—¡Hey! —saludé, tratando de sonar más casual de lo que me sentía. Alejandro me ofreció la silla a su lado y me senté agradecida.
—Chloe, al fin sales de tu cueva —bromeó Paula, riéndose mientras tomaba un sorbo de su copa.
—Es que la comida gratis tiene ese efecto en mí —respondí, arrancando una carcajada de ambos.
—Dicen que el nuevo presidente es buena onda —comentó Paula, mirando alrededor.
—No se confíen —intervino Alejandro, con esa voz grave que hacía que cada palabra sonara como una promesa peligrosa—. Es bueno en los negocios. El que no le sirve, lo despide.
Al escuchar eso, casi me atraganto con mi propia saliva. Tosí, intentando no atrapar demasiadas miradas, pero el comentario de Alejandro me había puesto los nervios de punta.
Los meseros comenzaron a dejar platos sobre la
