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3374 Palabras
Adam y Luke se levantaban de la mesa luego de terminada la cena. —Muchas gracias señora,,, estuvo deliciosa la comida, papá no cocina igual, je, je, je— Bromeó. El joven había sufrido el divorcio de sus padres hacía cinco años atrás y a pesar de su falta de una figura materna no perdía su optimismo y su buena actitud en la vida, contrario a lo que cualquier persona pensaría, Luke dedicaba su vida a ser un buen ejemplo para los demás jóvenes de la congregación incluido su pequeño hermano de diez años de nombre Sam, se esmeraba día y noche en ser un buen estudiante y tener una vida espiritual activa, alejado de malas amistades, de vicios y placeres mundanos, al contrario de sus amigos de la iglesia cercanos que eran propensos al pecado y por ende a la manipulación de los demás. —Fue un gusto haber compartido nuestros alimentos y nuestra casa contigo— Respondió Margaret cogiendo los platos vacíos de la mesa. —Saludame a tu padre, Luke— Gritó Richard desde la cocina. Alek permanecía en la mesa utilizando su celular. —Claro que sí, hermano Richard. ¡Hasta pronto!— —Hasta pronto, Luke— Mencionaron unánimemente el matrimonio. —Adios, Alek. Hasta luego— Alek solo soltó un gruñido asintiendo con la cabeza, Luke arqueó los labios, Adam soltó una diminuta risa. Comenzaron a caminar y se detuvieron a un costado de las escaleras. —Adam, perdón por haber venido, quizás no querías ir y yo insistiendo— —No, no te preocupes. No había podido responder a mensaje, pero sí quiero ir, sería algo interesante, me sirve para salir de la rutina— Cristoff esperaba sentado en la sala de espera del hospital, mantenía su cabeza recargada en la blanca pared en los enormes e iluminados pasillos mirando hacia el techo a aquella estructura metalica de la ventilación que refrescaba su rostro, trataba de ignorar todo el ruido exterior, voces de niños pequeños llorando, conversaciones indistintas de las personas al rededor y de los enfermeros, el aroma a hospital le repugnaba hasta el hastío, aquel lugar evocaba recuerdos de antaño que habían marcado su vida inundando su felicidad con una nube de eterna penumbra en la cual con dificultad entraba un rayo de sol, aspiró hondo y cerró los ojos. El murmullo del hospital se agudizó al tener su atención centrada solo en el ausente silencio. —A familiares y conocidos del señor Tal de tal, se le solicita en el módulo de atención— Mencionó de pronto una voz de mujer por medio del alto parlante que resonó en todo el pasillo. Los ojos de Cristoff se abrieron precipitados y así mismo se puso de pie dirigiéndose hacia el módulo de atención de la sala. Cada paso que daba percutía un sonido plano en la sala a pesar del múltiple murmullo, caminó por aquel largo pasillo hasta llegar a una pequeña cabina compuesta por un cuarto de escasos metros con una puerta al lado en la esquina del pasillo subyacente y un vidrio por la parte frontal con una pequeña ventanilla por donde las personas podían hablar con la encargada y podían darle los documentos necesarios. —Buenas noches, soy hijo del señor ...— La mujer acomodó los anteojos bajándolos hacia el puente de su nariz y tecleó en la computadora, cogió el ratón y lo deslizó por el escritorio, dió un clic y acercóse más a la pantalla. —Sí, en señor está en la sala B en el cubículo 21 de la sala de urgencias.— Mencionó para luego ponerse de pie. —Siga por ese pasillo de allí hasta la orilla y luego vaya hacia la izquierda, ahí está la puerta de entrada de urgencias, le daré un pase hacia la sala— Mencionó apuntando hacia aquel pasillo. Se precipitó entonces por aquellos pasillos iluminados por las blancas lumbreras del techo, alejándose del bullicioso ruido que lo turbaba, su corazón comenzó a acelerarse por la ansiedad que una futura imagen de su padre sobre una camilla, conectado a una canícula o bien a una sonda imponía en él. Respiró hondo para apaciguar su tamborileo interno, miraba a los jóvenes enfermos pasar hacia él por su costado entrecruzando miradas, el joven siguió con su mirada a uno de ellos que centraba la suya en el rostro del apuesto joven, Cristoff no mostró el más mínimo indicio de amistad sino que le fue indiferente. Los jóvenes estudiantes de enfermería rieron al pasar por su lado. El joven echó un vistazo a sus ropas pues pensó que quizás algo vergonzoso había causado aquellas risas en complicidad. Miró cercano el final de aquel blanco pasillo y un suspiro salió de sus labios. Una señalética indicaba que la sala de rayos X estaba a la derecha, la puerta se encontraba entreabierta, el joven siguió caminando doblando hacia la