Frances Castello
Lo tengo en hola.
O tal vez fue el comentario de que se debería haber arrodillado sobre una rodilla lo que realmente captó toda su atención. De cualquier manera, está aquí parado con la boca abierta como un pez fuera del agua. No debería gustarme, pero me gusta.
Sus ojos se abren de par en par y no puedo evitar el escalofrió que recorre mi columna mientras lo miro fijamente. Dios, es el mismo y diferente al mismo tiempo.
Esos ojos.
Esos ojos soñadores. Aún más grises que cualquier cielo nublado de California. Aún insondable como las profundidades del océano. Y aún tan expresivo.
Con solo una mirada suya juro que cualquier chica querrá bajarse las bragas por inercia. No ha cambiado nada. Lo odio
Odio que su nariz todavía este tan recta y sus pómulos tan bien definidos. Que esos labios demasiado carnosos que le dieron el apodo de “Chico bonito”, a pesar de sus mejores esfuerzos por deshacerse de él, todavía son tan atractivos. Ni me hagan hablar de ese sucio y magistralmente despeinado cabello castaño; siempre me hacía temblar las rodillas.
También detesto eso. Andréi King siempre fue alto, moreno y arrogante, pero ahora se ha convertido en un hombre. Todo adulto y deliciosamente adulto.
Por un segundo arrebatador, el tiempo retrocede y me pierdo en su rostro que alguna vez pensé que miraría para siempre. Esa boca con una sonrisa ligeramente torcida y esa mandíbula masculina ahora cubierta con al menos una semana de barba.
Si, él es definitivamente todo un hombre. De pie frente a mí, con su cuerpo duro como una piedra y su apariencia atractiva como el pecado, me resulta difícil recordar que lo odio tanto.
Pero luego se encoge de hombros como si lo que le dije no hubiera sacudido su mundo, y cuando lo hace, la dureza, la ira en sus ojos se hace evidente.
—Debería haber sabido que estás de cómplice de la Bruja Malvada del Oeste. El engaño siempre fue lo tuyo—
Tratando de controlar mis emociones, doy un paso atrás, mis mejillas arden bajo el calor de su intensa mirada. Desde este punto de observación puedo ver que su rostro se ha convertido en una máscara completamente vacía. —Eso no es verdad. Andréi, y lo sabes—
En lugar de admitir la derrota, baja la mirada, pero deja que sus labios se curven un poco más, como si estuviera satisfecho.
—Sabes que ser amable no es lo mio—
Exacto. Ese fue el momento exacto en el que recuerdo quien es. Oh, como lo recuerdo. El chico fiestero. El distanciamiento. La arrogancia.
El tiempo ha refinado su personalidad, pero su carácter distante no ha cambiado ni un ápice. Es como un letrero de neón que parpadea con el mensaje de que vive en lo alto de su propio castillo.
Volviendo a la realidad, ladeo la cadera. —Lavinia me llamó después de dejarte. Estoy segura de que sabía que nunca lo lograrías porque, vamos, Andréi, el compromiso nunca fue lo tuyo—
El me da otro encogimiento de hombros. Jugar a la indiferencia también es lo suyo. Sin embargo, se olvida de algo: si el cree que me conoce, entonces definitivamente lo conozco a él.
Y la forma en que sus dientes empiezan a apretarse y la forma en que su frente se eleva hasta la línea del cabello son sus señales. Señales de conmoción. Señales de sorpresa. Señales de ira. Y tal vez señales de algo un poco más oscuro tambien. Si, definitivamente lo he tomado por sorpresa.
Su carácter es casi entrañable, y lo habría sido si no lo odiara todavía. Lo odio con una pasión que amenaza con quemar las paredes mismas de mi ser.
Su arrogancia adulta y su actitud despreocupada podrían haberme hecho querer apuñalarlo, pero la forma en que me mira con esa sonrisa diabólica me provoca ganas de apuñalarme a mí misma… en el corazón.
Bien, en realidad no. Simplemente despreciaba la forma en que mi órgano más vital hacia ese salvaje tum, tum, tum, porque está cerca. Porque casi me besa.
No tiene absolutamente ningún sentido. Él me destrozó hace diez años, y sabe que me volverá a destrozar si lo dejo.
Incluso considerar una alianza es una locura. Lo descarte unos dos minutos después de escuchar la idea. Además, he encontrado una salida a mi apuro. No es la ideal, pero es factible y mucho más segura.
Se acerca. No doy un paso atrás. Peligro, proceda con precaución. Problemas. Problemas. Esas son las palabras que están impresas en su rostro.
Su cálido aliento susurro en mi mejilla, avivando las antiguas llamas del deseo. Yo lo sé mejor, que dejarlo acercarse demasiado, y aún así no puedo alejarme.
La voz dentro de mi cabeza sigue gritando: “juega con fuego y te quemarás”
Debería haber escuchado. No lo hago. Por otra parte, nunca escucho a nadie, ni siquiera a mí misma.
