Capítulo 1: ChaSity, el caso de la caridad
La manta de nieve blanca pura parecía brillar a la luz del amanecer. La Casa de la Manada estaba ajetreada por las próximas festividades. Al día siguiente era mi cumpleaños, aunque a nadie le importaba o siquiera recordaban porque también era el cumpleaños de los Trillizos Thorn. Los Trillizos Thorn eran el orgullo y la alegría de la Manada Luna de Invierno, sobre todo por ser los hijos del Alfa Romeo Thorn. Eran increíblemente ricos, de una belleza casi diabólica y tan arrogantes que me resultaban repugnantes. Todas las jóvenes lobas los adoraban como dioses y alimentaban su ego a diario. Estaba condenada a compartir un cumpleaños y un hogar con ellos.
A la tierna edad de nueve años, mis padres abandonaron la manada para volverse renegados y no se les había vuelto a ver ni oír desde entonces. No dejaron instrucciones sobre sus deseos para mí, así que fui llevada a La Casa de la Manada bajo el cuidado del Alfa Romeo y su esposa, Ronnie. Y como si no hubiera estado ya lo suficientemente devastada, desde ese entonces también tuve que lidiar con tres mocosos de doce años decididos a hacerme la vida miserable. Los trillizos idénticos hijos del Alfa eran, en orden de nacimiento, Alex, Felix y Calix. Me despreciaban y se aseguraban de que supiera que estaba por debajo de ellos. Mis padres habían incurrido en una enorme deuda. Por lo tanto, tenía que ganarme la vida y pagar mi deuda haciendo tantas tareas como fuera posible, mientras los trillizos disfrutaban de una infancia idílica en la misma casa.
En algunas manadas, el nuevo Alfa ascendía a los dieciocho años, edad en la que experimentaba su primera transformación, pero en la mía, la ascensión no ocurría hasta los veintiuno. Así que mañana, once de noviembre, los trillizos cumplirían veintiuno y tomarían el liderazgo de la manada, mientras que yo cumpliría dieciocho y atravesaría mi primera transformación. A los dieciocho también era cuando los hombres lobo solían encontrar a su pareja destinada, pero eso no me importaba. Todo lo que deseaba era alcanzar la mayoría de edad para poder dejar atrás aquel infierno.
Al menos, La Casa de la Manada tenía un paisaje hermoso. Estábamos cerca del Polo Norte, así que la nieve era algo cotidiano, aunque no había señales de Papá Noel. Ciertamente, no esperaba regalos de cumpleaños ese noviembre ni obsequios de Navidad en diciembre. La manada dejaba claro que les debía dinero, y descontaban de la deuda todo lo que no gastaban en mí. También descontaban mi “sueldo” de la deuda, así que nunca recibía dinero. Me permitían comida, ropa y refugio… lo básico.
Me levanté lentamente de la cama. El sol apenas asomaba detrás de un horizonte cubierto de nieve. Todo brillaba. Miré por la ventana el paisaje invernal y suspiré. Tenía que empezar a preparar el desayuno para todos.
A pesar del gran tamaño de la casa principal de la manada, con sus lujosas habitaciones y baños, a mí me habían dado una pequeña habitación vacía para quedarme. Tenía una cama, un estante con libros de segunda mano y un único cajón lleno de ropa también usada. Los otros cajones contenían suministros de limpieza adicionales, ya que también me encargaba de las tareas domésticas.
Usé el baño de la sala común y me duché rápidamente. Me miré en el espejo. Mis padres me habían llamado Chasity, pero todos en la manada me llamaban Charity. Esa “broma” la habían empezado los trillizos, y como lo repetían tan a menudo, incluso los miembros decentes de la manada pensaban que ese era mi verdadero nombre. De niña era tan tímida y asustadiza que nunca me molesté en corregirlos, así que el apodo se quedó.
Desenredé mis rizos rubios oscuros hasta la cintura y los recogí en un moño grande. Siempre que los dejaba sueltos, los trillizos me tiraban del pelo, algo que hacían desde que éramos pequeños… y que no habían dejado ni siquiera en la adultez. Suspiré. Tenía ojeras marcadas bajo mis grandes ojos marrones, y el tono cálido de mi piel se veía apagado. Últimamente me sentía agotada, o mejor dicho, la familia Thorn me había estado exigiendo demasiado. Solían tener una criada y una cocinera, pero ambas fueron despedidas el mes pasado tras varios conflictos con los trillizos, y desde entonces me había tocado cubrir sus tareas mientras asistía al último año de la escuela secundaria. Me quedaban siete meses para graduarme y, con ello, terminar el trato. A los dieciocho años, después de la escuela secundaria, obtendría mi libertad, y todo lo que hubiera soportado hasta entonces quedaría atrás. El alfa y la luna actuaban como si ya estuvieran siendo increíblemente generosos con eso.