izquierda, caminó así un par de metros más y una puerta a su izquierda indicada con una señal impresa en metal que había llegado a la sala de urgencias, a aproximadamente diez metros de allí , en la pared derecha se encontraba una puerta trasera doble por donde introducían a los pacientes de nuevo ingreso, fuera de ella una pequeña rampa por donde subían las canillas y en el exterior una zona específica para los coches de ambulancia. Aspiró hondo y empujó la puerta, una mujer robusta y morena con traje de guardia lo abordó, al joven le mostró aquél papel que le había otorgado la encargada del módulo y la mujer le cedió el paso, Cristoff detuvo su caminar y se giró hacia la mujer quien le apuntó con su índice hacia cual lugar debería de ir. El olor a medicamento le saturaba las fosas nasales causándole un revoltijo en el estómago. Cristoff comenzó a respirar por la boca, el aire le resultaba insuficiente en aquel lugar cuyo aroma asociaba con la muerte o la probabilidad de la llegada de ésta. Había pasado tanto tiempo en lugares así que tan solo sentir ese olor a cloro y limpieza características de los hospitales le provocaba un estado de desasosiego. Sus ojos percibían miradas tristes por doquier. Las canillas estaban separadas únicamente por una especie de carpa blanquecina semi transparente que dividía a los enfermos cual si fuesen cubículos separados; un hombre con una pierna rota pendiendo de una venda sobre un artilugio de plástico que parecía formar uno solo con la parte inferior. Un joven de escasos años rondando los veinte, permanecía inmóvil en su lecho con una canícula debajo de la nariz produciendo un sonido airoso, su piel amarillenta le daba una apariencia débil y deplorable. Una mujer gorda de cabello rubio y corto mantenía sus piernas flexionadas con sus pies sobre la sábana dejando ver sus partes íntimas entre la bata blanca que la cubría al igual que a los demás pacientes. Cristoff siguió caminando un par de cubículos más hasta ver cada vez más cercano el de su señor padre. « camilla número 19, camilla número veinte y por fin , camilla número 21» Allí estaba su padre, con su rostro pálido había arriba, sus ojos cerrados y labios resecos, su diminuto brazo asomaba por encima de la delgada sabana que lo cubría, una sonda salía por su brazo izquierdo, una mancha de sangre se podía ver a la altura de donde empezaba la aguja, ya esperaba en sus pensamientos, ver a su padre con una respiración artificial, unas sondas le brindaban el oxígeno necesario a sus pulmones. El joven cogió un banquillo de madera y colocándolo al lado de su padre a la altura de la cabeza se posó en él. Jamás le había prestado tanta atención a aquel hombre como en ese día. Sus facciones habíanse endurecido por los años, el sol había curtido y agrietado su reseca piel cuya palidez parecía cada día mayor, sus labios de un color rosa pálido se veían agrietados y más delgados, su nariz era más afilada de lo que recordaba, sus populos eran prominentes y le daban un aspecto cadavérico a su rostro que en antaño había sido agradable, sus delgados dedos parecían delgadas ramas de un árbol adornados por el azulado rastro de su sangre que corría por las venas de sus manos y brazos. Su corazón se sentía como un trapo fino de terciopelo que se rasgaba bruscamente. Aguantó el sollozo respirando lo más hondo y pausado que pudo, no pensó que aquel hombre aún suscitara en el algún sentimiento benévolo pues hacía tiempo que no le provocaba sino desprecio. Secó sus lagrimales que empezaban a humedecer sus ojos al ver llegar a un joven doctor que apenas rebasaba los cuarenta, el joven se puso de pie. —¿Buenas noches joven, usted es pariente del señor? —Sí sí. Soy su hijo. —Me queda claro. Su padre está estable y sufrió un choque diabético y sufre de una deshidratación severa. ¿Supongo que no bebe muchos líquidos verdad? Cristoff negó con la cabeza. —Es un hombre necio— —Lo entiendo, pasé por eso. Vamos a tener a su padre en revisión por algunas horas, probablemente en algunas horas más lo cambiemos de sala para poder atenderle mejor— Asintió el joven. Cristoff tomó en su mano, la mano de su padre, habían pasado más de diez años desde la última vez que sintió la tibieza de su piel, había anhelado tanto ese momento que le resultaba irónico y una broma de mal gusto que ese fuera el momento preciso para ello. La palma de su padre permanecía encima de la suya y con su dedo índice le acariciaba el dorso sobre los nudillos, una enfermera le comentó que le habían puesto un sedante en el suelo para que este durmiese y por lo cual permanecería en ese estado aproximadamente otras dos horas, así que después de un