Capítulo um
Capítulo uno
Julie
¿Ves a esa muchacha acostada en la cama? ¿Sí, la rubiecita delgada, con espejuelos y un piyama de Bob Esponja, envuelta en un edredón y que oye los gemidos de la casa de al lado?
Mucho gusto, esa soy yo, y voy a contarte mi historia.
Todas las noches me despierto asustada con los sonidos de la casa vecina. Y todas las noches, me carcome la envidia al oír los gemidos de chicas aleatorias que, en verdad, deberían ser los míos...
Mi nombre es Juliette Walsh, pero todo el mundo me llama Julie. Tengo 23 años, y desde niña estoy perdidamente enamorada de un chico que no me hace caso. Mejor dicho, sí me hace caso, pero como si fuese su hermana menor. Y ese tipo es quien provoca noche tras noche aquellos gemidos ajenos.
He convivido con Daniel básicamente toda mi vida. Él es tres años mayor que yo y que su hermana, la hermana de verdad, que es mi mejor amiga. Éramos vecinos. Nuestros padres eran muy amigos y cuando, a los catorce años, perdí a los míos en un accidente automovilístico, la madre de ellos se hizo cargo de mí como si yo fuese su hija.
Soy hija única, mis padres también lo eran y mis abuelos ya habían fallecido. Los Stewart fueron la única familia que me quedó. Familia de corazón.
Mi madre era una mujer preciosa, de cabello rubio largo y brillante, y ojos azules expresivos. Heredé de ella esas características físicas, pero no soy, ni de lejos, tan bonita. Ella estaba completamente enamorada de mi padre. Perder a toda mi familia de una sola vez fue un golpe muy duro, pero, viéndolo de otro modo, fue mejor así. Mis padres eran una pareja irritantemente feliz, y no creo que sobreviviesen a la pérdida el uno del otro.
Fue de ellos que heredé la creencia de que el amor debe gobernar nuestras vidas, y también de que un día encontraría al príncipe encantado que me iría a rescatar de mis problemas, que me llevaría a cabalgar durante la puesta de sol y con quien sería feliz para siempre...
Y lo encontré. Primero, en la forma de un niño travieso, que jalaba mis trenzas y hacía con que Johana y yo lo persiguiésemos.
Después, durante la adolescencia, vi a aquel niño travieso convertirse en un joven apuesto, que con un chasquido de dedos lograba conquistar el corazón de todas las chicas de la escuela. Incluyéndome a mí.
Después de perder a mis padres, fui a vivir a la casa de los Stewart — que se quedaron con mi custodia, algo que les agradezco profundamente — y Danny comenzó a cuidarme aún más. No me dejaba tener novio ni salir con los amigos de él, porque decía que yo no tenía edad para esos juegos de "adultos". Pero él no era así solo conmigo. También trataba a Jo más o menos de la misma manera.
Hasta que se fue para la universidad a estudiar Administración, y yo finalmente conseguí algún que otro novio. Nada serio. Para ser sincera, ellos solo me servían para adquirir experiencia para cuando Danny regresara definitivamente a casa y, por supuesto, a mis brazos.
Pero no fue eso lo que sucedió. Después de graduarse, regresó más apuesto, seductor y hermoso que nunca, y tratándome aún como su hermana menor, como si yo fuese aquella niñita de catorce años y no una mujer de 21, lo que me dejaba hecha una furia.
Danny regresó de la universidad con un proyecto de vida que se ajustaba a la perfección con el mío: él decidió abrir un negocio, en conjunto con sus dos mejores amigos, Rafe y Zach. Un bar, con música en vivo todos los días y un grupo de bármanes mega simpáticos. Dieciocho meses después, el After Dark abrió las puertas con un éxito estruendoso y se convirtió en el sitio predilecto de los jóvenes de Los Ángeles.
Debes estarte preguntando cómo es que mi proyecto de vida se ajusta al de él. Es simple: lo que mejor se me da en esta vida es cantar. Es la única cosa que sé hacer, soñé y me preparé para hacer... pero que Danny no me deja hacerlo. Insufrible, ¿verdad?
