El día de servicio

3329 Palabras
Era la una de la mañana. Adam había pasado toda la tarde y noche haciendo tareas para avanzar, pues aún quedaban algunas asignaturas, pero el cansancio le había agotado y sus ojos se sentían pesados. Antes de dormir, decidió bajar por un vaso de agua, pues no quería tener que despertar en la madrugada debido a la sed. Así que bajó las escaleras. La casa permanecía en una penumbra profunda y fría. Se guiaba tan solo por la luz de la linterna de su teléfono móvil. Llegó a la cocina, bebió un vaso de agua fría y luego se desperezó en un enorme bostezo, decidido a subir nuevamente. Los pies le dolían y sus ojos llorosos solo querían cerrarse y tener un adecuado y merecido descanso, el cual reclamaban, provocando un leve lagrimeo constante que lo incitaba a cerrar sus párpados. Se dispuso a regresar a su habitación. Para ello era necesario pasar por la sala. Caminaba sigilosamente, pero uno de sus pies descalzos chocó con la pata de la mesa apenas dio los primeros pasos. Continuó caminando lentamente con el dolor en sus dedos del pie izquierdo. Pasó por la sala iluminándose solo con su teléfono móvil, cuando un extraño ruido lo exaltó. Provenía de la sala de conferencias de su padre, pasando la biblioteca, después de la sala. Era extraño escuchar ruido a esas horas de la noche, así que apagó instintivamente la linterna de su celular y empezó a caminar sigilosa y tranquilamente hacia la sala donde su padre solía tener sus reuniones con los miembros de la iglesia. Notó entonces a lo lejos que aquella habitación no estaba por completo en una rotunda oscuridad, sino que un hilillo de luz la iluminaba por momentos, como si alguien apuntara con una linterna desde afuera a través de los cristales con cortinas semitransparentes. Cogió una figura de un ángel tallado en madera que había sobre un trastero, decidido a a****r si un atracador se había colado en su casa. Llegó intentando hacer el mínimo ruido posible al pisar el suelo de tablas de madera pulida. Entró a la habitación por un enorme marco donde una puerta doble permanecía abierta. Caminó con sigilo cuando pudo notar que alguien cerraba con lentitud y de espaldas la puerta de salida al jardín. Adam levantó su mano con la estatuilla que sostenía, pero al dar un paso hacia adelante, la madera del suelo crujió levemente, provocando que aquel intruso voltease repentinamente. Los ojos de Adam se abrieron de par en par, y su respiración agitada comenzó a escucharse. —¡Demonios, Adam! ¡Me asustaste! —Mencionó aquel inquilino cuya sombra era lo único que se podía ver por la inmensa oscuridad de la habitación. La linterna del teléfono móvil de aquel intruso le perturbó la vista a Adam, deslumbrándolo. Aquella sombra que era apenas perceptible ahora se había desvanecido, pues la luz de la linterna no dejaba ver más allá de sus narices. —¡¿Pero qué estás haciendo aquí?! —Pronunció Adam al escuchar la voz de su hermano y mirarlo parado con la puerta hacia el patio cerrada a sus espaldas, con el rostro desencajado, cuando este bajó la luz de la linterna permitiéndole ver con más claridad. —¿Que, qué hago aquí? ¡Pues es mi casa! —Pronunció su hermano en un tono bajo, colocando su dedo índice en su boca para que guardara silencio. Un ligero aroma a alcohol llegó hasta las fosas nasales de Adam, aroma que era perceptible cada vez que Alek hablaba o respiraba. —¿Estás borracho? —Mencionó Adam, sorprendido, olvidando mantenerse en silencio. Hizo un gesto apretando la quijada al notar su imprudencia al levantar la voz. Alek, quien estaba ahora delante de él, le puso una mano en la boca y otra en la nuca para evitar que este hablara más. —¡Shhhh! ¿Puedes callarte, por favor? —Mencionó mientras forcejeaba con su hermano, quien luchaba por librarse, lográndolo sin mucho esfuerzo. —No estoy borracho, ¡ni lo digas! Sí, bebí unos tragos con mis amigos, pero tú no vas a decir nada y tampoco dirás que llegué a la una de la mañana. ¿Qué haces tú despierto? —Bajé a tomar agua, estaba terminando mi tarea. Escuché ruidos y me asusté, creí que alguien se había metido. —Sí, fui yo —Bromeó Alek mientras se alejaban silenciosamente hacia las escaleras. La casa permanecía en total silencio, y cada respiración y pisada de los jóvenes se escuchaba como una orquesta en medio de la quietud. El sábado llegó y Adam salió temprano de su casa para llevar a reparar su bicicleta con un anciano famoso por tener un negocio de llantas y que se especializaba como técnico ciclista, el cual vivía a tres cuadras de la casa del joven. El hombre le cambió la llanta delantera, los rines y le