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Mi dulce tormento es una chica genio.

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Le dije adiós… incluso cuando mi corazón gritaba que no lo hiciera

Las últimas palabras que escribí en mi diario no fueron poesía.

No eran promesas ni declaraciones románticas.

Eran una sentencia. Un epitafio.

“Gracias, Christian Blackwood, por romperme el corazón.”

Después de eso, cerré el cuaderno y lo arrojé al fondo de mi maleta.

Y con él, enterré todo lo que alguna vez sentí por ese hombre.

Christian fue mi todo.

Mi confidente.

Mi familia.

Mi idea del “para siempre”.

Y al final… fue la daga que me atravesó sin mirar atrás.

No lloré esa noche.

No grité.

No busqué culpables.

Simplemente… entendí.

Entendí que nunca más permitiría que un hombre me hiciera sentir tan pequeña, tan reemplazable, tan... invisible.

Me miré al espejo —despeinada, con los ojos hinchados, la maleta abierta a mis pies—

y en ese caos encontré una verdad:

Yo valgo. Y él no supo verlo.

Así que me dije a mí misma:

Basta.

Basta de esperar cuentos de hadas.

Basta de pensar que el amor verdadero justifica el dolor constante.

Basta de conformarme con migajas emocionales.

No soy la mujer que espera.

No soy la mujer que se arrastra.

Y definitivamente no soy la mujer que suplica por amor.

Soy Kassandra Blackwood.

Y elegí divorciarme.

No por cobardía.

No por orgullo.

Sino porque finalmente me elegí a mí.

Y si eso no es amor propio…

Entonces no sé qué lo es.