Cuando comenzaron a entrevistar bandas para el bar, me ofrecí, pedí, imploré para que me dieran una oportunidad, pero Daniel decía que yo no estaba preparada para enfrentarme a una multitud, y les prohibió a los amigos que volvieran a hablar del asunto.
Cuando yo decía que probaría en otro sitio, era horrible. Discutíamos y yo siempre acababa cediendo. ¿Por qué?
Porque el amor es ciego, sordo, mudo e idiota.
Como no podía perseguir mi sueño de cantar, acabé aceptando trabajar en el After Dark como camarera.
Nunca me entusiasmó ir a la universidad. Mi sueño era vivir de la música. Recibí incontables clases de canto, baile y aprendí a tocar varios instrumentos. Por eso, nunca me preparé para otro tipo de trabajo.
Poco tiempo después de la inauguración del After Dark, decidí mudarme de la casa de los Stewart. Amo a los padres de Daniel como si fuesen mis propios padres, pero quería tener mi propio espacio. Por coincidencia, una inmueble al lado de la casa de Daniel — que vive solo — se desocupó, y él sugirió que me mudara para allá. De esa forma, él no se preocuparía tanto por mí y yo tendría a alguien de la "familia" cerca.
Yo solo podía pensar en que él había comprendido finalmente que crecí, que no seguía siendo aquella niñita de trenzas que él conocía. Rescaté una de las inversiones que el contador había hecho con la herencia que mis padres dejaron y compré la casa, con la esperanza de que, se me quedaba por ahí, algún día por fin Danny se fijaría en mí.
¿Y de verdad creíste que eso iba a funcionar? Claro, yo tampoco debía haberlo creído. Es por eso que estoy acostada en la cama, sola, en uno de mis días libres un viernes por la noche, oyendo los gemidos cada vez más altos de la "buscona" de turno, que se está dando gusto con el hombre que debería ser mío.
La casa de Danny más bien parece un burdel. Es un mujeriego empedernido y, cada noche, tiene una compañía diferente. Menos mal que la mayoría de los vecinos también son solteros y no les importa. Sería complicado si tuviéramos vecinos ancianos queriendo ver la novela al mismo tiempo que el canal pornográfico parece estar transmitiendo en vivo, en la casa de al lado.
El hecho de ser dueño de un bar facilita mucho sus conquistas. Todos los días Daniel sale de allá con una mujer colgada del brazo rumbo a su nido de amor. Y, a pesar de toda esa promiscuidad y variedad de mujeres, él nunca me dio la oportunidad de probar ni siquiera el sabor de sus labios.
Claro que no. Sigo aquí llena de ansias y frustrada mientras él se satisface con la fulana de turno.
Debes estarte preguntando por qué no me mudo, por qué no le doy un giro a mi vida.
Voy a confesarlo y estoy segura de que pensarás que estoy más loca que nunca: lo que me mantiene aquí es la esperanza... Es lo que me hace quedarme aquí y aceptar un empleo con el cual no soñé, renunciar a mis anhelos y pasar las noches oyendo los gemidos de la casa de al lado. Esa tonta esperanza de que, un día, él se dé cuenta y vea que la mujer de su vida soy yo. ¡Ay, Dios mío! Eso suena descabellado hasta para mí. Pero, ¿quién dice que yo puedo renunciar a ese hombre?
Y es por eso que todas las noches paso por el mismo tormento. Primero rabia, después frustración. Me levanto y bebo agua para intentar calmarme, porque me rehúso a tocarme para buscar algún alivio para este tormento mientras él está teniendo sexo con una tipa cualquiera. Entonces me acuesto nuevamente, enciendo la TV, navego por la internet para ver si hay algo interesante en las r************* , o, por lo menos, alguien para conversar. Doy vueltas en la cama, otra vez. A veces, baja la musa y escribo canciones que nunca voy a cantar y que hablan de todo el amor que siento por aquel idiota. Y así continúo, hasta que llega la madrugada, la casa de al lado se queda en silencio, y yo, exhausta, logro dormir al fin.