colocó un faro en la parte delantera, cobrando por todo un poco más de veinte euros. El joven se encaminó entonces hasta su casa, donde su padre ya le esperaba. Su madre se encontraba en la habitación que compartía con su padre, arreglándose el cabello para ese día de iglesia. Su padre leía el discurso que daría ese día en la predicación para evitar errores. Al verlo pasar por la sala rumbo a la cocina, le llamó por su nombre en un tono elevado y amenazador. Adam pensaba en poner una excusa para no ir ese día a la iglesia. Pensaba en excusarse con sus tareas y así poder ir a festejar el Día del Rey con Bram y los demás chicos que probablemente les acompañarían. —¡Adam! Ven, por favor —Pronunció el hombre mientras mantenía su cuaderno de notas sobre su regazo y su pierna cruzada sobre la rodilla. —¿Dónde andabas? Su tono de voz era serio y lo miraba sin parpadear, con su cabeza recargada en el acolchonado respaldo del sofá de la sala. —Fui a arreglar las llantas de la bicicleta, se lo dije a mamá en la mañana —Mencionó Adam, quien ya presentía el enojo y el sermón que le teñiría su padre. —Adam, falta media hora para irnos a la iglesia. Se supone que estarías aquí y ni siquiera te has arreglado. —Papá, tengo mucha tarea. La excusa le resultó absurda a su padre, quien respondió violentamente con un no rotundo que hizo estremecer al joven. —Sube a cambiarte rápido, voy a abrir el templo. Tú vas a tocar la batería hoy. Jimmy no puede venir. Adam estaba por dirigirse a su habitación hasta que escuchó la sentencia de su padre. —Pero ya tengo casi un año sin tocar batería, ni siquiera he ensayado. —Adam, por favor, necesito tu apoyo, no me defraudes. Un pensamiento de reproche estaba en la mente del joven a punto de expresarlo con su voz, pero frenó sus palabras, quedando tan solo en sus labios mudos cuyo aliento se vio reprimido por no parecer un hijo siempre en contienda con su hermano mayor. —¿Alek no puede ayudar? ¡Él toca mejor la batería que yo! —Pensó. Como cada vez que reprimía sus sentimientos y sus deseos de expresarse, sentía cómo un nudo en la garganta se hacía presente y permanecía a la mitad, impidiéndole hablar bien. —¡Voy a cambiarme! —Mencionó solamente y subió corriendo las escaleras. Llegó a toda velocidad al segundo piso. Su hermano salía de su habitación vestido con su traje sabatino de la iglesia, y Adam, al verle, se detuvo al notar que su hermano llevaba una mano vendada. Se detuvo al verle y le preguntó: —¿Qué te pasó en la mano? —¡Me caí! —Mencionó en una sonrisa torcida y guiñándole un ojo. Adam se despidió, avisándole que se cambiaría para ir a la iglesia, y ambos siguieron su camino. Sacó su viejo traje de la iglesia y se lo puso, se colocó su corbata. Los zapatos negros que calzaba mientras daban servicio en el templo ya se habían roto y, por lo tanto, se había deshecho de ellos. Buscó en su buró: tenis rojos, blancos, negros; algunos polvosos y otros que ya no recordaba. Cogió los tenis de color n***o y se los puso al no tener otra opción. Se remojó el cabello en el lavabo con las manos y lo peinó de lado para luego aplicarse spray para el cabello. Puso algo de crema humectante para la cara y bajó apresurado. Su padre ya había gritado desde el primer piso haciendo un llamado para irse a la iglesia. El joven se apresuró y bajó las escaleras casi corriendo, a punto de tropezar. Sus padres lo esperaban dentro de la casa al lado de la puerta ya abierta, y su hermano ya en la salida. Adam se dirigió hacia ellos y su padre miró sus zapatos. Este miró que su padre no se decidía a salir de la casa, sino que permanecía dentro frente a la puerta, aunque su mujer ya había salido y esperaba a que ambos hombres salieran. El hijo mayor ya se había subido a la camioneta. —¿A dónde vas? —Preguntó su padre nuevamente con ese rostro mal encarado y sin emoción alguna. —A la iglesia —Respondió el joven con voz temblorosa. En su mente existía un atisbo de esperanza de que su padre no notara que el calzado que llevaba puesto no era adecuado con las demás prendas de su vestimenta. —¡No, señor! No vas a ningún lugar hasta que no cambies esos zapatos. —¡No tengo otros! —Respondió bruscamente el joven, quien había decidido mirar a los ojos a su padre no para confrontarlo, sino para mostrar que se sentía confiado y no nervioso, aunque su voz lo delataba. El padre del muchacho hizo un gesto con la nuca e indicó con la cabeza que saliera. Adam subió al coche después de su madre y su padre, quien manejaba, y luego se dirigieron hasta la iglesia que estaba a solo quinientos metros de allí aproximadamente. Alek y Adam