momento, Cristoff se levantó de su banco y tímidamente beso la frente y la mejilla de su padre para luego salir de allí. Ya conocía el camino de regreso por lo cual caminaba con total calma, una niña pedía a gritos a sus padres que la sacasen de allí, un anciano acostado de lado enseñaba las nalgas y los testículos por la parte trasera de la bata, el joven retiró la vista de él y salió de la sala de urgencias. El ver a su padre, postrado en una cama, asistido por una máquina de oxigeno y sondas de suero le removió sus ya apagados sentimientos , reviviendo en su interior un fuego que comenzaba a arder renaciendo de las brazas de un pasado que había sido un edén. Por otra parte, a tres kilómetros de distancia, Adam bajaba de un coche blanco pequeño en una enorme iglesia con una estructura de pirámide en su cúspide, hermosas paredes de ladrillo color blanco, ventanas redondas cuyas ventanas en lo alto eran pequeños cristales multicolor en forma de triángulos, formados todos uniformemente para formas un circulo perfecto, unas enormes puertas de madera cerradas, un verde patio con una vereda de piedra que llevaba a un cuarto al lado del enorme tabernáculo, una especie de casa pequeña hecha completante de ladrillos rojizos no tan bellos como los del templo donde se realizaban los servicios religiosos. Like bajó del coche y Adam le siguió mirando hacia su alrededor, era un lugar que jamás en su vida había pisado por lo cual era un nuevo panorama ante su vista. Su mente recordó la situación anterior en la cual su ego se vio completamente derrotado días atrás y pensó en sus adentros que esa situación podía repetirse con el mismo final indeseado. Aspiró hondo y lanzó una sonrisa fingida al joven que lo miraba mientras caminaban por la vereda de piedra. —¿Llegamos tarde? Se decidió a romper el silencio al ver que Luke miraba el reloj de su mano izquierda. —No, estamos a tiempo. Aún no empiezan— Sonrió. Sus ojos se cerraban casi oír completo cada vez que reía y sonreía lo cual le daba un aspecto más amistoso y juvenil. Estaban cerca de la puerta del salón, el sonido de una guitarra y cantos a una sola voz se hizo escuchar. Luke empujó la puerta, el servicio había iniciado. Luke y Adam se adentraron a aquel salón, varias sillas en un semicírculo estaban frente a una silla ocupada por un joven que sostenía una guitarra que acariciaba con delicadeza a la vez que los demás jóvenes le acompañaban a coro. Detuvo sus manos al ver llegar a los jóvenes, se puso de pie y los jóvenes captaron la atención de los otros muchachos. —Bienvenido hermano , Luke, bienvenido hermano Adam. Luke ya le había contado al líder del grupo que ese día llevaría a un nuevo amigo para que estudiasen juntos la palabra del señor, el nombre de Adam había quedado guardado en la memoria de Rudolf, El joven de la guitarra, mismo quiere era unos años mayor que Adam, Luke y algunos muchachos más. Los jovenes saludaron al corro de muchachos y Rudolf Los recibió a ambos con un abrazo desaforado y una sonrisa que dejaba ver sus encías y sus dientes adornados por ligas de colores. Rudolf indicó con su mano que tomasen un asiento que un joven había traído y puso a un lado de los demás muchachos. Adam tomó el lugar al lado de Luke, ambos se sonrieron. —Llegaron justo a tiempo, estábamos por empezar la lectura. ¿Tienes una Biblia Adam? —Perdón, no, no traje. ¡Lo olvidé!— Un muchacho de corta edad se ponía de pie y rebuscó en un estante pegado a la pared detrás de Rudolf y trajo dos Biblias, dando una a Luke con su nombre y otra de pasta dura y hojas amarillentas para Adam, quien agradeció con una sonrisa. —De acuerdo, está semana, Adam vamos a empezar a estudiar la vida de Job. ¿Sabes quién fue Job?— Todos esperaban una respuesta por parte del joven. —Job, el buen sirviente de Dios, un hombre con unas cualidades y una fe que rebasa mi entendimiento— Rudolf soltó una carcajada. A la vez que los jóvenes mencionaban un «amén» a voz unánime. —Pienso igual que tú, mira que tener que aguantar la muerte de su esposa, de sus hijos, de tener lepra y no dudar de Dios y permanecer firme en su misión y su fe es algo digno de admirar, un Santo verdadero.— sus ojos se iluminaron de un brillo inusual. —Me alegro que conozcas la vida de Job, precisamente vamos a eso, a estudiar la historia y vida de este buen hombre, su misión y la razón de su eterna fidelidad para con el señor, abrámos el libro de Job. ¿Quién Quiere empezar la lectura?