CANTO VII
[ Cuarto círculo del infierno dantesco, presidido por Pluto. Virgilio y Pluto. La avaricia castigada. Los avaros y los pródigos hacen rodar pesadas masas con el pecho. Razonamiento de Virgilio sobre la fortuna y los agentes celestes en la tierra. Los dos poetas descienden al quinto círculo. La laguna Estigia, donde yacen sumidos en el fango los iracundos. El himno de los tristes. ]
«¡Pape Satan, pape Satan aleppe!»,
grita Pluto con voz estropajosa;
y el grande sabio, sin que en voz discrepe,
me conforta diciendo: «No medrosa
tu alma se turbe, porque no le es dado
impedir que desciendas a esta fosa.»
Y al demonio feroz de labio hinchado,
le grita: «Calla, lobo maldecido,
y devora tu rabia, atragantado.
»No sin razón el viaje está emprendido:
se quiere en lo alto, do Miguel glorioso
tomó vindicta del estupro infido.»
Cual vela inflada de aire tormentoso,
revuelta cae del mástil que ha flaqueado,
así cayó en el suelo aquel furioso.
Y descendimos hasta el cuarto grado,
adentro del abismo doloroso
que todo el mal del mundo se ha tragado.
¡Oh, Dios, que en tu justicia, poderoso,
amontonas, cual vi, tanta tortura!
¿Por qué el fallo es aquí más riguroso?
Cual de Scila y Caribdis a la altura,
onda con onda choca procelosa,
tal se choca esta gente en apretura.
Aquí una turba hallé más numerosa,
que de una y otra parte, en sus revueltas,
con el pecho empujaba, clamorosa,
pesos enormes; y en continuas vueltas
volvían hacia atrás, cuando chocaban,
gritando: ¿Por qué agarras? ¿Por qué sueltas?
Así en el cerco tétrico giraban
del uno y otro lado retornando,
y las mismas injurias se gritaban.
Y luego, el medio cerco contorneando,
se chocaban de nuevo. Yo afligido
sentí el pecho, la lucha contemplando.
Dije al maestro: «Por favor te pido,
me digas si las sombras tonsuradas
sacerdotes en vida acaso han sido.»
«Son viscas, como ves, tan dementadas
cual fueron», dijo, «en vida torticeras,
y en gastar su peculio inmoderadas.
»Claro lo ladran sus palabras fieras;
y al venir de los dos puntos postremos,
su opuesta culpa lleva a sus esferas.
»Esos sin pelo, que de un lado vemos,
fueron clérigos, papas, cardenales,
que la avaricia llevó a sus extremos.»
Y pregunté al maestro: «Entre estos tales,
¿puedo quizá reconocer alguno
de los manchados con inmundos males?»
Y él: «No podrás reconocer ninguno:
su mala vida, si antes fueron albos,
los cubre a todos con su tinte bruno.
»Eternamente chocarán no salvos,
y aun en la tumba apretarán el puño
los unos, y los otros serán calvos.
»Mal dar y mal tener, si dan terruño,
quitan el cielo, en riñas tan procaces,
que no merecen de palabra el cuño.
»Así puedes ver, hijo, cuán fugaces
son los bienes que alarga la fortuna,
y de que son los hombres tan rapaces.
»Todo el oro que está bajo la luna,
y el que esa grey de sombras retenía,
la paz no le dará, siquiera a una.»
Y yo insistí: «Mas dime todavía:
esa fortuna de que tanto me hablas,
¿cómo aferra del mundo la cuantía?»
Y él, sonriendo: «¡Qué cuestión entablas!
Quiero hacerte mamar una sentencia,
¡oh ignorante! y apúntala en tus tablas.
»El Sapiente, en su vasta trascendencia,
hizo el cielo, y nombróle su regente,
que en todo resplandece su alta ciencia.
»Distribuyó las luces igualmente,
y así alta potestad a los mundanos,
esplendores también dió providente.
»Ella permuta vuestros bienes vanos
de gente en gente, y quita o los conserva,
maguer la previsión de los humanos.
»A unos abate y a otros los preserva,
según la voluntad que yace oculta,
cual silenciosa sierpe entre la hierba.
»No toma en cuenta vuestra ciencia estulta,
cuando juzga, dispone, da o cercena,
como deidad que sólo a sí consulta.
»Ninguna tregua su carrera enfrena:
necesidad su marcha multiplica,
pues, cada instante, nueva cosa ordena.
»De mala fama el mundo la sindica,
cuando debiera tributarle culto,
y el vulgo la maldice y crucifica.
»Pero ella es buena; y sorda al torpe insulto,
leda con la criatura primitiva,
gira su rueda en medio del tumulto.
»Entramos a región más aflictiva:
ya bajan las estrellas que alumbraban,
y la jornada debe ser activa.»
Cruzamos los ribazos, que cerraban
los dos cercos, y hallamos una fuente
de hirvientes aguas turbias que bajaban
por un barranco abierto en la pendiente:
orillando su margen enfangada,
descendimos por vía diferente.
Esta triste corriente, despeñada,
forma en oscura playa maldecida
la laguna de Estigia nominada.
Yo miraba con vista prevenida,
y vi gente fangosa en el pantano,
desnuda y con la faz de ira encendida.
Golpeábanse entre sí, no con la mano,
mas con los pies, el pecho y la cabeza,
y se mordían con furor insano.
El buen maestro dijo: «Aquí está presa
la grey de poseídos por la ira:
pero quiero que sepas con certeza,
»que bajo el agua hay gente que suspira,
y la hace pulular, cual ahora vimos,
por donde quiera que la vista gira.
»Fita en el limo, dicen: ¡Tristes fuimos,
bajo del sol que el aire dulce alegra!
¡De humo acidioso nuestro ser henchimos!
»¡Ora lloramos en la charca negra!»
Este himno, balbuceado en voz traposa,
con el acento del dolor se integra.
Por el contorno de la inmunda poza,
un arco recorriendo, así giramos,
viendo la turba, que en el fango goza;
y hasta el pie de una torre al fin llegamos.