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El tiro perfecto "El amor más difícil no se gana en la cancha"

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Descripción

Noah “Ice” Carter tiene todo: fama, talento y el futuro asegurado en la NBA.Frío, arrogante y peligrosamente atractivo, es el típico chico popular que nunca pierde… hasta que llega ella.Maggie Lawson, la nueva alumna de último año, brillante, sarcástica y con un pasado que intenta dejar atrás. Él vive para el juego; ella, para los sueños.Dos mundos opuestos que chocan en el pasillo de una preparatoria de Georgia y cambian para siempre el destino del otro.Lo que empieza como una apuesta del corazón se convierte en el tiro más arriesgado de sus vidas: amar.Pero cuando la traición, el orgullo y el destino se cruzan, ambos descubrirán que no todos los partidos se ganan con talento… algunos se ganan con el alma.

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1 El reinado de Ice
Noah ​El último año. Último jodido año y, sinceramente, no había nada que me emocionara más que la idea de que terminara. Georgia era un buen lugar para crecer, supongo, si te gustaba el calor pegajoso y la complacencia, pero mi destino estaba en las canchas de la NBA. Yo visualizaba las luces brillantes de un estadio con capacidad para veinte mil personas, el rugido de una ciudad real, no de este pueblucho que se enorgullecía de su equipo de baloncesto de preparatoria. ​Sí, éramos buenos. Éramos, joder, excelentes. Y yo, Noah “Ice” Carter, capitán y la estrella indiscutible del equipo, era la razón principal. Mi apodo, "Ice", no se debía solo a mi calma bajo presión; era una referencia a mi pelo rubio casi blanco y mis ojos de un azul intenso que rara vez mostraban emoción. Mi 1.92 metros de estatura me hacía destacar en cualquier sitio, un recordatorio constante de que mi mundo no estaba destinado a ser tan bajo ni tan estrecho como este. ​—¡Carter! ¡Deja de soñar despierto y muévete! —La voz áspera del entrenador Davies, una mezcla de tabaco y frustración acumulada, me trajo de vuelta a la brutal realidad. ​Estábamos en la primera práctica de pretemporada. El gimnasio olía a sudor rancio, desinfectante y a la cruda ambición de veinte chicos que veían el baloncesto como su único billete de salida. Rodé los ojos sutilmente y aceleré mi paso por la cancha, recogiendo un balón de baloncesto casi por instinto. El cuero, gastado y familiar, se sintió correcto en mis manos. Era mi elemento. Mi santuario. ​Jayden, mi mejor amigo y, a menudo, mi conciencia, me dio un codazo ligero mientras corríamos un sprint. Jayden era la versión más sensata de mí. Guapo y con encanto natural, sabía cuándo parar y cuándo retirarse. Yo, en cambio, tendía a pisar el acelerador hasta que las llantas echaban humo. ​—¿Pensando en las glorias pasadas, Ice? —se burló Jayden, jadeando ligeramente, pero su sonrisa ladeada delató que sabía exactamente en qué estaba pensando: en la gloria futura. ​—Más bien en las glorias futuras, hermano —respondí, lanzando el balón hacia el aro y encestando sin esfuerzo. El suave y satisfactorio "swish" resonó. —Este pueblo se me está quedando pequeño. Me siento como un león en una jaula de hámster. ​Troy, nuestro tercer mosquetero, tropezó detrás de nosotros, resoplando. Troy era el alivio cómico. Compensaba su falta de gracia atlética con una lealtad inquebrantable y el dinero ilimitado de su padre. Su futuro ya estaba escrito: suceder a papá en el imperio familiar, legal o no. ​—¿Alguien más está muriéndose de calor? ¡Siento que me estoy derritiendo! —se quejó Troy, frotándose el sudor de la frente. —Necesito un batido de mango gigante y una piscina olímpica con chicas en bikini. ​Jayden y yo nos miramos y negamos con la cabeza al unísono. Algunas cosas nunca cambiaban. ​Después de la práctica infernal, nos dirigimos a los vestidores. El olor a desodorante, sudor concentrado y testosterona era casi palpable. Zayn y Malik discutían, mientras Adrian intentaba, sin éxito, conquistar a la chica de los uniformes. ​Mientras me despojaba de la camiseta