— Un joven de escasos quince años levantó la mano y se puso de pie y comenzó a recetar el primer versículo del libro de Job. «Había un hombre en la tierra de Utz cuyo nombre era Iyov. Este hombre era veraz, sin culpa y era recto y piadoso; él temía a Elohim y evitaba el mal. Siete hijos y tres hijas le fueron nacidos a él. El poseía 7,000 ove jas, 3,000 camellos, 300 pares de bueyes y 500 asnas, como también gran número de sirvientes; así que él era el hombre más rico en el este.» mencionó vacilante al hablar por lo cual, Jesse un muchacho fortachón le interrumpió. —Ya sientate, tartaja— Un rubor con una expresión furiosa asomó en las mejillas de aquel jovencito que sentándose en su silla se limitó solamente a prestar atención. Rudolf empezó a reír levemente. —Prosigue la lectura tú Jesse— Sus ojos se abrieron por completo con una expresión de sorpresa. Le avergonzaba la idea de tener que pregonar en voz alta, se puso de pie y comenzó a leer las mismas palabras que el jovencito en otra versión de la escritura: «Había en el país de Us un hombre llamado Job. Este hombre era íntegro y recto, temeroso de Dios y alejado del mal. … Guardó silencio, la mirada atenta de Rudolf parecía estar en espera de algún error en su lectura, lo cual solo provocó el nerviosismo de Jesse. — Y poseía una hacienda de siete mil ovejas, y tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes y quinientas asnas, además de una servidumbre muy numerosa. Este hombre era el más rico entre todos los Orientales. Sus hijos tenían la costumbre de ofrecer por turno un banquete, cada uno en su propia casa, e invitaban a sus tres hermanas a comer y a beber con ellos. Prosiguió. Después de varios minutos más de lectura entre turnos en varios de los muchachos decidieron que era momento de contemplar lo antes pronunciado en voz de cada uno de ellos. Todos guardaban silencio. —Entonces. ¿Qué opinan de la vida de Job? Nadie mencionó nada, tan solo eran cómplices de miradas mutuas buscando entre sí algún valiente que se decidiera a hablar. Rudolf mantenía sus brazos cruzados sobre su pecho mirando de soslayo a cada uno de los jóvenes, le parecía graciosa la imagen de sus ojos, aquellos muchachos parecían pequeños roedores encandilados por los faros de los coches en medio del camino. —Tú si sabes— Sugirió Luke a Adam golpeando su brazo levemente con su codo. Adam negó con la cabeza. Un muchacho a la orilla del corrillo, de cabello rojizo y rosado, enormes ojos azules y labios rosados levantó la mano —Tienes la palabra, Randall— El joven se puso de pie atenuando las arrugas de su pantalón con las palmas de las manos. —Hola Sonrió tontamente mirando a sus compañeros al rededor. —Job era un hombre Los muchachos soltaron una leve carcajada —Job era un hombre, como dije. Un hombre temeroso de Dios, que... Buscaba agradarle. Tenía esposa e hijos, vivía una vida santa ante los ojos del Señor... Permaneció en silencio. —¿Qué más?— Sugirió Rudolf lanzando una mirada acusadora y acomodando sus codos sobre sus rodillas. Randall se encogió de hombros. Las risas volvieron con más fuerza, el joven volvió a su asiento y Rudolf prosiguió. —Veo que nadie entendió nada. Chicos, necesito un poco más de esmero de su parte. ¿Cómo es posible que nadie entendió nada de la vida de Job? Mencionó poniéndose de pie. Adam levantó la mano temeroso. —Adam, ¡que sorpresa! Por favor, di algo— Río volviendo a su lugar y dándole lugar a Adam para hablar —Hola. La vida de Job es ejemplar. Buen padre, temeroso de Dios que a pesar de la terrible prueba de parte de Dios, jamás se alejó de Él. El diablo le dijo a Dios que Job solo le era fiel y leal por sus riquezas, por sus siete mil ovejas y asnos, pero que si Job perdía sus riquezas no andaría más con Dios sino que lo maldeciría. Dios le dió permiso a Satanás para azotar sobre la casa del buen hombre, arrebatándole todo su ganado y a todos sus hijos pero aún así Job no mencionó palabra en contra del Shaddai. El diablo volvió y le dijo a Dios que si Job enfermera éste le maldeciría al ver su enfermedad, así que Dios le dió permiso a Satanás para intervenir en su salud. Job de llenó de una úlcera en todo su cuerpo, probando así la fidelidad de él pero Jon en ningún momento maldijo el nombre del Señor. En fin, Job es un hombre ejemplar que nos demuestra y nos da la lección de bendecir a Dios en todo momento, en la salud y enfermedad, en la carencia y en la prosperidad.— El joven habló con tal convicción que daba la impresión de ser un narrador nato aunque Adam sabía que las palabras no eran lo suyo, la vergüenza y la congoja lo acosaban cada vez que de hablar en público se tratase. Adam quedó inerte. Rudolf comenzó a aplaudir y a él le siguieron los demás jóvenes. Like miraba a su amigo con total orgullo, sintiéndose alegre de su hazaña.
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