El maestro de historia
Afuera llovía como si el cielo se estuviera cayendo a pedazos, el granizo golpeaba las tejas de barro con tal fuerza que las personas que estaban bajo él guareciéndose temían que en cualquier momento se rompieran bajo la inmensa fuerza; Los arroyos corrían por la calle arrastrando a los incautos peatones que se atrevían a enfrentarse a las embravecidas corrientes, y los rayos brillaban a través de las ventanas haciendo vibrar los vidrios con las potentes explosiones que sacudían la tierra bajo la ciudad, pero dentro de la estrecha oficina apenas se escuchaba algún sonido que no fuera la granizada que arreciaba afuera.
Observó al pequeño hombre que revisaba los papeles tras el escritorio, era pequeño y regordete, y la prominente calva brillaba cada que un relámpago iluminaba la pequeña instancia. Tras los lentes redondeados los ávidos y oscuros ojos leían delicadamente los documentos que tenía en las manos.
Mientras esperaba atentamente la respuesta del director del colegio observó la oficina, de colores grises y oscura, con un bombillo de luz blanca que le daba un aspecto enfermizo al lugar, y todos los objetos estaban dispuestos en perfecto orden; Cada papel, cada lápiz y hasta cada cuadro de la pared estaba acomodado simétricamente. Pensó que las escrupulosas actitudes del director no hacían más que gritar todos los desórdenes internos que había en su vida, pero deseó no tener que utilizar aquella información en su contra.
—Pues —dijo el hombre con voz chillona y dejó los papeles sobre el escritorio —su currículum es increíble, sus estudios, las maestrías y la experiencia laboral que tiene es admirable para su corta edad —meneó las gordas manos en el aire y se ajustó los lentes sobre el puente de la nariz —pero me pregunto, un hombre con sus conocimientos podría enseñar en una de las universidades más prestigiosas de nuestro país, ¿qué lo hizo fijarse en nuestro humilde colegio? —el hombre sentado frente al escritorio cruzó una pierna sobre la otra y miró al director con perspicacia.
—Verá —le dijo, su voz era firme y grave —He reunido mucho conocimiento a lo largo de mi carrera y las expediciones que he hecho fuera de este continente, quisiera poder enseñar a las nuevas generaciones lo interesante que puede ser la historia y lo mucho que nos ayudará a entender el mundo en que vivimos hoy en día —el director pareció complacido con la respuesta, lo pudo ver en la pequeña sonrisa que se dibujó en la comisura de sus labios, pero lo notaba aún tenso y poco convencido — no cobraré más que ningún otro profesor de este instituto, es mi vocación —el director dejó escapar lentamente el aliento.
— Me queda muy claro las capacidades que usted tiene, pero me temo que la plaza ya está ocupada por otro profesor —él le sonrió ampliamente.
—Confío en que usted encontrará la forma — le dijo y el hombre lo miró por encima de los lentes.
—Lo siento, señor Harrison, pero parece que no me ha entendido bien, no tenemos cupo disponible para usted, no puedo despedir a un buen profesor que ha hecho las cosas bien. Podría venir para el inicio del siguiente curso, le tendré un cupo asegurado para entonces —le tendió los papeles y él los recibió con una sonrisa en los labios.
—Me temo, entonces, que no podré hacer nada al respecto —le dijo e hizo ademán de ponerse en pie, pero la puerta de la oficina se abrió y un hombre delgado y pálido asomó la cabeza.
—Disculpe, director Pérez, tengo que hablar con usted —entró sin más miramientos y el director lo miró con los ojos abiertos.
—El señor Harrison está a punto de retirarse, ¿podría esperar? —el maestro negó y dejó un papel sobre la mesa.
—Renuncio —dijo y las mejillas del director se movieron hacia los lados cuando sacudió la cabeza.
El hombre sentado frente al escritorio se acomodó de nuevo en la silla y cruzó las piernas mirando al profesor, era un hombre alto, casado con una enfermera que casi nunca estaba en casa; Tenía dos hijos que estudiaban en esa misma escuela y se encontraba en el salón de química con un estudiante de décimo grado, menor de edad, y se acostaba con él al menos dos veces por semana, o eso fue lo que él alcanzó a descubrir el tiempo que lo estuvo espiando. Esperó que no le asustara mucho la carta anónima llena de fotos de él y el joven en la intimidad con una nota que lo obligaba a renunciar a su puesto para mantener el anonimato de las fotografías.
El hombre salió de la oficina sin decir una palabra más y el director observó sorprendido la carta que tenía sobre la mesa.
—¿Era el profesor de historia? —le preguntó y el director dejó la carta de renuncia de lado para asentir con la cabeza —parece que el cupo ya está disponible —él asintió.
—Parece que sí, ¿Qué le parece empezar la próxima semana? —él negó.
—Comienzo mañana.
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Salió de la oficina con una sonrisa de triunfo marcada en el rostro cuando su teléfono sonó en el bolsillo.
—¿Lo conseguiste? —le preguntó la voz de su amigo al otro lado y él sonrió.
—El chantaje funcionó bien, ahora soy el nuevo maestro de historia —sintió al hombre bufar al otro lado del teléfono, entendía que no estaba de acuerdo con el plan del pelinegro, pero no tenía más opción que ayudarlo.
—¿Ya tienes la foto? —como única respuesta sacó del abrigo la imagen de una muchacha, con el cabello rubio trenzado, los ojos verdes y el uniforme rojizo del instituto.
— ¿Seguro que es ella? — preguntó y su amigo asintió con la voz —bien, comencemos.