5

1578 Palabras
Me encuentro entrando a la mansión de los Beltrán con Patricio a mi lado. Él lleva mi maleta y yo sostengo de la mano a mi hermano menor, Ramiro. El lugar me resulta tan imponente como lo recordaba, aunque ahora lo veo desde una nueva perspectiva. —¿Aquí viviremos, Ally? —me pregunta Ramiro, sorprendido. —Sí, mi amor —asentí, sonriendo levemente, tratando de no dejarme llevar por la ansiedad que este momento me produce. De repente, noto que los padres de Patricio bajan las escaleras. Su padre, Lisandro, nos mira con sorpresa, mientras que su madre, Catalina, nos observa con desdén. —Patricio, ¿qué hace esta tipa aquí? —espetó Catalina, cruzándose de brazos y frunciendo el ceño con disgusto. —Esta tipa tiene nombre, y es mi pareja, madre —respondió Patricio con firmeza, aunque podía notar la tensión en su voz. —Eres tan estúpido, Patricio. Como no pudo con tu primo, ahora te está utilizando a ti. Pero en mi casa, no la pisará —dijo Catalina con veneno en cada palabra. No pude evitar soltar una carcajada, fuerte y sarcástica. —Esta es mi casa, señora Catalina. Y le sugiero que no me haga perder la paciencia, porque no dudaré en pedirle que se largue —dije, clavando mi mirada en la suya. —¿De qué hablas? —preguntó Lisandro, visiblemente confundido. —Que yo soy Regina Beltrán —respondí, sintiendo cómo cada palabra cobraba más fuerza a medida que salía de mis labios. —Eso es mentira —espetó Catalina, perdiendo un poco de la compostura altiva que siempre la caracterizaba. —Es verdad, mamá —intervino Patricio, con la misma firmeza. —Alina es Regina, y tiene todos los derechos. Lisandro me observó con asombro antes de acercarse lentamente. Luego, para mi sorpresa, me abrazó con afecto. —Es increíble... —murmuró, mientras Catalina permanecía inmóvil, en completo shock, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. —Sé que Dante ha tenido muchas consideraciones con ustedes, pero yo no soy como él —advertí, dirigiendo una mirada seria a Catalina y Lisandro—. Contra usted, señor Lisandro, no tengo nada que decir. Estoy segura de que ha manejado perfectamente la empresa de mi padre junto con Patricio, y sé que esa no es mi área de interés. Lisandro asintió con tranquilidad, respondiendo con una sonrisa serena. —Yo no tengo ningún inconveniente en entregarte los estados contables de la empresa o incluso cederte mi puesto si lo deseas. —Muchas gracias, pero no es necesario —respondí, manteniéndome firme—. Lo único que quiero es que se me respete como lo que soy: la hija de Juan Carlos y Mariana Beltrán. Y exijo que se respete a mi hermano, quien vivirá aquí conmigo. Ante el primer maltrato o humillación, les tendré que pedir que se marchen. Y eso también incluye a su hija Sabrina. Lisandro suspiró y asintió nuevamente. —Se lo comunicaré a Sabrina —informó con tono resignado, mientras Catalina seguía sin pronunciar palabra, aún procesando el golpe de la realidad que acababa de caer sobre ella. —¿Algo más? —preguntó Catalina con desdén, cruzando los brazos, claramente molesta. —Sí, mi madre vendrá a vivir aquí —informé con firmeza, manteniendo mi mirada fija en ella—. Ella es la señora de esta casa, no usted, y tendrá que devolverle su habitación. Catalina se irguió, abriendo los ojos con incredulidad. —Mariana no está bien mentalmente —replicó con frialdad. —Ella tendrá una enfermera personal y yo la supervisaré —le aclaré, endureciendo mi tono—. Pero regresará a esta casa, y no acepto objeciones ni cuestionamientos. ¿Quedó claro? Catalina murmuró algo entre dientes, claramente frustrada, y finalmente respondió en un tono bajo. —Sí... La vi subir las escaleras visiblemente molesta, apretando los puños. Su rabia era palpable, pero sabía que no tenía más remedio que aceptar la nueva realidad. —¿Desde cuándo sabes que ella es Regina? —preguntó Lisandro a Patricio, cruzando los brazos con una mezcla de curiosidad y desconcierto. Patricio se encogió de hombros, aún asimilando todo lo que había sucedido en las últimas horas. —Me acabo de enterar, papá —respondió con sinceridad, sin quitarme la vista de encima, como si no quisiera perderme de vista ni un segundo. —Permiso —dije rápidamente, sintiendo la necesidad de alejarme un poco de la tensión acumulada en la sala. —Esta es tu casa, Regina, no necesitas pedir permiso —replicó Lisandro con una leve sonrisa, como queriendo recordarme mi lugar ahora. Agradecí su amabilidad, porque siempre me había