—¡Desgraciada! —susurró Rebeca entre dientes apretados, con un hilo de sangre colándose entre sus labios y dientes manchados. Su voz era un siseo rabioso y dolido. —Mañana medio mundo sabrá lo que hiciste a espaldas de mi padre —espetó Linda, con los ojos desbordados de furia y lágrimas. Su voz era un filo que cortaba el aire. Pero Rebeca se echó a reír, una carcajada cínica que nacía desde el fondo de su perversidad. —Que lo sepan. No me importa. —escupió—. Tengo influencias, conexiones, y tú… tú no eres nadie para frenarme. Y entonces, el eco de pasos apresurados retumbó por el pasillo. Luciano irrumpió en la sala como una sombra descompuesta. Lo primero que sintió fue un zarpazo de horror atravesándole el pecho. Las imágenes tardaron en ordenarse: cristales, sangre, cuerpos force

