ROMPIENDO LA RUTINA
Mi vida no puede ser de lo más rutinaria, me encargo de las labores de mi casa y asisto a una escuela nocturna para aprender historia y arte del país, lo cual es peculiar pues mi madre forma parte de esa historia, bueno, no directamente pero su familia es una cadena de sirvientes de confianza de la monarquía que gobierna desde hace mas de 200 años, los Cansell son la monarquía que de generación en generación ha sido parte de la historia, una de las mejores en su tipo según mis libros e instructores. Jamás he visitado el palacio puesto que la estricta vigilancia que manejan es simplemente minuciosa, nadie puede entrar allí sin ser altamente cuestionado o sin tener un motivo sumamente importante; mi madre me plática con periodicidad lo que sucede dentro de él, me describe los bellos jardines, las grandes habitaciones, las increíbles obras de arte en pintura y escultura, así como algunos que otros detalles sobre los miembros de la realeza y es que a mis 21 años me parece sumamente fascinante ese entorno y no pierdo ningún detalle de lo que mi madre me cuenta, me gusta apreciar los edificios con antigüedad, qué puedo decir de la pintura y demás demostraciones de talentosos artistas, sueño con algún día ser una artista destacada, que mis mejores pinturas decoren los majestuosos palacios o galerías… puedo permitirme fantasear con ello… al menos por ahora.
-Camila Montejo de Abayo… deja de soñar despierta y sirve la cena- ordena mi madre- citar mi nombre completo es sinónimo de molestia, seguramente su día ha sido pesado y trae el mal humor a casa.
-Ya voy madre, solo pensaba en qué cocinar mañana- miento para justificar mi momento de ensueño sonriendo con delicadeza; ella regresa la sonrisa, se sienta a la mesa en compañía de mi padre y mi hermanito Oliver
-Cariño, te ves cansada, ¿Está todo bien?- cuestiona mi padre sobando los hombros de mamá
-Robin querido, el palacio es un desastre, los príncipes cada vez más difíciles y la reina cada vez más exigente debido a su estrés, el Rey simplemente no supera sus enfermedades y me temo que cada vez esta más cerca de la muerte- se escucha el pesar en su voz y es que el Rey ha sido muy compasivo con nosotros y mi madre lo aprecia como si fuera un ser supremo y no es para más, creo todos en la nación lo hacemos.
Hace poco más de dos años una gran sequía azotó el pueblo, el Rey Bernardo siempre vio porque no faltara el agua, creó pequeñas represas y abasteció a la nación para que pudiéramos sobrevivir, pese a ello el intenso sol provocó incendios forestales, mi casa y otras quince más fueron víctima de ello. Cuando el Rey se enteró de lo acontecido mandó a reconstruir nuestras viviendas y no sólo eso, cuando supo que una de sus sirvientas se había visto afectada vino personalmente a casa y nos trajo enceres de uso básico, algo de ropa y víveres para un par de semanas. Esa fue la única ocasión en la que pude ver al Rey Bernardo en persona, sus ojos azules casi transparentes reflejaban bondad y dureza a la vez, una impresión difícil de describir, un tanto contradictoria pero que un hombre de su linaje se podía permitir, lo acompañaba uno de sus hijos, el príncipe heredero Bernard Tercero, que sigue sus pasos desde hace mucho supongo que para aprender el gran oficio que su padre desempeña, en ese entonces tenía unos 24 años según los cálculos de mi madre, sus ojos son idénticos a los de su padre, al menos en el color, no pude verlos a fondo pues mi madre nos recalca a cada momento que debemos mantener la cabeza gacha en su presencia y evitar escudriñarlos pues sabe que es mi pasatiempo… intentar ver el fondo de las personas y dicen que los ojos son las ventanas del alma… pero en este caso no pude ver más allá pues apenas y miró hacia nosotros, se dedicó a contemplar los alrededores de la casa y su estancia allí no duró más de 10 minutos.
