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La Propuesta

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matrimonio bajo contrato
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Descripción

Ada Álvarez perdió a sus padres con solo dieciocho años y, desde entonces, la vida la ha golpeado de mil maneras. Trabajadora, amable y hermosa, es una chica que, a pesar de los problemas, no se rinde. Lleva a cuestas una deuda que no es suya, pero la asume con sacrificio con tal de no terminar peor.

Gabriel Benett, reconocido hombre de negocios y dueño de una impresionante cadena de hoteles. Arrogante, mujeriego y presuntuoso, necesita cuanto antes asegurarse un heredero para su imperio. Pero no puede ser cualquier mujer. La que sea, debe estar a la altura.

Los caminos de ambos se cruzan y no por pura casualidad. Ada representa lo que Gabriel necesita y cada acercamiento, está encaminado hacia un objetivo claro: La propuesta.

—Tienes que ser tú, tú eres la indicada. Ambos salimos beneficiados en esto.

—Lo que me pides es difícil. No puedo hacerlo.

Por más fuertes que sean los principios, cuando el problema crece y no existen más soluciones, no hay dudas de que lo mejor, es aceptar.

Y aunque todo comience como un frío contrato, ¿quién garantiza que ese hombre de negocios, apuesto y elegante, no logre cambiar la situación?, ¿que el amor, no llegue a su vida para hacerla sufrir más?

Las razones pesan, pero la propuesta es buena y es mejor, hacer caso a lo que dicta el corazón.

¿Aceptas?

