CANTO VI
[ Tercer círculo del infierno. Tormentos de los glotones, en un pantano infecto, azotados eternamente por una lluvia helada. El can Cerbero. El florentino Ciacco. Reseña de algunos florentinos famosos. Ciacco predice al poeta las desgracias de Florencia y su destierro. El juicio final, la vida futura, las penas infernales y la perfectibilidad humana en el bien y en el mal. Los dos poetas descienden al cuarto círculo. ]
Al retornar a la razón, perdida
de los tristes amantes al lamento,
que de piedad llenó mi alma transida,
nuevos atormentados y tormento,
miro en contorno, sea que me mueva,
o me revuelva o busque abrigamiento.
Era el círculo tercio; fría greva,
de eterna lluvia, habitación maldita,
donde ninguna vida se renueva.
Grueso granizo allí se precipita,
y nieve y agua negra, en aire turbio,
pudre la tierra y todo lo marchita.
El Cerbero, animal feroz y gurvio,
por sus tres fauces ladra de continuo
y es de los anegados el disturbio.
De n***o hocico y ojo purpurino,
de vientre obeso y manos unguladas,
muerde a las almas con furor canino.
Las sombras, por las lluvias maceradas,
ladran también cual can, y se resguardan,
unas contra las otras apiñadas,
cuando el ataque del Cerbero aguardan;
y al verle abrir la boca sanguinosa,
temblorosas se esconden y acobardan.
El maestro, con mano cautelosa,
cogió tierra del suelo y arrojóla
del Cerbero en la boca espumajosa.
Y cual perro que ansioso por la gola,
sólo a tragar el alimento es dado,
y acalla su canina batahola,
así quedó el Cerbero endemoniado,
que las almas aturde, con ladridos,
que sordo ser quisiera el condenado.
Pasamos sobre sombras de afligidos,
que marchita la lluvia, y nuestra planta,
hollando vanas formas de dolidos.
Del suelo allí ninguno se levanta,
y uno tan sólo se incorpora incierto,
al notar que mi paso se adelanta.
«¡Oh, tú, que cruzas este infierno yerto!»,
me dijo, «reconóceme; yo era
después de tú nacido, triste muerto.»
Y yo a él: «Tu angustia lastimera,
quizá te desfigura, de tal suerte
que estás de mi memoria, al pronto, fuera.
»Dime quién eres y por qué la muerte
a este sitio te trajo de la pena,
y si a la culpa cabe otra más fuerte.»
Y respondió: «La tu ciudad, que llena
de vil envidia ya colmó su saco,
me vio vivir allí, vida serena.
»Los ciudadanos me llamaban Ciacco:
por la dañosa culpa de la gula
aquí me ves, bajo la lluvia, flaco;
»mas no aquí sola mi alma se atribula,
que todos éstos igual pena lloran,
por culpa igual que a pena se acumula.»
Le repuse: «Tus voces, que me imploran,
me hacen, Ciacco, llorar con simpatía;
mas di, ¿sabes qué espera a los que moran
»en la ciudad que parte la porfía;
si un justo tiene, y cual la causa sea
de su discordia y tanta bandería?»
Y él a mí: «Tras de larga y cruel pelea,
los Blancos triunfarán por varias veces,
proscribiendo de Negros la ralea.
»Tres soles pasarán, y entre reveses
los Negros subirán, con los adeptos
que los halaguen; y con nuevas creces
»por largo tiempo, de mandar repletos,
al abatido oprimirán por ende,
con dolor y censura de discretos.
»Sólo hay dos justos, que ninguno atiende;
la envidia, la soberbia y la avaricia
son las tres teas que la furia enciende.»
Calló la voz llorosa, sin caricia,
y yo dije: «Si quieres ser benigno,
bríndame tu palabra, y da noticia
»de Arrigo, y de Teguiao de fama digno;
de Rusticucio, Mosca y Farinata,
y otros, que bien obrar fuera el destino.
»Dime si yacen en mansión ingrata;
házmelos conocer, pues mucho anhelo
saber si el cielo con bondad los trata.»
«Se hallan», dijo, «con almas sin consuelo,
por grandes culpas todas condenadas:
abajo las verás en hondo duelo.
»Cuando pises las playas anheladas
del dulce mundo, piensa en mí, contrito;
y no te digo más.» Y con miradas
siniestras, me miró muy de hito en hito:
cayó en el fango, doblegó la frente,
y entre los ciegos se perdió el maldito.
Y el guía díjome: « Tan solamente
cuando suene la angélica trompeta,
despertarán ante su juez potente;
»encontrarán su triste tumba quieta;
revestirán su carne y su figura,
y el fallo eterno oirán con alma inquieta.»
Dejando atrás esta infernal mixtura,
de lluvia y sombras, con el paso lento,
nos ocupó tratar vida futura:
«Maestro», dije, «¿este infernal tormento
se aumentará, tras de la gran sentencia?
¿Será menor, o acaso más violento?»
Y respondió: «Pregúntalo a tu ciencia,
que quiere que los seres más perfectos
sientan mejor el bien, más la dolencia.
»Estos réprobos, entes imperfectos,
si la alta perfección no han alcanzado,
esperan mejorar cual los electos.»
Recorrimos el cerco condenado,
hablando de otras cosas que no digo;
y descendimos hasta el cuarto grado:
Pluto está allí, del hombre el enemigo.