre te veo con distintas chicas, nunca repites. Pobre tu madre debe de estar revolcándose en su tumba al ver a su hijo hecho un gigolo y promiscuo.
— Este suelta una carcajada — Hay mi hermosa Ariel, eres a la única que permito que hables de mi madre de una forma tan descabellada. — Me acaricia el rostro. — Aún así, no es que las usen, ellas me buscan, soy muy sincero sobre mis sentimientos. Ellas aceptan sin reparo alguno el tener un momento conmigo. — este se encoge de hombros — No tengo la culpa de ser tan irresistible.
— Bufo — Que humilde — Me burlo. — No negare lo atractivo que eres, además, de tu fortuna siempre llama mucho la atención. — Ahora soy yo quien le sonríe de forma pícara — Es una lastima que solo te quieran por eso y no por tu noble corazón.
— Auch, eso dolió — Se lleva su mano a su pecho — A veces eres muy cruel pequeño demonio. — Y con eso me revuelve el cabello.
— Basta Renzo, me despeinas — Intento apartar su mano. —Odio que me despeines.
— Mi venganza ya está hecha. — Se ríe.
— ¿Cuando vas a madurar? — niego con mi cabeza, mientras con una mano trato de acomodar mi cabello.
— Su mirada se posa al frente, donde se ven las luces de la torre — Cuando te des cuenta de lo que siento — Dice muy bajito como un susurro.
— ¿Estás diciendo que no soy insensible y no me preocupo por tus sentimientos? — su boca se curva en una pequeña sonrisa, sin mirarme. Ahora Renzo es quien suspira y mira hacia sus pies.
— Ya es tarde pequeña, mañana te toca tu primer día de clases. — Él se para, se acerca a darme un beso en la frente — No te desveles.
— Tu igual — Le sonrió
Él empieza a cambiar hacia la salida.
— Renzo — Lo detengo — Gracias.
— ¿Por qué? — Él eleva una ceja.
— Por ser tú y por él café — Le muestro la taza.
— Ah, eso — Sonríe de lado. — Es un placer. — Hace un gesto de reverencia. — Te veo luego. — Asiento con la cabeza, cuando llega a la puerta se gira y me mira — No intentes tirarte por el balcón — Mis ojos se abren ante esa idea — Ensuciar la calle te ponen multa aparte que no pienso limpiar.
— Idiota — Él se ríe y sale por la puerta.
Mi mirada vuelve al balcón, las luces del espectáculo de amor ya terminaron, aunque mi personalidad tiene mucha fuerza. Aún mi corazón no sana.
Tengo 18 años, vine a Francia con mis primos, por llamarlos asi, ya que en realidad no hay un vínculo sanguineo. Solo un cariño, una infancia unida por el matrimonio de mi madre con su tío. Cuando tuve que vivir en Londres con mi padre y Karla, Antonio y Renzo fueron mi soporte, mi guía. El menor de ellos, es con quién más compartí, como un hermano mayor y protector en la escuela.
De solo vernos una vez por semana, se volvió más frecuente, las visitas a casa, se que la ausencia de sus padres en ese tráfico accidente les dejo un vacío a ambos y se que su tío Jorge quien se hizo responsable de ellos, los ama como si fuesen suyos al igual que Bryan. Aún así, su soledad se siente en ocasiones. Ambos son bastante disciplinados. Antonio ya trabaja aquí en una sucursal como subgerente, Renzo tiene un cargo en fianzas y está llevando un máster.
Se alegraron mucho cuando les dije que vendría. Compartimos muchos momentos juntos los tres. Sobre todo las comidas. A ellos les fascina que le cocine. Eso lo herede de mi madre, la buena sazón.
Cierro la mampara, la temperatura ya está bajando y se empieza a sentir el frío. Me dirijo a mi habitación, dónde acomodo mis peluches que están encima de esta. Abro el cobertor y me meto.
Toca dormir, me aseguro de que mi despertador esté prendido, no quiero llegar tarde a mis clases. Espero que tenga un buen ambiente de estudios.
Abrazo un peluche blanco, es un osito que tiene un corazón en medio. Esto me lo regaló Sebastián al cumplir mis 8 años. No puedo negar que aún amo a ese chico. Por más hombres que se han paseado ante mis ojos, aún mi corazón le pertenece. Y aunque quiero volver a creer en él, en qué no paso nada. Que él podía ser feliz y rehacer su vida una vez que se dio fin a nuestra relación. Una parte de mi aún sentía que él me pertenecía y me esperaría.
Equivocada estuve, es difícil en este siglo que la castidad se mantenga hasta el matrimonio. Era uno de mis deseos, aunque parezca tonto. Es un anhelo que siempre tuve desde niña, llegar virgen al altar con el hombre a quien amaba.
No niego que mis hormonas me pedían más acercamiento, más toques, más roces. Solo tenía 15, se que él al ser mayor, su interés, su apetito para explotar eso era inevitable. Aunque dijo que él me esperaría el tiempo que sea necesario para dar ese paso. No quería ser una persona que sometiera a otra por gusto o capricho. Lo deje libre para que él escogiera. Sin presión, sin ataduras.
Tonta fui, al creer que él mantendría su promesa de esperarme. Siento como mis lágrimas empiezan a rodar por mi mejilla.
No, no, otra vez no, dije que ya no me voy a torturar con esa escena. Debo de continuar, dejo de dejar eso en el pasado y mirar al frente sin miedo a un recuerdo, a un sentimiento. Si mamá pudo, al separarse de papá, yo también puedo. Claro que puedo ser feliz.
Solo espero que en una ciudad y país lejano a él, pueda conseguir esa paz que aún no la encuentro.
Nada es imposible, lo sé, un poco más de tiempo, solo es cuestión de eso para superar este obstáculo.
Me aliento a mi misma, como todos los días. Cada día es menos doloroso, menos angustia y menos remordimiento.