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Capítulo 1
 ¡Ay! Estoy cansada, más que cansada; mis brazos y piernas ya no me responden. Desde que mis padres y mi hermana pequeña fallecieron en un accidente automovilístico, he tenido que trabajar. Desde los quince años he trabajado de mesera, cajera, de limpieza, entre otros muchos trabajos de medio tiempo. La mayoría me han durado poco y el pretexto, casi siempre, es la reducción del personal. Durante nueve años he trabajado como esclava, me he desvelado y no como bien. He aprendido muchas cosas de la vida; entre ellas, que para vivir en este mundo tienes que trabajar como esclavo y, aun así, el dinero no alcanza. Mi humilde hogar es un pequeño cuarto que rento; cuando mis padres murieron lo perdí todo. El hermano mayor de mi padre peleó por nuestra casa y todas las pertenencias; me dejó sin ninguna moneda, en la calle y sin compasión alguna. Actualmente, trabajo en un taller mecánico; llevo todo un año aquí y es que, en estos momentos, no me contratan en otro lado y solo ponen pretextos; sé que se debe a que no tengo completos mis estudios, pero mientras, este es el único lugar donde me aceptaron. Desde que entré me han enseñado cómo arreglar los motores, las puertas de los carros, los asientos; muchas cosas he aprendido y eso es bueno; sé de todo un poco. Desde entonces, he hecho bien mi trabajo; los clientes me recomiendan, me dejan buenas propinas y mi paga es lo suficientemente buena para mí. Mi vida laboral va de lo mejor; hasta ahora. En cuanto a mi vida sentimental, es algo diferente; las personas que me conocen dudan de mi sexualidad por el simple hecho de que trabajo en un taller mecánico y porque no me han visto con ningún chico; por esta razón recibo insultos de la gente. Intento pensar que no me afectan, lo único que me importa es mi vida, yo sé realmente lo que soy y trabajo en lo que sea que me dé ganancias, no me importa lo que la gente diga de mí y siempre logro ser fuerte; pero a veces, estas intenciones no son suficientes. (…) Hace unos días, mientras bebía de mi taza de café, un chico me hizo plantearme seriamente cuánto soy capaz de aguantar. Sus palabras me lastimaron demasiado. —Hola ¿Cómo te llamas? —Un chico rubio, alto, guapo y bien vestido me habla.  Dejo de beber mi café y me enfoco en él. Estoy confundida, no sé quién es esta persona. No está en mi rutina que me hablen los chicos; por lo regular, son señores y nada de citas, solo lo normal, para pedir ayuda. —¡Ah! ¿Yo? —pregunto, extrañada. —Sí. Tú —responde el desconocido. —¡Ah! Me llamo Ada Álvarez. —Bonito nombre, creo que es lo único bonito que tienes —exclama y comienza a carcajearse junto a sus amigos, que se encuentran al fondo de la cafetería. No le basta y agrega—: ¡Oye! ¿No te han dicho que con ese aspecto pones en ridículo al sexo femenino? No sé cómo puedes ser mujer, te falta ser femenina; creo que deberías ser mi amigo —continúa, riéndose de mí, pero luego rectifica sus palabras—. No, mejor no; me dejarías en ridículo a mí por ser tu amigo. El chico se aleja, riéndose de mi apariencia. Y yo me quedo pensando en sus palabras. (…) Mi apariencia no es tan mala; no uso maquillaje porque la mayor parte del tiempo estoy sucia y, respecto a mi ropa, no tengo tanto dinero para comprar bolsos, joyas o cosas así por el estilo; me visto lo mejor que puedo.  Prácticamente, mi vida es así. Tengo muchas deudas que pagar y en especial, una que me martiriza cada día; una que le dejaron a mi padre. El hermano de mi padre me quitó todo, pero me dejó las deudas; incluso, de lo que ellos gastan en su nombre me tengo que encargar. Por ese motivo tengo que trabajar como esclava. «Injusto. Lo sé», pienso desanimada.  Mi sueño es terminar la universidad y tener una carrera de Licenciatura en Pedagogía. Escogí esta carrera porque mi madre era maestra en un jardín de niños (kínder) y, a veces, trabajaba en guarderías y yo la ayudaba. Aparte de esto, me gustan los niños, me gusta cuidarlos, me hacen sentirme bien; aunque en un futuro no me veo ni casada ni con hijos. Pienso que toda mi vida estaré trabajando; además, los chicos me desprecian por no ser femenina, no creo tener un esposo o una pareja. Lo único que quiero lograr es terminar con la maldita deuda que me otorgaron. Esto pasó porque a mi temprana edad, yo no sabía qué hacer; estaba en un hospital recuperándome, mientras a mis familiares los enterraban. No hay un papel que confirme su muerte, es por ello que yo tengo que pagar la deuda. Quisiera pagar una escuela para seguir estudiando y tener un mejor empleo. Muy pronto lo lograré, sé que tarde o temprano lo haré; mientras tanto, voy a seguir trabajando. —Ada, ¿ya tienes las piezas que te mande a arreglar?  —habla mi jefe, el señor Ruiz—. Las necesito. —Sí, señor, ya las tengo —aseguro—. ¿Voy por ellas? Están en el garaje. —Sí, ve por ellas —indica. Me alejo del lugar y voy por las piezas al garaje; las tomo y voy corriendo de vuelta. —Muchas gracias, Ada. Eres más eficiente que todos estos hombres juntos, buenos para nada. —Señala a todos los empleados que se encuentran en el patio, jugando entre ellos—. Eres mi trabajadora número uno —halaga. —Gracias. —Hago una reverencia en forma de agradecimiento. —Ayúdame a poner esta pieza del otro lado de la puerta, el cliente lo quiere para hoy —pide. —¡Sí señor! —obedezco y me pongo rígida como un soldado, levanto mi mano y la pego a mi frente. El señor Ruiz se ríe de mí. Tomo la otra pieza, agarro mis herramientas y empiezo a colocar la manija en la puerta. Me lleva unos minutos ponerla, pero queda lista. —Listo…Ada, ¿te puedo pedir un favor? —pregunta mi jefe y yo lo atiendo servicial. —Sí, señor —afirmo. —El dueño del auto va a venir dentro de dos horas, pero yo tengo capacitación y no voy a estar. ¿Se lo podrías entregar tú? —Sí, señor Ruiz. No se preocupe, yo lo entrego. Vaya a su reunión —exclamo. —Muchas gracias, Ada. Eres la mejor empleada que he tenido. Me voy, que se me hace tarde —dice y se aleja. —Con cuidado señor, maneje bien. Mi lema de siempre, es tener satisfecho al cliente para que regrese y me dé una gran propina. Quiero entregar el carro en buenas condiciones, así que me pongo a lavarlo. Después de dos horas, termino y solo espero a la llegada del dueño del auto, para poder irme a casa y descansar. Es la hora de comer y voy por mi comida a mi casillero; un tazón de arroz y un poco de carne, que comienzo a comer con la boca ensalivada. Un compañero de trabajo, Rubén, me habla. —Ada, te hablan en la oficina. —Gracias, ahorita voy —respondo. Me levanto, dejo mi comida y me limpio la boca con la servilleta de papel. Me encamino hacia la oficina, entro y me encuentro con un señor. —Buenas tardes —saludo. —Buenas tardes... señorita  —devuelve el saludo confuso, duda de mi apariencia. —¿En qué puedo ayudarlo? —pregunto y no le doy importancia a ese detalle. —Vengo por un auto al que le arreglaron las manijas de las puertas —explica—, es un... —¡Ah! ¡Sí! Ya sé cuál es, espere un momento. Salgo corriendo al estacionamiento por el auto, me subo en él y lo llevo hasta la puerta principal; estaciono el auto y bajo. —Aquí tiene. —Le entrego las llaves. —Muchas gracias, señorita. Usted es muy eficiente —halaga. —Gracias. —Sonrío. —¿Te puedo preguntar algo? Espero no te molestes —pregunta y yo creo saber lo que viene a continuación. —Ok —aseguro —¿Por qué una chica como tú, joven y bonita trabaja en un lugar de hombres? «Siempre me preguntan lo mismo», pienso divertida. —¡Ah! Bueno, no encontré otro empleo en el que me contrataran; a decir verdad, me agrada y mientras me deje ganancias, es un buen trabajo; no importa lo que sea, solo que sea bueno y honrado —digo, con orgullo. —Eres una buena chica, me sorprende ver a una mujer valiente y honrada. Nunca había visto una chica como tú, me alegro mucho por ti, de seguro tus padres están muy orgullosos de ti —responde emocionado. «Espero que estén donde estén, me cuiden y sean felices por ser su hija», ruego, en mi interior. —Gracias, señor —respondo, a pesar del sentimiento. —A ti, chica, por un buen trabajo. Cuídate y continúa con esos ánimos que tienes —agradece. —Sí, señor, maneje con cuidado. —Me despido del agradable hombre. Aquel señor se despide de mí y me deja con una gran sonrisa en el rostro, después de haberme dicho esas palabras tan bonitas. «En este mundo, quedan pocas personas buenas, pero las hay».  

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