-Supongo que ni todo el oro del mundo puede comprar la vida- reflexionó mi padre- tendrá que morir en algún momento, ha tenido una vida prospera al menos
-Lo sé, ni hables de muerte que empiezo a sentirme enferma y no puedo permitírmelo, mañana es el evento de temporada en el cual los príncipes buscan a las mejores candidatas de la nobleza, dos manos menos serían un caos, con la salud del Rey es casi una prioridad que sus hijos busquen esposa al menos los dos mayores- se queja mi madre.
Comemos la cena mientras mi padre habla sobre su trabajo en las minas, ahora después de años allí es supervisor, le va mucho mejor y expone menos sus pulmones, fue minero más de 15 años y los gases que allí se desprenden empezaban a tener efecto, sin embargo, su gran desempeño lo llevó a donde hoy se encuentra y su salud está mucho mejor.
Después de lavar la vajilla de la cena, secarla y acomodarla, caminé apresurada a buscar en la pequeña alacena de la cocina los aceites aromáticos para frotar las piernas de mamá, cada que tenía la oportunidad lo hacía, permanecía la mayor parte del día de pie y era ese momento en el que podíamos conversar de todo y nada a la vez, bromear, imaginar y suponer sobre muchas cosas. Todo estaba normal hasta ese momento, fuimos a nuestras habitaciones y nos dispusimos a descansar.
Los golpes en la puerta de mi habitación me hicieron despertar de forma abrupta, tomé mi camisón y de inmediato abrí, era mi padre
-Tu madre no se siente bien, la fiebre le aqueja, ayúdame a darle un baño para hacer que disminuya- asentí y fuimos a donde mi madre, preparé la tina con la mayor rapidez posible, mi padre la cargó y la colocamos cuidadosamente dentro de ella, con un pequeño balde echábamos agua sobre su cabeza para refrescar su cuerpo, después de al menos treinta minutos la secamos y cambiamos para llevarla de regreso a la cama, le dimos algunos medicamentos y la cuidamos durante la noche colocando en su frente paños fríos para mantener estable su temperatura.
Al amanecer, mi madre se sentía mejor pero aún no estaba apta para ir a trabajar al palacio y mucho menos en una recepción que implicaría quedarse toda la noche
-Debo ir a trabajar-insistía mi madre
-Podrás ser más terca, estás enferma, escribe una carta y la llevaré al palacio, casi nunca te ausentas, puedes enfermarte de vez en cuando- gruñía mi padre
-Hoy no, hoy me necesitan más que nunca, yo me encargo de las cosas personales de los príncipes y necesitan mi presencia, yo sé donde se guardan sus trajes y cómo ordenar sus habitaciones a su gusto, cualquier otro día quizás, pero hoy debo ir- aludía intentando ponerse de pie
-Madre- intervine- puedes escribir una carta y puedo reemplazarte, siempre me pláticas sobre lo que haces y si me explicas detalladamente puedo hacer las funciones que hoy harías o al menos lo intentaría- ella me miró dudosa pero ella me ha criado y sabe que soy muy capaz, incluso me enseñaba pues su ilusión era que yo continuara su legado de servicio al reino algún día
-Lo haré entonces- dijo pensativa- escribiré la carta para que te dejen acceder y si niña, te explicaré y ponme completa atención porque equivocarse es inaceptable.
Una vez que me explicó detalladamente las actividades y me las en listó con lujo de detalle me coloqué uno de sus uniformes, mi madre al igual que yo es delgada, así que solo tuve que ajustar un poco más el corsé y el vestido quedaba a la perfección; peiné mi castaña cabellera con raya en medio en un pequeño moño bajo la nuca, no estaba permitido llevar el cabello suelto dentro del palacio, era algo que solo podía hacer la Reina Aurora y nadie más, ni siquiera las princesas. Amaba el cabello suelto, me sentía muy incómoda al tenerlo sujeto, pero era un pequeño sacrificio si podría conocer el palacio así de cerca, creo que era la criada más feliz de sólo pensar en ello, miré mi reflejo jamás había visto brillar mis ojos avellana de esa forma, era algo emocionante, algo que salía de mi constante monotonía.
Con la carta de mi madre en el bolsillo y mil emociones en mi cuerpo emprendí camino al palacio, los cuarenta y cinco minutos de mi vida más eternos que he pasado…