La Casa de la Manada tenía un sistema de calefacción excelente, así que, aunque afuera parecía una tundra frígida, por dentro se estaba bastante cálido. Me puse una blusa blanca de manga larga, estilo babydoll, que me caía por debajo de la cadera, ya que solo llevaba unos leggings negros.
Empecé a preparar el desayuno. Como era la “semana de cumpleaños” de los trillizos y pronto asumirían como Alfas, cada día era tratado como una celebración. Cociné gofres, panqueques, tocino, huevos revueltos y salchichas. Coloqué la mantequilla y el jarabe de arce en la mesa, preparé café y, antes de seguir, tomé rápidamente una taza con leche y azúcar para recargar energías. Luego, empecé a poner la mesa.
La Luna Ronnie entró al comedor y me observó en silencio, evaluando cada detalle de mi trabajo. Era una mujer alta, de cabello largo y liso castaño oscuro, piel muy clara y ojos verdes penetrantes.
—La mesa se ve bien —dijo, un raro cumplido—. ¡Pero ¿has lavado todos los utensilios? ¡Lávalos antes de comer!
El Alfa Romeo caminaba por el comedor, deteniéndose para besar con suavidad a su luna. Asintió, satisfecho con el desayuno, y le dediqué una sonrisa débil. Escuché pasos pesados bajando por las escaleras. Respiré hondo. Los Tres Terrores estaban por llegar.
Medían un metro noventa y cinco, exactamente treinta centímetros más que yo, y se alzaban como sombras idénticas. Eran el retrato de su padre: cabello n***o brillante hasta los hombros, rostros perfectamente esculpidos, ojos azul celeste, hoyuelos marcados… hasta en el mentón. Como buenos alfas, tenían hombros anchos, músculos definidos y una velocidad y fuerza que superaban incluso los estándares ya elevados de un hombre lobo. Eran perfectos, sí. Y absolutamente insufribles, o al menos lo eran para mí.
Sus voces profundas resonaron mientras se empujaban como niños emocionados. Mañana cumplirían veintiún años, pero seguían actuaban como si tuvieran doce.
Alex era el mayor, el más serio y severo de ellos. Seguro gobernaría con mano de hierro y un semblante hosco. Felix, el trillizo del medio, amaba ser el centro de atención y siempre tenía una broma o un comentario ingenioso en la punta de la lengua. El clásico hijo del medio. El más joven, Calix, era el encantador: un seductor nato y el favorito de mamá. Casi me trataba como si fuera humana.
—¿Hiciste todo esto, Charity? —preguntó Calix, tratando de inmediato de soltar mi cabello del moño. Asentí, esquivándolo, solo para chocar con Felix, quien sonrió y me quitó la liga del cabello. Mis rizos cayeron a mi alrededor. Felix y Calix se rieron.
—¡Deténganse! —les imploré, intentando alcanzar mi única liga para el cabello. Felix la sostuvo en alto sobre mi cabeza. La lanzó a Alex, quien la atrapó y la guardó en su bolsillo. Intenté lanzarme hacia Alex, pero Felix me sostuvo. Felix y Alex comenzaron a empujarme de un lado a otro como si fuera una pelota y estuvieran jugando a atraparla.
—¡Me rindo! ¡Me rindo! —me quejé, mientras ellos se reían.
Para mi suerte, Calix intervino.
—Está bien. Dejen de molestarla. Déjenla ir a lavar los trastes. Mamá quiere que el lugar se mantenga lo más limpio posible para tener menos trabajo mañana.
Los dos mayores me soltaron y, sin pensarlo dos veces, corrí hacia la cocina. Empecé a lavar los platos, aún con el corazón desbocado. Para cuando terminé, la familia –cinco hombres lobo hambrientos, cuatro de ellos de linaje Alfa– ya había devorado literalmente todo lo que había preparado, excepto un panqueque. Las sillas estaban vacías. Fui a buscar el último panqueque, pero Felix lo arrebató. Había aparecido de la nada, rápido como un guepardo y silencioso como un ratón.