compartían asiento en la parte trasera de la camioneta. Adam notaba que su hermano no apartaba su mirada de él, lo cual le resultaba incómodo. Así que, pensando en aquella salida que tendría ese mismo día, de la cual aún se sentía indeciso, decidió sacar su teléfono móvil del bolsillo y revisar los mensajes de su red social. Hacía unas semanas, Bram le había mandado solicitud de amistad y habían quedado en mandarse mensajes por esa misma red social. Abrió Adam los mensajes de su aplicación y vio que en su bandeja de entrada había varios mensajes de spam y uno de ellos con un número cinco estaba en el chat con el nombre de Bram. Adam abrió aquellos mensajes y notó que quien al parecer ahora era su amigo le había dicho a qué hora se verían. Bram había acordado a las diez de la mañana, pero ya era tarde. Así que Adam simplemente ignoró los mensajes y se sintió en parte decepcionado, pues a la vez que la idea de salir con amigos le emocionaba, le hacía sentir demasiado nervioso a la vez. Suspiró profundamente y dejó caer los hombros. Su rostro adoptó una expresión de desánimo que intentó disimular, pues al mirarse en la pantalla de su celular apagada, vio aquella patética expresión en su cara por un motivo absurdo. William, su padre, y Margaret, su madre, platicaban sobre la experiencia en la iglesia la semana pasada. Al llegar a la iglesia, abrieron las dos puertas que servían como entrada al salón, y William encendió las luces de la enorme sala, repleta de bancas de madera y, enfrente, una enorme tarima con un atril donde normalmente el pastor leía su Biblia o bien lo que diría en su prédica. Alek y Adam se encargaban de que el sonido del servicio musical estuviera funcionando a la perfección, así como los instrumentos, micrófonos y los demás aparatos. Todo funcionaba perfecto y faltaban quince minutos para que la gente empezara a llegar, aunque ya se podían ver algunos coches en la acera fuera de la iglesia. Adam se sentó en su banca frente a la batería y empezó a tocar varios ritmos variados que repercutían en toda la sala, pero su padre le exigió callarse. Adam no entendía por qué a su padre le molestaba cualquier cosa que él hacía y un hálito de desánimo asomó en su mirada. Su madre acababa de correr las cortinas de las ventanas para luego dirigirse a la puerta a recibir a las personas de la congregación. Alek, por su parte, hacía una prueba de sonido en el micrófono que su padre utilizaría ese día durante la prédica. Adam no tenía ánimo ni confianza en sí mismo para ese día ofrecer servicio en la banda con los demás músicos que aún no llegaban. Sabía bien que rehusarse a ello era una idea imposible, que su padre no lo permitiría, por lo tanto no tuvo otra opción más que asimilarlo y cumplir los caprichos de su padre. Comenzó a llegar la gente y Alek, Adam y sus padres permanecieron a un lado de las puertas para darles la bienvenida a las personas que comenzaban a llegar. Todos llegaban con sus mejores ropas, las cuales repetían casi cada sábado en la iglesia como si utilizar otro tipo de ropa fuera algún delito o un pecado mortal. Aunque en ocasiones iban personas con atuendos diferentes: mujeres con las uñas pintadas, con el cabello de colores brillantes o con la cara maquillada. Todo esto parecía agradarle poco al padre de los jóvenes, quien siempre fruncía el ceño en forma de disgusto, pero nunca se atrevía a corregir a dichas personas por su forma de vestir en la iglesia, pues la consideraba la casa de Dios y le parecía indigno que alguien vistiera así. Media hora después el servicio de la iglesia había comenzado. La música sonaba tenue con algunas notas de piano y de guitarra en solitario para dar al lugar un ambiente más sublime, mientras la madre de los jóvenes daba parte de su prédica, hablando sobre Esther, el personaje bíblico del antiguo testamento. A la vez, algunas mujeres y hombres entre la congregación gritaban un «¡Aleluya!» o «¡Gloria a Dios!», algunos otros levantaban las manos meciéndolas en el aire, muchos se tomaban de las manos y oraban en silencio. Adam estaba sentado en la primera fila frente al altar y miraba a su madre expectante. Le fascinaba la elocuencia con la cual su madre hablaba. Le parecía una mujer admirable, la mujer más amable, sencilla, carismática y amorosa que había conocido. Esto contrastaba con su padre, que en la iglesia parecía ser el mejor hombre del mundo y en su casa era totalmente diferente: arrogante, estricto y siempre le gustaba tener la razón y se guiaba solo por apariencias. El pastor estaba dando su prédica con toda su pasión, su voz retumbaba en el salón mientras