El rugido grave del motor del McLaren resonó contra los muros del edificio cuando Gavin giró suavemente el volante y estacionó frente a la entrada principal. La luz del mediodía caía sobre la carrocería plateada del coche, arrancándole destellos que parecían cuchillas de fuego. Dentro, el aire olía a cuero nuevo y a la colonia discreta que él solía usar, mezcla de cedro y tabaco. Emilia lo esperaba afuera. Vestía un vestido verde esmeralda que le llegaba arriba de las rodillas, sencillo pero elegante, que resaltaba el brillo de su piel y el color verde intenso de sus ojos; llevaba sandalias bajas y un pequeño bolso color beige que colgaba de su hombro. El cabello, suelto, le caía en ondas suaves sobre los hombros, y aunque trataba de mantener la compostura, Gavin alcanzó a notar ese leve