—Entonces, dime— se ríe oscuramente. —¿La idea de ser mi esposa te puso cachonda? —
La risa que brota de mi garganta le deja saber que el concepto en si es absurdo.
—No, me dieron ganas de cocerme la v****a—
Su sonrisa burlona es un peligroso coctel de diversión y deseo. La calidez me recorre la espalda con solo ver sus labios carnosos. Maldita sea. Ni siquiera ha puesto un dedo en mí, pero ya siento su tacto por todas partes. —Eres una mentirosa— dice con total naturalidad, observando cómo me late el pulso en el cuello.
—Es muy agradable verte también, y después de todo este tiempo— Ahora aprieto mi espalda contra la pared, buscando distancia, buscando alivio del fuego que ha encendido en mi en el momento en que lo vi parado en mi camino de entrada.
Sacude la cabeza. —¿Qué, no puedes responder? — una especie de emoción que no puedo descifrar brilla en esos ojos grises, pero desaparece en un instante.
—Bueno, si lo hiciera, sería una mentira, y ambos sabemos que no soy yo el mentiroso aquí. además, para ser honesto, no es agradable verte. De hecho, odio el hecho de que te hayas permitido pasar de seductora a simple adorno para el brazo en solo diez cortos años—
La ira y el arrepentimiento me invadieron. Cierro los ojos y los vuelvo a abrir. Saco la barbilla, no quiero absorber su visión, pero no puedo resistirme.
Puede que odie la forma en que terminaron las cosas entre nosotros, pero desprecio aún más lo que él había hecho. Y no puedo perdonarlo por eso. Por no ver lo que es real. Así que tengo que apagar mis sentimientos. Jugar a ser la chica que el mundo ve: la chica fiestera. —Y veo que has pasado con éxito de ser un idiota a un hijo de puta en menos de una década—
Su sonrisa irónica desaparece y el ceño fruncido que la reemplaza fue acompañada por una mirada glacial.
—¿Qué haces con ese tipo? —
Decirle que Aldo y yo estamos perdidamente enamorados no sirve de nada. Ya ha visto la verdad. —Ya te lo dije, no es asunto tuyo—
Su cuerpo duro se aprieta contra el mio. —¿No crees que me di cuenta en el momento en que lo vi inclinado sobre un tipo? Que eres el velo de Aldo LeBlanc para el mundo y que él debe de ser tu salvador—
Me encojo de hombros. —Pinta el cuadro como quieras— le digo. —De cualquier manera, Aldo y yo nos casaremos—
Frunce el ceño y da un paso atrás, metiendo una mano en el bolsillo y usando la otra para alborotarse el pelo. —¿No puedes hablar enserio? —
Una bocanada de aroma fresco, limpio y masculino llena mi nariz. Inhalo y no puedo evitar temblar en respuesta. El impacto que tiene en mi es tan innegable como inútil. —Lo haré, de hecho. Planeamos hacer nuestro anuncio muy pronto. Estoy seguro de que leerás sobre ello en los titulares—
—Se trata de salvar Vinos Castello—
—No puedo negarlo—
Su cuerpo largo y delgado se inclina hacia adelante y su gran palma golpea la pared al lado de mi cabeza. —Hay otra manera de evitar que el viñedo de tu padre se declare en quiebra— Es más que un indicio de una propuesta.
Se me pone la piel de gallina en el costado mientras un escalofrió de emoción se estrella dentro de mi pecho, hasta que recuerdo que es Andréi King y que no ha cambiado nada. El muro sigue allí, alto, ancho e inaccesible, y no puedo intentar escalarlo de nuevo. —¿Y que podría ser? — pregunto de manera bastante amenazante.
—Cásate conmigo, en cambio— susurra con tono ronco y voz temblorosa, como si no pudiera creer que está sugiriendo semejante cosa.
—Nunca— digo con un siseo vengativo.
Sin avergonzarse, me mira con una sonrisa lobuna. —Nunca digas nuca, Frances— luego, dando un paso atrás, continua:
—¿Qué te parece si dejo la oferta sobre la mesa y te tomas unos días para pensar en todo el buen sexo que no tendrás con Italianito? Te llamaré el martes por la mañana a primera hora—
No me gusta la forma en que su mirada despierta anhelo que no he sentido en años. —Y no voy a responder— le digo, y le doy la espalda como él lo había hecho antes. Luego, por encima del hombro, le pregunto: —¿Y Andréi? —
La gruesa columna de garganta se mueve. —¿Sí? —
—Feliz cumpleaños. Siéntete libre de quedarte y celebrar. Aldo y yo tenemos obligaciones— digo alegremente antes de salir de la sala de descanso, dejando atrás al chico que una vez amé y perdí.
Casarme con Aldo es realmente lo mejor. Ahora solo tengo que convencerme de eso.