Misi recuperaba el conocimiento por breves momentos, olía su colonia y se desmayaba de nuevo. El olor no desaparecía, él siempre estaba ahí, como si estuviera esperando, a que ella despertara por completo, para sofocarla con su intransigencia o, envolverla con amargas caricias. No era un producto de su enfermiza imaginación. Claramente lo sintió y se dio cuenta de que se convirtió para ella en un símbolo el hecho, de que estaba viva y respirando. Finalmente, Misi recobró el sentido de nuevo, esta vez por completo. Ella yacía con los ojos cerrados, temerosa de mover un dedo. Poco a poco comenzó a sentir su cuerpo, que le dolía mucho. Su cabeza la sentía como si pesara una tonelada. Su boca estaba terriblemente seca y repugnante, porque todavía tenía un sabor metálico a sangre. Fue un esfu

