Él sonrió, pero sus ojos no perdieron esa intensidad.
—Eso ya lo haces. Pero no creo que sea solo eso —murmuró, y el semáforo cambió a verde, pero él no arrancó de inmediato.
El momento se alargó entre nosotros, y por un segundo, pensé que iba a inclinarse hacia mí. Mi corazón latía con fuerza, y sentí cómo mi cuerpo se inclinaba inconscientemente hacia él.
Pero en el último segundo, Alexander arrancó el auto, rompiendo el hechizo. Me recosté en mi asiento, respirando profundamente, tratando de calmar el torbellino de emociones que me invadía.
—Alexander —dije, con la voz más dulce que pude reunir—, ¿te importaría darme el control de mi pepino?
Por un segundo, el auto pareció flotar en el aire. La tensión explotó en una carcajada profunda que resonó en el interior del vehículo, una ri