—No he comido nada —le dije, con los ojos bien abiertos.
—Mejor, ya estás suficientemente gorda —respondió, burlándose. Se comió el panqueque en dos mordidas.
Suspiré. Me negué a llorar. No lo hacía frente a ellos desde el primer año de tormento, cuando tenía nueve años. Mi décimo cumpleaños marcó una promesa muy importante que me hice a mí misma, después de haber llorado casi todos los días el año anterior: nunca más permitiría que los Trillizos me hicieran llorar. Sería fuerte. Y había cumplido con ese voto durante ocho años… hasta mañana. Sin embargo, el comentario dolía. Los Trillizos eran considerados los solteros más codiciados de la manada, y constantemente se burlaban de mi peso. No estaba excedida, pero tenía una figura curvilínea, en forma de reloj de arena. Mi cintura era delgada. Usaba una talla 4 en ropa, lo cual me parecía lo suficientemente pequeño. Pero claro, ellos salían solo con chicas talla 0.
Tuve que tomar el autobús para ir a la escuela. Me puse un abrigo n***o de hombre sobre mi blusa blanca y las mallas, otra prenda heredada. Logré encontrar una liga para el cabello, pero esta es realmente la última que me quedaba.
La secundaria de la manada, llamada Winter Moon High, llevaba ese nombre en honor a nuestro clan. Los colores oficiales de la manada –y también los de la escuela– eran blanco, azul y plateado. Todo el edificio estaba decorado con serpentinas y globos para celebrar la inminente ascensión de los Trillizos como nuestros nuevos alfas.
—Eres muy afortunada, Charity —dijo Mina Toros, la chica más popular de mi último año. Sacudió su larga cabellera oscura hacia atrás y frunció sus labios rojos y carnosos frente al espejo interior de su casillero. Llevaba una falda rosa lo suficientemente corta como para ser considerada un cinturón. Gracias a Dios llevaba medias opacas debajo. Por lo general, me ignoraba excepto por el ocasional comentario sobre lo “afortunada” que era.
—Las cosas que haría a esos Trillizos si viviera en esa casa —dijo Mina, lamiéndose los labios.
—¡Tendrías que abandonar la escuela! —chilló su mejor amiga, la segunda chica más popular, Tina Gregory— Quedarías embarazada el primer mes allí.
Tina tenía una piel morena impecable con cabello rizado. Era alta y delgada, y también llevaba una falda rosa lo suficientemente corta como para ser un cinturón, con medias opacas. Mina y Tina solían vestirse a juego como si fueran gemelas. Mina se rio a carcajadas ante el chiste de Tina.
—Ya sabes, Charity —dijo Mina de repente—. No eres totalmente repugnante.
Vaya, gracias.
—De acuerdo —dije, aferrándome a mis libros. Las chicas estaban bloqueando mi casillero, que estaba entre sus dos casilleros. Qué suerte la mía, en efecto.
—Sí —coincidió Tina—. Tu cabello sí que es bonito. Eres como una Ricitos de Oro birracial.
Sonreí. Eso sonaba como un verdadero cumplido.
—¡Gracias, Tina! —respondí.
—¡Ohhh! ¡Y esos trillizos son los tres osos! —chilló Mina— Si yo fuera su Ricitos de Oro, me aseguraría de que todo estuviera justo como debe ser, ¿entiendes?
—O demasiado grande —dijo Tina, riendo.
—Eso significa que uno de los trillizos tiene que ser demasiado pequeño —dije suavemente.
Siendo lobas, Mina y Tina me escucharon y estallaron en risas. Guau. En realidad, estaba llevándome bien con ellas… durante cinco minutos.
—Esa estuvo buena, Charity, sorprendente —dijo Tina, mirándome como si me estuviera viendo por primera vez.
—Sí —dijo Mina dándome la misma extraña mirada evaluadora—. Sabes, si tuvieras dinero, imagina lo linda que podrías lucir.
Me moví, incómoda, de repente consciente de los remiendos en mi ropa. Mina y Tina se alejaron con arrogancia, y yo me apresuré a abrir mi casillero y para sacar el libro de Matemáticas.
