Bill guardó silencio. Podía oír cómo se derrumbaban las paredes del apartamento. Se apoyó contra la puerta; esperaba ser lo suficientemente pesado como para mantenerla cerrada. Finalmente se quedó dormido en esa posición. Llegó la mañana.
Tom siguió con su rutina matutina habitual, ajeno a las turbulencias de la noche anterior. Pronto condujo hasta casa de Bill. Subió las escaleras después de esperar casi diez minutos.
«Bill suele estar fuera ya...», pensó Tom mientras llamaba a la puerta. Golpeó el suelo con el pie con impaciencia. «Me pregunto si lo he molestado...».
Al no obtener respuesta, probó el pomo. La puerta estaba cerrada. Golpeó la puerta con más fuerza.
¡Bill! ¡Vamos! ¡Hora de ir a la escuela! —gritó, pero fue en vano. Estaba a punto de intentar volver a presionar el pomo