un joven tocaba la guitarra y otro el teclado paulatinamente en una armonía celestial. Al terminar la predicación, empezó un momento de adoración sublime en que todos los congregantes danzaban con la música, alzaban sus manos al cielo y oscilaban sobre sus pies mientras oraban o bien adoraban en silencio, y algunos otros en voz alta. La música sonaba con toda su potencia, como una cascada de agua masiva. Adam había tomado su lugar en la batería y tocaba al ritmo de la música, complementando los instrumentos en una armonía total. Le aterraba sentir todas las miradas centradas sobre él; quizás sería su paranoia, pero aquellas miradas insistentes lo hacían perder el sentido del ritmo. Así que centró su mirada hacia los platillos y tambores de su instrumento. Conocía todas las canciones a la perfección. El bajista del grupo se acercó al joven del teclado y le susurró algo al oído para luego susurrárselo al de la guitarra. Volvió a su lugar y después de varios segundos más, el teclado empezó a tocar otra melodía a la cual sus compañeros se sumaron, excepto Adam. El cambio le había parecido tan repentino y no había sido advertido por ellos. Era una nueva canción que él jamás había escuchado, así que sus primeros golpes en el tambor y el pedal del bombo fueron inciertos, haciendo de la hermosa música un par de sonidos sin ritmo. Adam miró a sus compañeros sin entender qué ocurría y sin encontrar el ritmo de la canción. Su padre, mientras adoraba en voz alta por el micrófono, miró al joven lanzándole una mirada de furia y haciendo ademanes a su manera para que siguiera el ritmo. Pero cuando lo había dominado por completo, aquellos jóvenes músicos volvieron a cambiar la melodía con un silencio brutal donde solo sonaba el leve sonido de la guitarra y la batería tocando un ritmo completamente diferente. Los congregantes se sintieron extrañados y turbados de sus oraciones y miraron por un momento a Adam, quien nuevamente había perdido el compás de la canción. Sus compañeros lo miraban con una sonrisa burlona mientras el guitarrista miraba hacia adelante. Sentía pena porque aquella broma podía causarle problemas al hijo del pastor de dicha congregación. —Porque tú eres Dios, rey de reyes, señor de señores, haces posible lo imposible —Se escuchaba la voz del padre de Adam y Alek por el micrófono. Richard intentó llamar la atención de su hijo, dirigiéndose hacia donde estaba él. —¡Hazlo bien! No nos dejes en ridículo —Dijo apretando la mandíbula. Su voz apenas se escuchó, pero el joven entendió a la perfección. En un esfuerzo por llegar al compás de la música, una de sus baquetas salió volando por los aires cuando golpeó uno de los platillos metálicos. Algunos jóvenes congregantes se rieron de él, incluido su hermano. Miraba a cada persona, a cada joven y viejo mirándolo, otros danzando y otros postrados frente al altar. El latido de su corazón latía cada vez más fuerte. De pronto, el aire en la sala le parecía poco y sus pulmones no alcanzaban a inhalar el suficiente aire. Una sensación de asfixia comenzó a causarle una exasperación fuera de lo normal. Ante el regaño de su padre y las miradas de la gente, se activó su instinto de supervivencia. Dejó caer las baquetas que mantenía en sus manos y con estas sujetó su cabeza por los lados con la mirada baja, para luego ponerse en pie, acomodarse la camisa en la parte baja y luego salir del lugar apresurado, esquivando a la gente que estaba cerca del altar. Las miradas incómodas de la gente se centraron la mayor parte hacia él. Salió por la enorme puerta y se sentó en un muro de piedra que dividía el jardín de la entrada hacia el enorme salón. Permaneció allí algunos segundos intentando volver a recuperar el aliento mientras se mantenía apoyado con sus codos sobre las rodillas y sus manos presionando sus orejas y cabeza, en un agitar tembloroso de sus piernas. Abrió los mensajes de su celular y respondió el último mensaje a Bram con la esperanza de ser respondido. La respuesta no tardó en llegar más de cinco minutos. La música había cesado y solo se escuchaba la voz de una mujer hablar por el micrófono dando su testimonio de fe. —¿Dónde estás? —Respondió Bram. —En la iglesia de mi padre, en Gandboorg 25 —Respondió Adam adjuntando su ubicación en tiempo real. BRAM —¿A qué horas puedes? ADAM —Estoy listo. No había respondido el mensaje, disculpa. BRAM —¿Todo bien? ADAM —¡Excelente! Solo tuve que venir a la iglesia. (carita triste al final) BRAM —A la 1:30. ¿Puedes? Estamos a media hora, en Nieuwland. ADAM —¡Yo espero! BRAM —OK.
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