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No hay ausencia que vacíe el corazón
De quienes supieron amar.
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Veinte años habían pasado ya.
Veinte años desde que la playa había visto a los amigos juntos. Desde que las risas habían ganado la batalla a la preocupación diaria y las ganas de que valga la pena habían sido el motor para seguir adelante.
Ahora las cinco parejas estaban incompletas. Alguien había partido y eso había convertido los recuerdos en algo doloroso, en algo que ahueca las paredes del corazón erosionando la vida para formar cicatrices. Y las cicatrices, duelen.
El amor que tan bien había marcado el rumbo en el pasado, se había vuelto algo oxidado y con los años de la juventud pereciendo, la voluntad se había visto gobernada por el hastío, como si se tratara de una hierba perseverante rodeando el tronco firme de un árbol añejo. Y eso lo ocultaba.
Ocultaba la forma en la que había sabido brillar, en la que había honrado la vida, en la que había deseado que nunca acabara. Y la pasión de la juventud se había vuelto preciada, como si fueran las últimas gotas de un perfume exotico.
Sin embargo, había algo que no se dejaba vencer.
Dicen que el alma no tiene edad, que cuando dejamos el cuerpo, todos somos realmente iguales y era justamente ese alma el que empujaba con fuerza para sostener todo lo demás, para no dejarse desmoronar, para no dejar de vivir.
Y era ese alma la que había tejido una conexión entre todos, una amistad perdurable a pesar de las distancias y los cambios de rumbos. Una amistad única que lo dejaba todo por el otro, que había sufrido una pérdida invaluable, que había dejado una silla vacía en las mesas de las navidades de los últimos diez años. Una, a la que la nueva generación, no se había atrevido a regresar. Ya que los hijos de Liam, Cloe, Maite, Blas, Abril, Ciro, Milo, Charly, Emma y Enzo, llevaban tiempo sin unirse.
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Gold Coast, Australia
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Las vísperas de la navidad siempre traían ese clima festivo al que Lola intentaba eludir. Siempre había armado su itinerario para estar en alguna montaña lejana o algún lago recóndito para esa fecha. No le gusta. No siempre había sido así, pero últimamente no le gustaban nada.
Los bastones falsos de un blanco y rojo deslucido flameaban por el viento en la galería de aquel local sobre la playa. El sol había comenzado a bajar y algunos valientes aún rasgaban las cuerdas de sus guitarras sobre la arena que había perdido el calor del día pasado.
Que en aquel rincón del planeta fuera verano, igual que en su país, solo colaboraba con aquella sensación insistente pero lejana, de querer regresar.
-¿Le sirvo algo?- le preguntó un joven de cabello dorado y cara fresca, que disimulaba que llevaba largas horas al rayo del sol, en inglés.
-Una cerveza.- respondió Lola siguiendo el idioma, mientras tomaba su cámara y repasaba las postales que había obtenido durante el día.
Estaba tan compenetrada en su análisis, ya que siempre había sido tan detallista como su madre le había enseñado, que no notó la forma en la que aquel local se había ido llenando de jóvenes y la música había aumentado su volumen.
-Esta te va a encantar, Charly.- se dijo a sí misma en voz alta sin saber que alguien la estaba observando desde el otro lado de una mesa, en la que todos parecían reír menos él.
Al notar que había comentido un exabrupto, se cubrió la boca con sus dedos ofreciendo un gesto gracioso con sus enormes ojos negros, mientras sus rulos azabache le daba un marco precioso a su expresión.
León, que la estaba observando desde hacía varios minutos, sonrió negando con su cabeza. Sabía que no era de allí. Lo sabía porque conocía a todas las mujeres de su edad con espíritu de diversión que habitaban la zona. Podía decir que a la mayoría las conocía muy bien, aunque solo hubiera sido una vez, se jactaba de tener buena memoria, al menos eso le habían hecho creer sus compañeros de la facultad, en sus épocas de universitario.
-¿Se te perdió algo?- lo increpó Lola en inglés incluso alzando los hombros en señal desafiante y León sonrió abriendo sus palmas en un gesto pacificador.
Entonces Lola sonrió y regresó a las fotos sin perder la sonrisa. Sabía que la seguía mirando y eso le gustó. Parecía un chico lindo, llevaba una remera que dejaba ver los músculos y tatuajes de sus brazos, tenía el cabello hasta el cuello de un color castaño claro y unos ojos expresivos que creyó reconocer de algún lugar, pero rápidamente desechó la idea. Llevaba años viajando sola, no había forma de reconocer a un australiano de alguno de sus viajes, pensó arrugando un poco sus labios para intentar volver a concentrarse.
Pero entonces la sensación se hizo incisiva y al alzar sus ojos, él otra vez la estaba mirando.
Ahora ella hizo una mueca de superación, mientras colocaba sus manos en su cintura y cuando él pensó que iba a seducirlo, ella sacó su lengua como si fuera una niña pequeña.
Entonces León no pudo contener la risa, pero mientras se reía un recuerdo que creía olvidado lo increpó, una playa, el mar, las notas de las cuerdas de una guitarra. Todo era demasiado intenso y cuando estaba a punto de desistir de ella, Paul se encargó de entrometerse.
-Eh, ¿Argentina? Look, León, es de tu país.- dijo Paul, el camarero, en ese inglés con el acento de esa isla.
Entonces Lola y León no tuvieron más remedio que alzar sus manos en señal de saludo.
-Hola.- dijo él mientras se ponía de pie, y ella comenzó a juntar sus cosas con rapidez. No tenían intenciones de fraternizar con nadie, mucho menos con alguien en su país. Normalmente hubiera aceptado un coqueteo, incluso si el alcohol hubiera colaborado, se habría acostado con aquel australiano, esa era su vida, sin presiones, hacía lo que quería, sin dar explicaciones. Pero si era argentino, no quería.
-¿Ya te ibas?- le preguntó León, acercándose para tomar su cámara con curiosidad, mientras ella se la intentaba quitar de las manos.
-Wow, esta es muy buena.- dijo agrandando la imagen de aquel paisaje con sus dedos.
-Si, gracias, ¿me la devuelves, por favor?- respondió Lola con gesto de fastidio.
-Conozco un lugar donde podes sacar unas fotos increíbles.- respondió él estirando su mano para devolvérsela.
Lola se rió negando con su cabeza.
-¿En serio esa línea te funciona?- le respondió sin perder la sonrisa y él la miró con una falsa indignación.
-Era en serio, pero si sos tan desconfiada vos te lo perdes.- le respondió alzando sus hombros como si no le importara pasar de ella.
Entonces Lola no supo qué fue, pero decidió cambiar de parecer. Verlo de cerca lo había vuelto más atractivo y al fin y al cabo no tenía que volver a verlo después, no perdía nada y a juzgar por esos músculos, podía ganar mucho.
-Esperá.- le dijo asumiendo su parte de culpa y él se detuvo con una sonrisa de lado, que lo hacía lucir mucho más presumido de lo que en verdad era.
-Si es tan bueno el lugar, acepto.- le dijo colgándose su cámara del hombro para luego atrapar su cabello entre sus dedos y anudarlo dejando caer los rizos de una forma adorable a los ojos de León, que no dudó en invitarla a acompañarlo.