tratado con respeto, incluso cuando no era más que una "salvaje", como solían llamarme. Ahora, las cosas eran diferentes, pero él seguía siendo el mismo. Me alejé de la sala y caminé hacia la cocina, donde los sirvientes charlaban animadamente. Al entrar, el ambiente se tornó incómodo, y todas las miradas se dirigieron hacia mí. Pero yo no me detuve hasta que encontré a la ama de llaves, la mujer que siempre había disfrutado tratándome con desprecio. —¿Qué haces tú aquí? —me preguntó con su habitual tono despectivo, evaluándome de pies a cabeza con una mirada cargada de veneno—. Te ves diferente, pero sigues siendo una salvaje —espetó, su sonrisa maliciosa asomando en sus labios. Me mantuve firme, mirándola a los ojos, sintiendo la rabia subir lentamente dentro de mí, pero sin dejar que me dominara. Sabía que ya no era la misma persona a la que ella podía menospreciar. —No tienes idea de cuán diferente soy ahora —respondí con calma, avanzando un paso hacia ella—. Así que mejor cuida cómo me hablas... porque a partir de ahora, esta "salvaje" es tu jefa. Su rostro palideció al instante, y el silencio en la cocina se volvió aún más pesado. Ninguno de los otros sirvientes se atrevía a intervenir, observando expectantes. —No... no quise decir eso —balbuceó, retrocediendo ligeramente—. Yo solo... —Espero que lo recuerdes bien —la interrumpí, con una sonrisa fría—. Porque no pienso tolerar ninguna falta de respeto, ni hacia mí ni hacia mi familia. —¿Te casaste con el joven Patricio? —me preguntó una de las sirvientas con curiosidad. —No —respondí con firmeza, mientras recorría la cocina con la mirada—. Yo soy Regina Beltrán. Soy la dueña de esta casa. El ambiente se volvió tenso de inmediato. Entonces, una de las sirvientas, la más antigua entre ellas, se acercó lentamente con los ojos llenos de emoción. Sin decir una palabra, me envolvió en un abrazo cálido y reconfortante. —Mi niña pequeña... No puedo creerlo —dijo con la voz quebrada por la emoción. —Gracias —le agradecí con una leve sonrisa, y luego mi vista se dirigió a la otra sirvienta, Gloria, quien siempre me había tratado con desprecio. —Tú estás despedida —dije de manera fría y directa. Gloria soltó una carcajada sarcástica antes de responder con arrogancia: —Yo soy la mano derecha de la señora Catalina. La observé con calma, pero mi tono fue cortante. —Pues esta no es la casa de la señora Catalina. Lárgate de mi casa. El rostro de Gloria se tornó pálido, y las demás sirvientas intercambiaron miradas, algunas conteniendo la risa. Era evidente que la arrogancia de Gloria no había sido bien recibida entre el resto del personal. —Tal vez no me recuerdas —intervino otra sirvienta más joven, hablando con timidez—, pero yo trabajé con tus papás. Cocinaba tus postres favoritos... mi nombre es Clara. Un torrente de recuerdos de mi infancia me golpeó al escuchar su nombre. Clara había sido la que siempre me mimaba con dulces y me cuidaba en mis días más inocentes. —Clara... —susurré, casi sin poder creerlo— Pues volverás a cocinar para mi mamá. —No puedo creerlo, la señora Mariana regresará —dijo Clara, con un tono de asombro en su voz. —Sí, ella regresará. Necesito que preparen tres habitaciones. Una para mí, otra para mi hermano Ramiro, y la habitación que era de mis papás para mi mamá —instruí con firmeza. Clara me miró con preocupación. —Pero esa habitación la ocupa la señora Catalina, mi niña —dijo con cierto temor. —Pues saquen sus pertenencias. Tienen mi autorización —respondí sin dudar—. ¿Cuál era mi habitación de pequeña? —Dante no ha permitido que la toquen. Tus juguetes y pertenencias están guardados —respondió Clara, sorprendida de que aún lo recordara todo. —Bien, lleven las cajas a mi habitación, por favor —ordené con serenidad. —¿Algo más, mi niña? —preguntó Clara, siempre dispuesta a ayudar. —Por el momento, nada más —le sonreí suavemente antes de girarme y caminar de vuelta a la sala. Al entrar, me encontré con una escena que me sacó una sonrisa: Patricio tenía a Ramiro en brazos, y ambos estaban enfrascados en una batalla de cosquillas, llenos de risas. —Mi amor, me tomé el día para estar contigo —dijo Patricio, mirándome con dulzura—. ¿Cuándo vamos por tu mamá? Suspiré, observando cómo Ramiro reía despreocupado. —Primero quiero que esté su casa como ella la recuerda, amor —respondí, sintiendo una mezcla de nostalgia y responsabilidad.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR