Capítulo 1
Cameron….
—Camina despacio por el pasillo, sonríe, y cuando llegues al altar mira directamente a los ojos del novio —repetía la planeadora de bodas por tercera vez, como si mi cerebro fuera incapaz de retenerlo.
Me estaba dando instrucciones como si fuera a un desfile militar, opte por asentir con la cabeza, intentando parecer interesada. La verdad, lo único que pasaba por mi cabeza era: Cameron, tienes que salir de aquí, o en media hora estarás atada de por vida a un hombre que básicamente te compró como si fueras un caballo de carreras.
En ese momento, el teléfono de ella sonó, lo respondió de inmediato, parece que algo sucedió porque empezó a gritar como loca y luego salió rápidamente por la puerta, me tomó un segundo en darme cuenta que me había dejado sola en la habitación y ahí en la esquina, como una invitación del destino estaba una ventana abierta.
Estaba en el primer nivel y era lo suficientemente grande para mí, miré mi vestido, fue una suerte que lo hubiera podido escoger, al menos tuve esa oportunidad y fue muy inteligente de mi parte no pedir algo demasiado pomposo y extravagante.
—Qué se joda —murmuré.
Puse un pie en la orilla, me impulsé y… caí directo a los arbustos del otro lado. No fue una caída elegante ni cinematográfica. Fue un “plof” vergonzoso con ramas clavándose en mi espalda, peinado extravagante y en mi vestido.
Apenbas me dio tiempo de salir cuando vi que estaba en un jardín, seguramente la parte trasera del salón, miré alrededor.
¿A dónde se supone que tengo que ir para salir de aquí?
No tenía tiempo para esto, salí de ahí y corrí hacía el lado derecho, supongo que esa es la salida, pensaba en rodear el lugar, entrar al edificio ya no era una opción, tenía que salir de aquí de inmediato,
Me detuve al ver unos guardias y escuché el sonido de radios y pasos apresurados. Por supuesto, había seguridad en todas partes; el señor Melchlowitz o mejor dicho mi padre no iba a dejar escapar a su “inversión” tan fácilmente.
—¡La novia! ¡He visto a la novia! —gritó un guardia.
Y ahí fue cuando mis pies decidieron que correr era la única opción. Atravesé un pasillo lateral, esquivé a un par de meseros confundidos y doblé una esquina… justo para estrellarme contra un muro. Bueno, contra un hombre.
Tardé un segundo en darme cuenta. Alto. Rubio. Guapo. Musculoso. Tal vez estaba viendo de más, pero tenía una mirada penetrante que me dio un escalofrío, tenía un traje formal n***o, seguramente era parte de los invitados.
—Vaya… —dijo él, con una sonrisa que parecía más cálida de lo que debería—. Creo que la novia debería estar en la iglesia, no corriendo por los pasillos.
Retrocedí un paso, recelosa. Nunca lo había visto, no sabía si era uno de los invitados de mi padre o uno de los invitados del hombre que me había comprado. De todas formas no tenía tiempo para esto.
—No se meta —expresé intentando pasar a su lado.
—Es que parece que estás perdida y un poco… sucia —señaló mi aspecto —. ¿Estás perdida? ¿Te encuentras bien?
—Le parece que estoy bien —señalé —. Nadie estaría bien cuando tu padre te obliga a asistir a una “reunión importante” que solo es una estúpida trampa para que regreses y te venda a un desconocido.
Lo solté como vomito verbal. Me pasa muy seguido. El filtro que hay entre mis pensamientos y mi boca es casi inexistente. Fueron unos segundos que me vio, habia cierta empatía en su mirada, escuché el sonido de pasos, tenía que irme y estaba a punto de hacerlo cuando él habló.
—Puedo ayudarte.
Me detuve. Su voz era grave y tranquila. Lo miré de arriba abajo. Un desconocido.
—¿Y por qué querrías ayudarme?
—Porque si no quieres casarte, y no deberías hacerlo. Es así de simple.
Sonaba… convincente. Y, honestamente, me estaba quedando sin opciones. Mi corazón seguía latiendo como un tambor y, por alguna razón, su presencia me transmitía calma.
—¿Cómo te llamas? —dudé.
—Ezra Genovese —respondió.
No lo he escuchado. Es joven así que no es uno de los amigos de mi padre, tal vez sean de mi prometido, quien no tengo idea de quién es porque no lo he visto, pero sé que es un hombre despiadado del crimen organizado y no me voy a casar con él, haré lo que sea para no llegar al altar.
Asentí, todavía dudando.
—Está bien…
Y así, sin saberlo, le entregué mi libertad a un completo desconocido. Un hombre que me había ofrecido una oportunidad de escapar… aunque tal vez, en realidad, me estaba entregando a algo peor. Porque irme con Ezra no sería el inicio de mi libertad.
Podría ser la peor decisión de mi vida.