CANTO V
[ Segundo círculo del infierno. Minos examina las culpas a la entrada, y señala a cada alma condenada el sitio de su suplicio. Círculo de los lujuriosos donde comienza la serie de los siete pecados capitales. Francesca de Rímini. ]
Así bajé del círculo primero,
al segundo, en que, en trecho más cerrado,
más gran dolor aúlla plañidero.
Allí, Minos, horrible, gruñe airado;
examina las culpas a la entrada:
juzga y manda, según ciñe el pecado.
Digo que, cuando el alma malhadada,
ante su faz, desnuda se confiesa,
aquel conocedor de la culpada
ve de qué sitio del infierno es presa,
y cíñese la cola, y cada vuelta
marca el grado a que abajo la endereza.
Presente hay siempre multitud revuelta:
cada alma se declara ante su juicio;
la escucha, y al abismo baja vuelta.
«¿Qué buscas del dolor en el hospicio?»,
gritó Minos, mirando de hito en hito
y suspendiendo su severo oficio.
«¡Guay de quien fías, y no seas cuito!
¡No te engañe la anchura de la entrada!»
Y mi guía le dijo: «¿A qué ese grito?
»No le interrumpas su fatal jornada:
lo quiere así quien puede y ha podido
lo que se quiere. ¡No preguntes nada!»
Ora comienza el grito dolorido
a resonar en la mansión del llanto,
y el corazón golpea y el oído.
Era un lugar nudo de luz, en tanto
que mugía, cual mar embravecida
por encontrados vientos, con espanto.
La borrasca infernal, siempre movida,
los espíritus lleva en remolino
y los vuelca y lastima a su caída.
Y en el n***o confín del torbellino,
se oyen hondos sollozos y lamentos,
que niegan de virtud el don divino.
Eran los condenados a tormentos,
los pecadores, de la carne presa.
que a instintos abajaron pensamientos.
Cual estorninos, que en bandada espesa,
en tiempo frío, el ala inerte estiran,
así van ellos en bandada opresa.
De aquí, de allá, de arriba, abajo, giran,
sin esperanza de ningún consuelo:
ni a menos pena ni al descanso aspiran.
Como las grullas, que en tendido vuelo
hienden el aire, al son de su cantiga,
así van, arrastrados en su duelo,
por aquel huracán que los fustiga.
«¿Quiénes son,» pregunté, «que en giro eterno,
el aire n***o con furor castiga?»
«La primera que ves en este infierno»,
me dijo, «emperatriz fué de naciones
de muchas lenguas, con poder superno.
»Rota fué de lujuria, y sus pasiones
en leyes convirtió, y así la afrenta
quiso en vida borrar de sus acciones:
»la Semíramis fué, de quien se cuenta
dió de mamar a Nino y fué su esposa,
donde hoy el trono de Soldán se asienta.
»La otra que ves, se suicidó amorosa,
infiel a las cenizas de Siqueo;
la otra es Cleopatra, reina lujuriosa.»
Y a Helena vi, causa y fatal trofeo
de larga lucha; y víctima de amores,
al grande Aquiles, hijo de Peleo;
y a Paris y a Tristán, y de amadores
las sombras mil, por el amor heridas,
que dejaron su vida en sus ardores.
Luego que supe las antiguas vidas,
sentí de la piedad el soplo interno,
desmarrido por tantas sacudidas.
«Hablar quisiera con lenguaje tierno»,
dije, «a esas sombras que ayuntadas vuelan,
tan leves como el aire en este infierno.»
Y díjome: «Por el amor que anhelan,
pídeles que se acerquen, y a tu ruego
vendrán, cuando los vientos las impelan.»
Y cuando el viento nos las trajo luego,
interpelé a las almas desoladas:
«Venid a mí, y habladme con sosiego.»
Cual dos palomas por amor llevadas
con ala abierta vuelan hacia el nido,
por una misma voluntad aunadas,
así, del grupo donde estaba Dido,
cruzaron por el aire malignoso,
tan simpático fué nuestro pedido.
Y exclamaron: «¡Oh, ser tan bondadoso,
que buscas al través del aire impío
las víctimas de un mundo sanguinoso!
»Si Dios escucha nuestro ruego pío,
por tu paz rogaremos en buen hora,
pues que te apiada nuestro mal sombrío.
»Y pues oír y hablar tu voz implora
te hablaremos prestándote el oído,
mientras el viento calla, como ahora.
»Se halla la tierra donde yo he nacido
en la marina donde el Po desciende,
en paz con sus secuaces confundido.
»Amor, que alma gentil súbito prende,
a éste prendó de la gentil persona
que me quitó la herida que aun me ofende.
»Amor, que a nadie amado, amar perdona,
me ató a sus brazos, con placer tan fuerte,
que, como ves, ni aun muerta me abandona.
»Amor llevónos a la misma muerte,
Caina, espera al matador en vida.»
Las dos sombras me hablaron de esta suerte.
Al escuchar aquella ánima herida,
bajé la frente, y el poeta amado,
«¿Qué piensas?», preguntóme, y dolorida
salió mi voz del pecho atribulado:
«¡Qué deseos, qué dulce pensamiento,
les trajeron un fin tan malhadado!»
Y volviéndome a ellos al momento,
díjeles: «¡Oh, Francesca!, ¡tu martirio
me hace llorar con pío sentimiento!
»Mas, del dulce suspiro en el delirio,
¿cómo te dió el Amor tímido acuerdo,
que abrió al deseo de tu seno el lirio?»
Y ella: «¡Nada es más triste que el recuerdo
de la ventura, en medio a la desgracia!
¡Muy bien lo sabe tu maestro cuerdo!
»Pero si tu bondad aun no se sacia,
te contaré, como quien habla y llora,
de nuestro amor la primitiva gracia.
»Leíamos un día, en grata hora,
del tierno Lanceloto la ventura,
solos, y sin sospecha turbadora.
»Nuestros ojos, durante la lectura,
se encontraron: ¡perdimos los colores,
y una página fué la desventura!
»Al leer que el amante, con amores,
la anhelada sonrisa besó amante,
éste, por siempre unido a mis dolores,
»la boca me besó, todo tremante...
¡El libro y el autor... Galeoto han sido...!
Ese día no leímos adelante!»
Así habló el un espíritu dolido,
mientras lloraba el otro; y cuasi yerto,
de piedad, me sentí desfallecido,
y caí, como cae un cuerpo muerto.