PRÓLOGO: El contrato del diablo (y su maldito plan B)
POV DAPHNE
Si me pagaran por cada propuesta absurda que he recibido desde que mi carrera de escritora se fue al demonio… probablemente seguiría pobre. Pero al menos tendría una excusa más divertida para explicarlo en terapia.
El edificio ante mi era tan elegante que me dolieron los pies solo de entrar.
Llevaba meses sin empleo y para acabarla de amolar tenia el problema mas grande para un escritor, bloqueo creativo.
Y aqui estoy, pensando si es buena idea este empleo.
La entrevista, para empezar, no tenía sentido desde el principio. El correo era vago, la dirección demasiado elegante, y la recepcionista que me recibió tenía una sonrisa como salida de una serie de culto sobre cultos.
Ella me sonrió como si estuviera viendo algo adorablemente patético. Y bueno… no la culpo. Había usado mi último vestido decente, planchado con la esperanza de que un CEO misterioso me ofreciera algo más que agua y una palmada en la espalda.
Pero no esperaba encontrarme con él.
Gael Devereux un hombre tan imponente como peligroo. Todo en él grita peligro. Lo había googleado antes de venir. CEO de Devereux Holdings.
Multimillonario, soltero, con rumores de demandas enterradas y tratos confidenciales. Básicamente, el sueño húmedo de los medios financieros… y la pesadilla de cualquier mujer con instinto de supervivencia.
—Daphne Ávalos— dijo sin ninguna pizca de humor, seco frío y totalmente distante, sin siquiera mirar el CV que nunca me pidió que trajera y que al parecer no necesitaba.
—Presente— contesté. El sarcasmo es mi escudo en cualquier situación y salia a flote aun mas cuando estaba nerviosa. Él honbre no se inmutó.
Se dio vuelta. Imposible no admirar su figura, alto, elegante, guapo de forma perturbadora. Como si hubieran diseñado a un CEO en el infierno y lo hubieran soltado en Wall Street. Mentiría si no les dijera que me tenia babeando por el. Pero soy una mujer seria y necesito este trabajo por muy sospechoso que se vea.
—Usted quiere una historia. Yo también.— continuó diciendo mientras observaba el ventanal que dejaba ver una vista impresionante de la ciudad.—Usted escribe bien, aunque últimamente no ha vendido nada.
—Gracias por recordarme que estoy en bancarrota.
—Eso puede cambiar. Si le interesa.
Puso un sobre negr0 sobre la mesa de cristal. Lo abrí y empecé a leer. El contrato tenía mi nombre. Y el suyo. Y muchas cláusulas absurdas. Como mudarme a su residencia mientras escribía. O no poder abandonar el proyecto sin su aprobación. El contrato era real, aparentemente legal, extenso e inquietante.
Condiciones enuneradas: – Escribir su biografía desde su propia mansión. – Acceso completo a su vida (y secretos). – Confidencialidad absoluta. – Renuncia temporal a mi libertad creativa… y física.
—¿Esto es … algun tipo de … broma?— pregunté arqueando una ceja.
—¿Tú pareces alguien que puede pagar sus cuentas como para rechazar esto?— replicó él, sin pestañear. Infeliz. No voy a permitir que quiera burlarse de mi de ninguna manera.
Me levanté. Lo miré con todo el desprecio que una mujer endeudada y sarcástica podía reunir.
—Gracias, pero no. Métase su oferta por el cul0— le dije muy seria lanzando el sobre de vuelta a la mesa— No vendo mi alma, ni por seis ceros.
—Eso dijiste hoy, Ávalos, ya nos veremos pronto— murmuró sin mirarme a los ojos, ¿quien demonios se cree este estúpido?
—¿Perdón?
—Nada. Estás libre de irte, por ahora.
Pero qué imbécil, osea, ni siquiera me miró a la cara, maldito arrogante infeliz, ¿que se cree, un dios griego? Bueno… la verdad es que si es guapo pero eso no le da derechos.
La verdad es que necesito encontrar un trabajo, como escritora, tenía este maldito bloqueo creativo y sin ideas nuevas no había forma de seguir escribiendo, de eso vivía, de mis escritos.