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1. Divorcio
Kassandra jugaba con los papeles que sostenía en la carpeta. Soltó un suspiro profundo, tratando de contener las emociones que se agolpaban en su mente, en un vano esfuerzo por ver las cosas de manera fría. Entre sus manos no solo tenía el final de una etapa de su vida, sino también la muerte de una parte importante de ella misma. Una parte que le costaba mucho soltar y que, en ese momento, se resistía a morir. Una lágrima solitaria apareció en su ojo izquierdo, deslizándose por su mejilla, y la limpió rápidamente. No lloraría, menos aún por alguien como Christian Blackwood. Decidida, blindó su corazón y atravesó con paso firme la estancia que la separaba del despacho donde él se encontraba. —Señora Blackwood —le dijo Alfred, el asistente de Christian, deteniéndola antes de llegar a la puerta—, no puede entrar, el señor Blackwood está ocupado. Kassandra sonrió con ironía al escucharlo. Christian nunca estaba desocupado. Siempre había algo que lo mantenía lejos de todo, especialmente de ella. —Señora Kassandra, por favor —insistió Alfred, tomando el pomo de la puerta que ella estaba a punto de girar. —Más te vale que te quites, Alfred —dijo Kassandra, con firmeza por primera vez en su voz. El asistente de Christian se hizo a un lado, dándose cuenta de que, sin importar cuánto se opusiera, ella entraría al despacho. Kassandra agradeció que Alfred dejara de interferir. Antes de que todo el valor que había acumulado se evaporara, se recordó que lo que estaba por hacer no solo la afectaba a ella y a Christian. Inconscientemente, llevó su mano a su vientre aún plano, quitándola rápidamente antes de que Alfred notara el gesto. Con decisión, giró el pomo de la puerta y entró al interior del despacho. —Alfred, ¿Qué te dije sobre no permitir interrupciones? La voz de Christian fue lo primero que escuchó, haciendo que su corazón latiera tan rápido como la primera vez que la había oído. Kassandra negó. No era momento para ponerse sentimentales, era el momento de seguir caminando hacia adelante. Sin embargo, se encontró clavada en el piso sin poder dar un paso más. —¡Alfred! —repitió Christian, quitando su mirada de los papeles, encontrándose con los ojos de Kassandra fijos en él—. Alfred no te dijo que estaba trabajando. —Me lo dijo —respondió ella. —Supongo que debo buscar un nuevo asistente, ya que Alfred ha dejado de ser competente —dijo Christian, apartando la mirada. Le era imposible verla frente a él, con esa mirada de cachorro perdido que tantas veces lo había hecho contemplarla en silencio, cuando estaba seguro que ella no lo descubriría. —Christian, debemos hablar —dijo Kassandra, caminando por fin hacia él y colocando la carpeta con los papeles sobre el escritorio. Christian tomó la carpeta con los papeles y los apartó. —Los veré luego; ahora estoy ocupado. —¡No, Christian, no puedes verlos luego! —exclamó Kassandra, levantando la voz por primera vez. Una expresión de sorpresa cruzó el rostro de Christian al escucharla. —Está bien, hablemos de esto tan importante que no puede esperar — dijo él acomodándose en su silla tomando la carpeta. Kassandra no dijo nada en ese momento veía todo en cámara lenta. Todo su valor se había desvanecido en el momento en que alzó la voz. Se quedó callada, observando cómo él volvía a tomar los papeles. La expresión de asombro en el rostro de Christian se intensificó al leerlos, levantándose de golpe, rodeando su escritorio hasta colocarse frente a ella. —¿Qué significa esto, Kassandra? —preguntó, moviendo la carpeta que tenía en sus manos. Kassandra sabía que ya no había marcha atrás. Era el momento de enfrentar las consecuencias de la decisión que había tomado hace un mes cuando se enteró que estaba embarazada y había decidido contratar a un abogado para tramitar su divorcio. —Significa lo que está escrito en el papel. Quiero el divorcio. Mañana se cumplen tres años desde que nos casamos. Tres años en los que me convertí en un mueble más en esta casa— le respondió ella evitando que su voz flaqueara. —Si lo que pretendes con esto es que yo te haga más caso o te compre algo que deseas —No, Christian, no pretendo que me hagas caso, y no necesito que me compres nada. El tiempo de esperar a que me veas ya pasó. Christian se acercó peligrosamente a ella. Verla ahí, con esa mirada desafiante, hizo que todo su cuerpo reaccionara como esa noche un mes atrás cuando su padre los visitó y tuvieron que fingir ser un matrimonio normal. Esa noche la belleza y cercanía de ella, junto con el alcohol en su sangre habían lo habían hecho sucumbir ante su deseo tomándola, no solo una vez sino toda la noche. Deleitándose con el sonido de su voz gimiendo su nombre. Ella era hermosa, no podía negarlo. Sin embargo, carecía de talento para ser su esposa. Era solo una chica que había encontrado en la calle, que le ayudó a conservar la presidencia de la compañía de su padre al casarse con él. Una turista la cual había tenido la suerte de que él le prestará atención. Sin familia que la respaldará o que ella le hubiera presentado. Por más de tres años había imaginado y pensado en lo que ella estaba haciendo en ese momento: presentarle los papeles de divorcio y decirle que la farsa se había acabado. Sin embargo, ahora se encontraba frente a ella con los papeles de divorcio en las manos, y lo único en lo que podía pensar era en esa mirada llena de confianza y desafío que él podía observar en ella. Era como tener a una mujer diferente parada frente a él. Una mujer que no conocía y que, en ese momento, le estaba diciendo adiós. Un adiós que él estaba teniendo dificultades para aceptar. Se alejó de ella antes de que la tomara entre sus brazos y cometiera una locura. Kassandra agradeció que él se alejara, pues de no hacerlo, hubiera flaqueado, tomado los papeles de sus manos y dejado que esa parte de ella que había logrado acallar saliera a flote. Entonces se quedaría, y le sería imposible irse de esa casa, soñando nuevamente con que él se reformaría y se convertiría en su Mr. Darcy, declarándole su amor a los cuatro vientos. Sin embargo ese sueño jamás se haría realidad y ya era hora que ella lo aceptará. —Creo que es momento de que me retire y te deje trabajar — dijo ella incapaz de seguir manteniendo su coraza fría frente a él. —¡No! Tú no te vas hasta que me digas: ¿a qué maldito juego estás jugando?— le dijo él sujetándola de la muñeca.

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