MI VIDA EN LA WOLKSWAGEN
El año pasado, mi novio Antonio decidió que nuestra relación se estaba volviendo un poquito sosa.
Llevamos unos dos años viviendo juntos, su cabello es muy rizado de color castaño. No es muy guapo lo reconozco, pero tampoco feo, digamos que; ni fu ni fa. Medirá metro setenta o cosa así. Y lo que más odio de él es que lleva un año entero sin afeitarse la barba, ni cortarse el pelo.
Yo me llamo Ester soy morena, mi cabello es de color avellana, lo tengo a la altura de los hombros y menos mal que es muy lisito, porque no estoy en condiciones de ir a la peluquería, aunque sea una vez al mes como hacía antes.
Pues así empezó está historia, cuando Antonio cogió unos días de vacaciones en su trabajo, planificó un viajecito de fin de semana. Alquiló una autocaravana no muy moderna, ya que era la Volkswagen de unos hippies. Y así fue como nos intercambiamos la casa por su furgoneta.
Como no teníamos mucho dinero porque nuestros trabajos no daban para mucho, pues se metió en internet y en una página rara de intercambios nos intercambiamos las vidas con ellos, al principio y en teoría solo iba a ser para un fin de semana, pero la cosa se alargó.
Hasta tal punto que fuimos, viajando y viajando. Los hippies se metieron de ocupas en nuestra casa. Cuando intentamos volver a hacer el intercambio de nuevo se negaron, y un año después de ir a miles de juicios para echarles de nuestra casa, no hemos conseguido que la cosa avance.
Por lo que Rosana y su novio Tahe, el guiri como yo le apodo, siguen en nuestra casa, y nosotros nos hemos venido a vivir a la costa de Portugal.
La vida aquí no es muy cara, la verdad que se está bien, y las ropas que uso ahora son de lo más cómodas, camisetitas de tirantes, bermudas, chanclas y vikinis. Tengo tantos que hay días que es lo que más trabajo me cuesta elegir.
En fin, mi novio la cagó. La cagó y mucho, aunque hay días que yo me lo paso bien viviendo en la playa. Como es de lógica
dormimos en la caravana. Estamos en pleno julio y hace un calor de muerte, este cacharro no tiene aire acondicionado, ni nada que se le parezca.
Me salgo a la calle a respirar un poco, solo llevo puesto mis bermudas y la parte de arriba del biquini, no tengo ni que decir que uso esas bermuditas vaqueras de flecos a medio muslo.
La verdad que desde que vivimos así he vuelto a recuperar mi figura, mi cinturita de avispilla, cosa que me encanta, porque sé que le vuelve loco a Antonio, de hecho no me deja ni respirar el sexo entre nosotros ha mejorado bastante.
La semana pasada a las tres de la mañana muertos de calor me bajé a la playa a darme un agüilla, yo muy inocente de mí como estaba sola me quedé como Dios me trajo al mundo.
Al principio el agua estaba fría, pero conseguí meterme y nadar un poco, pues no pasaron ni cinco minutos cuando me di un susto de muerte.
—Mi amorrr, ya estoy aquí —escuché por detrás de mí, mientras unas manos me sujetaban por la cintura, y un pene me rozaba el trasero.
—¿Estás loco? ¿Qué coños te pasa? —pregunté cuando vi que era Antonio.
—No te enfades cariño, yo solo quería jugar un ratito a los submarinistas —responde mientras se mofa de mí.
—¿Y por qué no te has quedado mejor en la furgoneta? —espeto con la mano puesta en el pecho, intentando que no se me salga el corazón—. Podrías haber seguido jugando con el coco —argumento, nadando hacia la orilla, para volver a la cama.
Al verme salir como una flecha del agua, mi novio me sigue, cuando toca la arena con sus pies sale del agua corriendo y me roba la ropa.
Desde la orilla no dejo de mirarle, es sorprendente que siempre esté de tan buen humor. Con las manos en la cintura y en posición de jarra replico:
—Dame mi ropa.
—Si la quieres juguemos un ratito, por fisss —me dice con ella en la mano, mientras pone cara de animalillo desvalido.
—¿Y a qué quieres que juguemos? ¿A los perritos? —le digo, riéndome de él.
Veo su cara de emoción, puedo sentir que su m*****o se le va poniendo erecto, a pesar de la oscuridad de la noche, sé que cuando quiere hasta que no lo consigue no para.
—¿Por qué a los perritos?
—Pues... Porque sí, porque si te digo que me muevas el rabito y me des tu mano sé que lo vas a hacer.
Y así fue, por muy mentira que parezca Antonio soltó mi ropa, y en menos de un segundo se colocó frente a mí de rodillas, a tres patitas y fingió el sonido de un perrito aullando.
—Hola, Tobi. ¿Qué tal está mi pequeño perrito? —pregunté con su mano entre las mías mientras acariciaba su cabeza.
Antonio cambió la mirada al instante, acercó su nariz a mis pechos y empezó a hacer el gesto de que me olisqueaba todo el cuerpo. Yo me dejé caer a la arena, muerta de la risa, ver a mi novio haciendo esas tonterías no era algo inusual para mí.
Enseguida se me colocó encima y me embistió con fuerza, mis gemidos comenzaban a salir de mi boca, la noche se puso muy bien hasta que a lo lejos se escuchó un grupo de voces al fondo.
—¡QUITA, QUITA! —le reclamé, enseguida al ver que un grupo de chicos muy jóvenes venían hacia nosotros.
—Corre vístete —respondió, buscando mi ropa.
—¿La ropa está en el agua? —dije despavorida, mientras corrí hacia el agua.
—¡MIRARLES, MIRARLES! —gritó un chico, señalándonos con el dedo—. Parecen dos croquetas —terminó de decir antes de sacar su móvil para empezar a grabarnos.
Gracias a Dios Antonio y yo pudimos pescar nuestra ropa y vestirnos dentro del agua, pero al día siguiente el video estaba subido a todas las r************* , y mi trasero celulítico fue muy famoso durante una semana.