empapada, mi teléfono vibró sobre el banco. Un mensaje de Tatiana. ​Ella era la capitana de las porristas. Sexy como el infierno, con un cuerpo atlético que hacía girar cabezas, pero una perra de primera categoría. Me había estado acostando con ella de manera intermitente durante la mayor parte del verano. Era conveniente, no requería esfuerzo emocional, y era completamente sin ataduras, exactamente lo que yo quería. Ella era el trofeo perfecto para el rey de la escuela. ​Tatiana: Te espero en tu casa en una hora, guapo. Necesito un... desestrés. ​Sonreí. Una sonrisa pequeña, de satisfacción superficial, que no alcanzaba mis ojos. Ella sabía lo que quería, y yo también. Era una ecuación simple. ​—Parece que el hielo se está descongelando antes de tiempo —comentó Jayden, notando la sutil curva en mis labios mientras guardaba mi teléfono. ​—Solo es negocios, Jay. Puro trámite —respondí, poniéndome una camiseta limpia. ​Mientras salíamos del gimnasio, vi a Tatiana con su séquito. Trixie, Lexie y Candy. Eran como sombras, siguiéndola a todas partes, riendo demasiado fuerte ante cada una de sus palabras. ​Tatiana me lanzó una mirada seductora, cruzándose de brazos para resaltar su escote, asegurándose de que todos la vieran. ​—Nos vemos luego, Ice —ronroneó, lo suficientemente alto para que todos lo escucharan. ​—Claro, Tati —le respondí, sin el menor rastro de emoción real en mi voz, consciente de que todos nos miraban. Ella era la confirmación de mi estatus. Pero por dentro, ese ritual me dejaba vacío. La parte que anhelaba algo más se había encogido hasta convertirse en un susurro. ​—Ahora, si me disculpan, tengo cosas que hacer —dije, dándome la vuelta, sintiendo el sol de Georgia golpear mi cara mientras salía. Me sentía indestructible, invencible e inalcanzable. Tenía un plan. Tenía un futuro. Y un pueblo entero a mis pies. ​¿O no? ​Justo en ese instante, en el estacionamiento, mi mirada se detuvo. Había una chica nueva. O quizás simplemente había sido invisible hasta ahora. Estaba de pie junto a un viejo sedán azul, con el maletero abierto, luchando visiblemente con una caja llena de libros y carpetas. Tenía el pelo castaño recogido en un moño desordenado, unas gafas de montura gruesa y unos jeans rasgados. No era el tipo de chica que se exhibía; era... silenciosa. ​Ella no me miró. No levantó la cabeza. Estaba concentrada en su lucha contra la caja. Su indiferencia era como una bofetada helada. En el mundo de Eastside High, donde todos vivían para ser vistos por "Ice" Carter, su falta de interés total me picó de una manera que la ostentosa exhibición de Tatiana jamás podría. ​Me quedé observándola por un momento, un lapso de tiempo que se sintió demasiado largo, y por primera vez, el plan, el futuro y Tatiana se desvanecieron. Era como si el ruido del mundo se hubiera apagado. Su historia era un lienzo en blanco. Ella no formaba parte de mi ecuación. ​Ella logró levantar la caja, casi tropezando, y la metió con un golpe seco en el asiento trasero. Cerró el maletero y se apoyó un momento en el coche, exhausta. Solo entonces, levantó la cabeza y sus ojos, de un color ámbar profundo, casi dorados, se cruzaron con los míos. ​No había admiración. No había deseo. Había agotamiento y una pizca de desafío frío, una mirada que decía: no te atrevas a cruzar mi camino. ​Me sobresalté por la hostilidad. ¿Quién diablos era ella? ​Antes de que pudiera reaccionar, ella ya estaba subiendo a su coche. El motor del viejo sedán tosía, protestaba y, finalmente, arrancaba. El coche se alejó, lento y descuidado, abandonando el aparcamiento de los "reyes" sin una sola mirada atrás. ​Me quedé de pie en el sol de la tarde, sintiendo que el "hielo" en mi interior se agrietaba por primera vez. Un pequeño, insignificante quiebre. El pueblo se me estaba quedando pequeño, sí, pero tal vez había esquinas que aún no había explorado. ​La pregunta flotó en el aire caliente de Georgia: ¿O no? ​El rey había encontrado a su primer súbdito rebelde. Y él no sabía si eso le aterraba o le excitaba.

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