El Sr. Johnson, quien era el entrenador de fútbol y enseñaba Matemáticas, parecía que también debería ser un alfa. Era enorme y realmente atractivo para ser profesor. Sin embargo, estaba casado con su pareja, la profesora de Arte, la Sra. Johnson. Él nos entregó nuestras pruebas calificadas mientras Tina y Mina le hacían caras coquetas; y no les estaban sirviendo de nada. Noté que obtuvieron una F y una F menos respectivamente. No sabía que existía el F menos antes de hoy. Él me sonrió y guiñó un ojo. Mi corazón dio un vuelco.
—Un A+ como siempre, campeona de Matemáticas —anunció. El Sr. Johnson era una de las pocas personas en mi vida que era amable conmigo—. Mina y Tina, véanme después de clase —agregó.
Después de clase, Ashton Peters, un pelirrojo alto y musculoso que jugaba fútbol y era bien querido en la manada, fingió chocar con mi escritorio. La pila de papeles en mi escritorio salió volando por toda la habitación. El Sr. Johnson lo notó.
—Ashton, quédate y ayúdala a recoger eso —dictó el Sr. Johnson con calma.
—Pero, entrenador… voy a llegar tarde al entrenamiento de fútbol —se quejó.
—Y nosotras al de animadoras —dijeron Mina y Tina al unísono, haciendo pucheros.
—Soy el entrenador, Ashton, así que puedes llegar tarde sin problema. Y no se preocupen, chicas, yo mismo hablaré con su entrenadora, ¿de acuerdo? —añadió el Sr. Johnson.
Ashton gruñó y me fulminó con la mirada, como si esto fuera culpa mía. Empezó a recoger papeles a la velocidad de un hombre lobo, lo que provocó que el viento que generaba hiciera volar los que yo intentaba juntar. Mientras tanto, escuchaba de reojo la conversación de Mina y Tina.
—Mina, Tina, les asigno una tarea para compensar esas calificaciones. Si no la hacen perfecta, no continuarán en el equipo de animadoras —aclaró el profesor.
Las chicas se quedaron boquiabiertas. Él les entregó a cada una un montón de papeles y les dijo que podían trabajar juntas en ello, pero que él mismo había creado las preguntas para que no pudieran encontrar las respuestas en internet. Recogí las últimas hojas del suelo y tomé la pila que Ashton me estaba entregando, sin siquiera mirarme.
—Gracias —le dije suavemente.
Él me miró sorprendido por mi agradecimiento. De repente parecía un poco culpable. El Sr. Johnson salió de la habitación, dejando a Mina y Tina con aspecto abatido. Ashton agarró la liga del pelo de mi cabello, al igual que Calix lo había hecho esta mañana. Mis rizos volvieron a caer. Grité; estaba harta. Ashton se rio y se fue corriendo al entrenamiento de fútbol. Ahí se fue mi última goma del pelo y mi cumpleaños era mañana.
—¿No van a las prácticas? —les pregunté a las chicas, sintiéndome realmente mal por ellas, ya que habían sido amables antes.
—No —dijo Mina.
—¿Para qué? Nunca vamos a hacer bien esta tarea, así que vamos a suspender la clase y nos prohibirán estar en el equipo de todas formas —explicó Tina.
Me acerqué a ellas y miré la tarea. Resoplé. Podría sacar un cien por ciento en esto durmiendo. De repente, se me ocurrió una idea.
—Chicas, ¿recuerdan cuando ustedes dijeron que tenía... potencial? —dije, mirándolas.
Se encogieron de hombros.
—Haré la tarea, pero ustedes deberán copiarla en su letra y la sacarán perfecta, ¿de acuerdo? —ofrecí.
Las chicas se abrazaron, chillando y saltando de emoción, y me unieron a su abrazo de festejo.
—¡Espera! —dijo Mina, levantando las cejas.
—¿Cuál es la trampa? —preguntó Tina, entrecerrando los ojos.
—Mañana también cumplo dieciocho años —confesé.
Ellas se quedaron boquiabiertas.
—¿Cumples el mismo día que los trillizos? —preguntó Mina.
—Espera, eso significa que todos ignoran tu cumpleaños como cada año —dijo Tina.
Esta vez, fui yo quien se encogió de hombros.
—Y lo harán este año también, pero al menos quiero sentirme... especial. Voy a transformarme por primera vez a medianoche y quién sabe... Tal vez vea a mi pareja en la gran fiesta... No es que me importe... —divagué.
—¡Quieres lucir atractiva! ¿Eso es? —dijo Mina, sonriendo con malicia.
—Sí, ¿quieres que te transformemos? —preguntó Tina, sonriendo.
Asentí.