Pero no vendería mi alma de esa forma. Y además ese tío se cree la gran cosa, patán.
Horas después…
Mi apartamento era un maldito horno, mi heladera un puto desierto, y mi dignidad… un recuerdo borroso. Creo que debi aceptar, pero que va…ese tipo me da muy mala espina.
Encendí la laptop para buscar trabajos mediocres y comer arroz frío. No supe cuándo me quedé dormida.
Lo siguiente que senti fue el ardor en la nariz.
Desperté apenas en movimiento, mis ojos se cerraban y por mas que intente mantenerme despierta, fracasé. Tenia la boca seca y las muñecas atada.
Todo estaba oscuro y un olor asqueroso a cuero. Mi conclusión es que iba en un auto, especialmente en la cajuela. Con razón todo estuvo en silencio.
Me habría reído si no estuviera tan cerca del colapso nervioso.
Mi madre siempre dijo que tenía talento para meterme en problemas. Se que no se habría sorprendido si estuviera viva, o tal vez...si me ve.
Más tarde me desperté en una habitación que era mas grande que mi apartamento.
Mamá ni en sus peores pesadillas me imaginó despertando en una cama tamaño imperio, con sábanas de hilo egipcio y cámaras apuntando a cada rincón.
¿El lado bueno? No estaba muerta.
¿El malo? Estaba secuestrada por un CEO sexy con tendencias dictatoriales y demasiado dinero.
Me incorporé de golpe, ignorando el mareo. Todo era… elegante. Frío. Impecable. Como un catálogo de lujo en el infierno.
Una nota a mi lado con un lindo mensaje de buenos dias:
Lo lamento, eres difícil de convencer, pero te dije que seria hoy. Bienvenida a tu verdadero contrato.– G. D.
No me lo puedo creer, me secuestró. El muy hijo de puta me …secuestró
La puerta se abrió un momento después. Por supuesto entraria él.
Gael Devereux entró como si acabara de comprar el lugar. Bueno… probablemente lo había hecho.
—Desayuno en veinte minutos. Te conviene comer algo — dijo sin saludar, ni preguntar cómo me sentía después del secuestro. Pero más idiota seré yo al esperar aquello, es un tipo sin escrúpulos.
—¿Me conviene? ¿Antes o después de denunciarte?
—¿Con qué teléfono? —preguntó con una sonrisa perfectamente criminal.
“Respira, Daphne. No llores frente al enemigo. No demuestres debilidad. Ni hambre. Aunque hueles pan francés. Maldito estómago traicionero “
—Esto es ilegal, ¿sabes? — solté mientras lo seguía, con pasos firmes y una dignidad que colgaba de un hilo.
—Y sin embargo, aquí estás. ¿Te parece una casualidad que no tengas a quién llamar? ¿O que tu contrato, ese que rechazaste con tanto drama y dignidad esté ahora firmado digitalmente por ti?
Me detuve en seco. No, no lo hizo.
—¿Me estás diciendo que falsificaste mi firma? — ¡ Pero si será cabr0n!
—Te estoy diciendo que ahora estás oficialmente trabajando para mí. Durante los próximos tres meses, vivirás aquí, comerás bien, dormirás en una cama decente, tendras un baño digno, no oleras a humedad y tendrás ropa que no parezca de un mendigo. Todo eso, mientras escribes mi historia.
—¿Y si no quiero? Porque fui clara cuando lo dije, no venderé mi libertad
Gael se giró despacio, acercándose hasta quedar a un suspiro de distancia.
—Entonces deja de fingir que te importa tu libertad. La perdiste hace tiempo, Daphne.
Lo odié. Lo odié por tener razón.
Y lo odié más porque, contra toda lógica, una parte de mí… estaba intrigada. Quería saber mas de él pero también me aterraba. Porque no sabia que era lo que en verdad buscaba de mi este hombre, ¿Escribir su historia? Si claro, hay un sin número de autores que podían hacerlo, la verdadera pregunta aqui es; ¿por qué yo?