Tres días. Tres días para que todo se desate, tres días para que todo lo que he hecho, todo lo que he planeado, se convierta en realidad. El tiempo se diluye entre mis dedos mientras mis pensamientos se enredan, inquietos, buscando respuestas a preguntas que sé que nunca tendré. Cada segundo cuenta, pero a la vez, el reloj parece moverse más despacio de lo que nunca antes había experimentado. La ansiedad me consume poco a poco, como si no pudiera escapar de su abrazo. Las invitaciones ya están llegando a las manadas cercanas y a las más importantes del mundo. Es como si el destino me empujara a un punto de no retorno, a un lugar donde mis decisiones se vuelven más pesadas de lo que imaginé. Cada invitación enviada, cada sello, cada mensaje entregado, parece llevar consigo un fragmento de

